Opinión de Ignacio Ballesteros, Selector de fondos Inversis Gestión.
Dirigentes Digital
| 27 dic 2023
En el actual entorno económico, que podríamos clasificar como especialmente incierto debido los cambios en las políticas monetarias y fiscales globales, que se han producido a una velocidad y con una profundidad que no habíamos visto anteriormente, la inversión alternativa está llamada a ser los próximos años una de las principales soluciones para mejorar la frontera eficiente de las carteras mixtas tradicionales en un contexto en el que, a nivel global, la renta variable está cotizando a niveles cercanos a los máximos históricos y la incertidumbre sobre la evolución de la renta fija es elevada. Intentaremos aclarar en los siguientes párrafos qué es la inversión alternativa y cuáles son sus diferencias y singularidades respecto de la inversión tradicional.
Históricamente los activos alternativos presentaban características de liquidez, riesgo, rentabilidad o importes mínimos que hacían que fueran terreno exclusivo de inversores institucionales. Hace ya más de diez años, comenzó a aumentar el interés del inversor minorista por esta clase de activo; las políticas monetarias ultra laxas coordinadas globalmente, que comenzaron tras la crisis financiera de 2008 y que se aceleraron con la pandemia de 2019, han provocado un contexto de mercado en el que la renta fija ha llegado a ofrecer rentabilidades reales negativas y en el que costaba encontrar descorrelaciones significativas entre los activos tradicionales.
Paralelamente al mercado, la regulación ha avanzado con esta tendencia de los flujos de capital, creando nuevos vehículos. Así, por ejemplo, en Europa hace más de siete años nacieron los ELTIF (European Long Term Invesment Fund), como un vehículo con una doble finalidad: facilitar a los inversores minoristas el acceso, de una forma regulada, a los activos alternativos y canalizar el capital hacia las empresas de pequeño y mediano tamaño cuando la financiación bancaria es cada vez más restrictiva.
La definición de inversión alternativa es objeto de controversia ya que no existe un criterio universalmente aceptado que la caracterice. Entendemos como inversión tradicional las posiciones compradas en bonos, acciones o instrumentos monetarios en mercados cotizados. Frente a este tipo de inversiones, usando un criterio simplista de exclusión, podemos clasificar las inversiones alternativas como todas aquellas que no son tradicionales.
Intentando ser un poco más específicos y granulares en la definición y usando un criterio de inclusión, podemos emplear la clasificación que hace CAIA Association que agrupa las en cuatro grandes categorías:
Activos reales, grupo en el que se encuentran las inversiones en recursos naturales, materias primas, activos inmobiliarios, infraestructuras y propiedad intelectual. Son activos con valor intrínseco más allá de su valor financiero.
Hedge funds, es quizá el grupo más heterogéneo incluyendo estrategias sobre renta fija y renta variable, tales como global macro y managed futures, event-driven hedge funds, relative value hedge funds (arbitraje de bonos o volatilidad) y equity hedge funds (con distintos niveles de exposición neta a mercado).
Mercados privados, con dos bloques: private equity (venture capital, growth equity y leveraged buyouts) y deuda privada.
Productos estructurados, que es una categoría con peso residual y que incluye dentro de las inversiones alternativas las obligaciones colateralizadas por deuda (CDOs) y los derivados de crédito.
Lo primero que llama la atención es la heterogeneidad de activos que metemos en el saco de los activos alternativos; cosas tan dispares como la inversión en el capital de una pequeña compañía tecnológica no cotizada, que necesita capital para crecer (venture capital) o la inversión en la financiación de la construcción de una carretera (infraestructuras), son clasificadas como inversiones alternativas. Estos tipos de activo tienen características diametralmente opuestas como productos de inversión, por este motivo, cobra una especial relevancia tener un marco sólido para la asignación de capital en un producto concreto.
En primer lugar, debemos determinar el objetivo que buscamos con la inversión: generación de rentas, aportar diversificación para disminuir la volatilidad, indexación a la inflación o mejorar la rentabilidad de la cartera. A continuación, tendremos que elegir el tipo de activo alternativo que nos ayudará a conseguirlo, por ejemplo, si lo que buscamos es generar rentas, lo recomendable sería invertir en activos inmobiliarios.
Para completar la definición de inversión alternativa y diferenciarla de la tradicional, debemos conocer cuáles son los principales factores que la caracterizan, entre los que destacaríamos: la falta de liquidez de la mayoría de estas inversiones (no cotizan en mercados públicos), su capacidad de apalancarse y de usar posiciones cortas, la ineficiencia de sus mercados, la no normalidad de las funciones de distribución de rentabilidad de estos activos y, por último, la gran dispersión que existe entre las rentabilidades obtenidas por los peores y mejores gestores de una misma tipología de activos alternativos.
A pesar de todo lo dicho en los párrafos anteriores, la realidad es que, hoy en día, existen inversiones difíciles de clasificar dentro de la caja de inversiones alternativas o en la de tradicionales y que podrían entenderse como cualquiera de las tipologías. Por ejemplo, si pensamos en la inversión estable en posiciones globales de infraestructura cotizada, lo primero que se nos ocurriría sería clasificarla como inversión tradicional en renta variable, debido a que cotiza en un mercado público, pero si nos fijamos en el perfil de rentabilidad-riesgo de esta inversión, concluiremos que es mucho más parecido al de los activos reales alternativos de infraestructuras (no cotizados en mercados públicos) que al perfil que puede tener un índice de renta variable global.