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Los inversores ESG deben considerar las crecientes desigualdades sociales

Abordar las desigualdades no puede ser ignorado por los inversores, pero primero hay que superar obstáculos. La Covid-19 ha golpeado a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad con más fuerza y con mayor velocidad. El Programa del Banco de Alimentos de la ONU advierte que, a finales de 2020, más de 250 millones de […]

18 sep 2020

Abordar las desigualdades no puede ser ignorado por los inversores, pero primero hay que superar obstáculos.

La Covid-19 ha golpeado a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad con más fuerza y con mayor velocidad. El Programa del Banco de Alimentos de la ONU advierte que, a finales de 2020, más de 250 millones de personas podrían sufrir hambre severa. Con las personas que no pueden trabajar debido a enfermedades o inseguridad laboral, corremos el riesgo de una combinación tóxica de pobreza, hambruna y disturbios sociales. Los ecos del coronavirus se escucharán durante años. Pero la crisis sanitaria no es la única manifestación de las crecientes desigualdades. 

Indudablemente la Covid-19, como todas las grandes pandemias, aumenta las desigualdades, en un periodo en el que ya se estaban convirtiendo en un gran problema para las sociedades, las economías y los inversores. El incremento de la desigualdad social está ampliamente relacionado con la globalización, con los economistas y académicos apuntando a la tercera ola de globalización a comienzos de los años ochenta, una década de inestabilidad financiera, bajo crecimiento económico y desempleo masivo, como un periodo de desigualdad desproporcionada. 

La OCDE señala que, en los años ochenta, el 10% de la población más rica ganaba siete veces la renta del 10% de la población más pobre. En 2015, esta diferencia se había incrementado a más de nueve veces. 

Para la mayoría de los países desarrollados, la pandemia ha situado la cuestión de la desigualdad social en el centro de la atención política y mediática. Hemos presenciado cómo la desigualdad está integrada en nuestras estructuras económicas y arraigada en nuestras sociedades. Y cuando sucede una catástrofe, como una pandemia sanitaria, el impacto global puede ser devastador.

A corto plazo, los políticos trabajarán frenéticamente entre bambalinas para transformar nuestras economías globales, apoyándose en una ola de medidas fiscales, redistribución, regulación y políticas salariales. También estamos viendo un cambio significativo dentro de la comunidad inversora, con más gestores que reconocen su responsabilidad de incluir el análisis de la “desigualdad” dentro de la construcción de carteras y las políticas de engagement.

Hasta la Covid-19, la movilización de los inversores para luchar contra la desigualdad social había sido prácticamente inexistente, debido a la falta de consenso global desde una perspectiva social y económica. 

El catalizador de la desigualdad también puede variar, lo que requiere diferentes consideraciones políticas. 

Por tanto, los inversores tienen un papel fundamental en la lucha contra las desigualdades, pero primero debemos superar nuestros propios obstáculos. El tema de la desigualdad es complejo y está influenciado por una serie de factores, incluidos la cultura, la edad, la educación, los ingresos, las políticas y la fiscalidad, que pueden ser difíciles de medir. Los inversores deben comprender y navegar por estos factores, al mismo tiempo que consideran el efecto de la diversidad geográfica, para garantizar una integración efectiva en el análisis de las inversiones.

En segundo lugar, para ayudar a los inversores a comprender realmente lo que necesitan medir dentro de estos factores, se requiere un mayor análisis académico. Investigadores destacados, como el profesor David Wood de Harvard Kennedy School, están comenzando a abordar cuestiones claves como si la desigualdad podría ser una lente adecuada para el análisis de las inversiones, pero necesitamos más granularidad, y puede llevar tiempo.

Como punto de partida, los inversores podrían evaluar a las compañías en función de tres principios: (i) contribución a las finanzas públicas; (ii) políticas salariales para los que más ganan; y (iii) políticas de retribución y participación en los beneficios.

En tercer lugar, faltan herramientas metodológicas y técnicas. En los últimos años, los inversores han desarrollado una mejor percepción del impacto de las desigualdades, pero, sobre todo, desde una perspectiva macro. Esto ha sido respaldado por indicadores reconocidos a nivel global, como el Índice del PIB de la OCDE, que compara y monitoriza la desigualdad de ingresos y la pobreza a nivel mundial. Sin embargo, no contamos con un indicador de riesgo claro que capture las diversas características de la desigualdad.

Para integrar mejor la desigualdad, necesitamos una combinación de indicadores micro y macro, que nos permitan sumergirnos en una variedad de cuestiones, cubriendo múltiples geografías, a través de diferentes clases de activos. Estamos comenzando a ver las primeras señales de desarrollo, pero son a pequeña escala y no pueden aplicarse a clases de activos globales. 

Los inversores responsables reconocen que el no considerar las desigualdades, puede suponer perder oportunidades para la creación de valor y cambio social. El análisis de Amundi ha revelado que desde el comienzo de la Covid-19, los factores ‘sociales’ han contribuido relativamente más a la rentabilidad financiera, especialmente en EE.UU. Nuestro universo de inversión batió a su índice en 119 puntos básicos entre febrero y abril.

Dado que nos enfrentamos a la posibilidad de entrar en un mundo donde se espera que disminuyan los retornos, la divulgación adicional de información financiera será más valorada que nunca. Es probable que veamos la aparición de una nueva jerarquía de clases de activos basada en una nueva moneda: la igualdad. Ignorar las desigualdades es un riesgo que los inversores no pueden omitir más en sus análisis. 

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