Los seres humanos aprendemos, entre otros métodos, porque observamos e imitamos a personas a las que queremos o admiramos. Nos identificamos con ellas buscando llegar a donde han llegado para compartir sus éxitos. Ese es el proceso por el que aprendemos muchas cosas de nuestros padres, el mismo por el que los adolescentes copian el […]
Dirigentes Digital
| 12 abr 2016
Los seres humanos aprendemos, entre otros métodos, porque observamos e imitamos a personas a las que queremos o admiramos. Nos identificamos con ellas buscando llegar a donde han llegado para compartir sus éxitos. Ese es el proceso por el que aprendemos muchas cosas de nuestros padres, el mismo por el que los adolescentes copian el estilismo de los famosos que les fascinan. El problema es que, con el ocaso de los superhéroes, cada vez hay menos ídolos a los que querer parecerse.
Los géneros como la épica y la epopeya han cantado, desde tiempos inmemoriales, las hazañas y gestas de héroes que representaban los valores que las distintas sociedades han ensalzado y admirado. Los primeros superhéroes, con Superman al frente, mostraban a auténticos superhombres que combatían a siniestros y perversos villanos. Su comportamiento era siempre íntegro y sus ideales siempre nobles.
Sin embargo, poco a poco, el prototipo de superhéroe ha ido cambiando para mostrar un amplio espectro de debilidades que los hacen más humanos y, precisamente por ello, menos deseables como modelo. Batman, por ejemplo, vive obsesionado por los murciélagos y la oscuridad, sin poder superar la muerte de sus padres, incapaz de conectar con la gente y de mantener relaciones duraderas. Spiderman, por su parte, es víctima de un severo complejo de inferioridad, sufre importantes dudas sobre su identidad y es también incapaz de relacionarse de manera natural con el resto del mundo, salvo con su tía May. Lobezno está aquejado de personalidad antisocial y posiblemente también de trastorno por estrés postraumático, Hulk sufre trastorno de identidad disociativo y así sucesivamente.
En ese proceso de acercamiento de los modelos simbólicos se ha ido acompañando también de películas y series de televisión que muestran cada vez a personajes más cotidianos, con problemas más pequeños y mundanos, para superar los cuales muchas veces no hace falta ni gran preparación ni gran esfuerzo. En el último peldaño, las peores ediciones de los reality shows muestran en ocasiones a personajes sin oficio ni beneficio, cuyo único mérito es haber sido seleccionados para que en el programa haya suficiente grado de conflicto. Y así, imperceptible pero insidiosamente, al cabo de unas décadas hemos asistido a un completo ocaso de los superhéroes, a un momento en el cual las audiencias disponen de una gama significativamente menor de modelos a los que admirar y querer imitar.
La pregunta obvia es a quién queremos parecernos. Y a quién queremos que se parezcan nuestros hijos. Está claro que parecerse al Superman de la década de los cuarenta es un logro supremo que nunca nadie podría lograr, pero también lo es que cuanto más alto sea el objetivo que se fije una persona, más lejos llegará intentándolo.
Hace casi sesenta años Schlesinger se lamentaba de que la suya era una época sin héroes, en la que ya no existían personas de talla superlativa como Einstein o Gandhi. Decía que una sociedad difícilmente puede existir sin héroes, porque ellos son quienes más vívidamente muestran hasta dónde es capaz de llegar el ser humano, motivándonos a desarrollar nuestras más altas potencialidades. Es probable que esa tendencia haya continuado hasta nuestros días, existiendo hoy menos superhéroes, pero quizá también menos héroes a los que querer parecerse.
Jesús Alcoba, director de La Salle International Graduate School of Business.