El mercado ya descuenta cambios en el lenguaje de nuestro banco central y, de no producirse, el propio continuismo podría llegar a ser contraproducente, tanto desde la perspectiva del mercado, como de los objetivos de la entidad. Desde el BCE ya se ha apuntado que se reconsideraría su política de comunicación en el arranque de […]
Dirigentes Digital
| 08 mar 2018
El mercado ya descuenta cambios en el lenguaje de nuestro banco central y, de no producirse, el propio continuismo podría llegar a ser contraproducente, tanto desde la perspectiva del mercado, como de los objetivos de la entidad. Desde el BCE ya se ha apuntado que se reconsideraría su política de comunicación en el arranque de 2018, como recogían las actas de su encuentro de diciembre: “el lenguaje, relacionado con varias dimensiones de la orientación de la política monetaria, y la guía a largo plazo podrían revisarse a principios del próximo año”. No dar ningún paso, indirectamente, se entendería en clave de incapacidad para hacer retornar la inflación de la UEM a cotas próximas al 2% en el medio plazo. Por otro lado, la ausencia de gestos podría llevar a alimentar la toma de riesgo por parte de los inversores, con el consiguiente impacto sobre estabilidad financiera, aspecto que tendrán muy presente en el BCE. Ante el trasfondo expuesto, el “punto estrella” del encuentro radicará en la eliminación de la siguiente frase del comunicado de la entidad: “Si las perspectivas fueran menos favorables, o si las condiciones financieras fueran incompatibles con el progreso del ajuste sostenido de la senda de inflación, estamos preparados para ampliar el volumen y/o la duración del programa de compras de activos”. De hecho, el escenario actual de crecimiento y de “reflación” en la UEM, como ya definió Draghi, hacen que el anterior mensaje no sea necesario e, incluso, pueda ser contraproducente al poder alimentar peligrosos desequilibrios financieros. Asimismo, las miradas se dirigirán hacia la actualización de las estimaciones del BCE para la Eurozona, las cuales sufrirán mínimos cambios, pero sobre una base que ya arrojaba un escenario acorde con la necesidad de estímulos menos generosos. El avance del 2,3% en 2018 y del 1,9% en 2019 estimado para la UEM en diciembre están en línea con las posibilidades del crecimiento para ambos años, mientras que en el frente de la inflación tampoco debemos esperar muchos cambios en sus previsiones. Si nos centramos en las cifras de IPC a nivel subyacente y la tendencia al alza de las expectativas de inflación de los agentes económicos de la Eurozona, Draghi podrá seguir defendiendo la progresiva convergencia de los índices de precios con las metas del BCE en el medio plazo. Una circunstancia que, junto a la inercia positiva de la actividad, acabará por hacer ceder a los miembros más prudentes del Consejo y el compromiso del refuerzo de los estímulos desaparecerá del comunicado al considerarse que la actual coyuntura no lo hace necesario. El anterior sería el primer gran paso respecto al cambio gradual de la política de comunicación de Frankfurt, sin que debamos esperar mucho más. Días atrás, el propio Draghi ponía el acento en la capacidad ociosa existente en la zona euro, apuntando que ésta podría ser mayor de lo estimado en el BCE. Por lo tanto, venía a incidir indirectamente en un escenario central acorde con movimientos progresivos en clave de inflación y, a su vez, de política monetaria. No obstante, el mercado trabajará bajo la premisa de la finalización del QE en 2018 y pondrá mayor énfasis en el futuro de los tipos. Dos cuestiones que compartirán protagonismo con los potenciales apuntes de Draghi sobre el euro y las consecuencias de las fricciones comerciales. Respecto al primer punto, se recordará que la divisa no es objetivo de la política monetaria, pero también se incidirá en que desde la UEM se cumple el compromiso de no utilizar la moneda con fines competitivos. Un guiño bastante directo a EEUU, pues busca combinar una política de dólar débil con medidas proteccionistas.