En 2011, el emprendedor italoargentino Eloi Fabris, entonces de 31 años, abrió una micro pyme en Brasil. Su producto (cremas heladas) era de alto riesgo pues, a pesar de las temperaturas tropicales, el consumo allí no era significativo. Siete años después, aún no era proporcional al calor de sus playas y ciudades: 5,3 litros per cápita […]
InternacionalDirigentes Digital
| 06 abr 2020
En 2011, el emprendedor italoargentino Eloi Fabris, entonces de 31 años, abrió una micro pyme en Brasil. Su producto (cremas heladas) era de alto riesgo pues, a pesar de las temperaturas tropicales, el consumo allí no era significativo. Siete años después, aún no era proporcional al calor de sus playas y ciudades: 5,3 litros per cápita en 2018 contra 28,3 de Nueva Zelanda, por ejemplo, según Abis, la cámara del sector, que afirma que la actividad dio empleo, en 2019, a 300.000 trabajadores en todo el país.
En tal escenario, Fabris fortaleció su marca y, ya en 2018, sus planillas mensuales mostraban un crecimiento del 10% en consumidores y de una a dos cuentas nuevas B2B. Con tal empuje -y después de que los más de 10.000 establecimientos del país facturaron 2.340 millones de euros en 2019, aún según Abis- el mestre gelatiere ultimaba detalles, en febrero 2020, para lanzar una estrategia de expansión este año.
La segunda semana de marzo, sin embargo, alertado por las noticias de sus familiares en Italia, entendió que debía actuar rápido. Mientras Brasil se quitaba las últimas máscaras del Carnaval y aún no se ponía las sanitarias, licenció a sus nueve colaboradores por un mes. Con una facturación cesante estimada de 27.000 euros en ese período, la supervivencia de su negocio depende ahora de una reestructuración total. Lo que pueda recibir del “Plan Marshall” del Gobierno no entra en sus cálculos, según le dijo a Dirigentes en la última semana de marzo, cuando daba por cierto que continuaría en el ramo, aunque enfocándose ahora en un modelo B2B, ante la prevista caída del consumo de sus clientes individuales.
El suyo es un caso similar al de las 117.000 tiendas que la Federación de Comercios de São Paulo estimaba en ese mismo momento que cerrarían sus puertas debido a la llegada del SARS-CoV-2, afectando a 353.000 empleados. Para minimizar el impacto, hubo acuerdo entre sindicatos y asociaciones empresariales para que las horas del período de cierre se acumulen en un banco de horas que se compensará en la pospandemia. Esto fue antes de que el presidente Jair Bolsonaro decretase que las empresas podrían suspender contratos de trabajo y pago de salarios por hasta cuatro meses, decisión de la que debió retractarse al día siguiente.
Desde entonces, en las grandes ciudades ocurren “cacerolazos” nocturnos en los balcones, la forma de protesta popular que reemplazó a las manifestaciones callejeras en estos tiempos de coronavirus.
“La actividad (del sector gastronómico) pasará, obviamente, por una transformación en este período. El uso del delivery es una forma creativa de seguir funcionando y mantener los empleos”, dijo el gobernador de São Paulo, João Doria, al tiempo que el ayuntamiento de su capital (centro) decretaba el cierre de comercios hasta el 5 de abril. En la última semana de marzo, nadie sabía a ciencia cierta qué vendría después de la secuencia inicial de desastres (sanitario, económico, social) ni cuánto tiempo residiría el invasor invisible en los trópicos después de que el calor no lograra frenarlo, como se había especulado.
En cualquier caso, circulaba una cierta percepción de que el país no volvería, ni en el corto ni en el medio plazo, a la normalidad anteriormente conocida, pese a que autoridades la pregonaban prácticamente como inminente. “Es necesario que el Gobierno tome las riendas de la economía ahora para evitar un daño mayor, pero las medidas lanzadas tienden a preservar apenas a los grandes empresarios”, le dijo a esta revista Felipe, director de una firma que presta servicios a grandes redes de comercio electrónico.
Se refería a los 211.400 millones de euros que el Banco Central anunció que usaría para dar liquidez a la economía a través de créditos para empresas y familias. Son los recursos que el pequeño empresario citado al inicio de este texto tampoco esperaba ver debido a “la cantidad de requisitos que ponen, inviables cuando hay deudas y no hay facturación”. “Los bancos no están entregando los préstamos, aumentaron los intereses y redujeron los plazos para el pago de nuevas deudas”, reseñó, el 26 de marzo, para el portal UOL, el periodista Antonio Temóteo, tras entrevistar a empresarios y dirigentes de cámaras que afirmaron haber encontrado aumentos de dos puntos porcentuales en intereses (a pesar de la reducción de la tasa básica a 3,75 %, su mínimo histórico) y reducción de 180 a 60 días en los plazos exigidos para líneas de capital de giro.
En el Gobierno de Brasil, el comportamiento errático del presidente Jair Bolsonaro reflejaba también la escisión que la crisis evidenció, no sólo con sus adversarios políticos sino también con la institucionalidad: 26 de los 27 gobernadores del país, de izquierda, centro y derecha, conformaron una suerte de “gobierno paralelo” ante lo que el ejecutivo de São Paulo, el estado más rico y populoso, definió como una “falta de liderazgo” de Bolsonaro. Entre los motivos, el exmilitar llamó a la Covid-19 “gripecita”, intentó revertir el confinamiento y sugirió “que la gente vaya a trabajar” para evitar la recesión y vencer la pandemia.
Por paradójico que pueda parecer Bolsonaro tomó la misma decisión que el izquierdista Andrés Obrador (partido Morena) ante los ya avanzados síntomas provocados por el SARS-CoV-2 en el país: negación y llamada a la población para mantener la actividad normal. “No dejen de salir, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas, porque eso es fortalecer la economía familiar”, había dicho el mexicano, generando una fabulosa repercusión negativa. El confinamiento vertical que proponía el brasileño requeriría construir unos 2,8 millones de establecimientos para albergar los grupos de riesgo, según calculó la consultora brasileña Datapedia.
Alegando que se proponía con ello evitar el “paro masivo”, el mandatario polarizó a los gobernadores, que siguieron alineados con las recomendaciones de la OMS, y ratificó el apoyo de algunos empresarios que consideraron “exagerada” la cuarentena y su consecuente freno a la economía.
La congelación de la actividad económica en São Paulo llegaría a 52 millones de euros por día (364 millones por semana), de acuerdo con un cálculo de Rodolfo Olivo, economista citado por la agencia Folhapress, en un análisis de los sectores más impactados. El volumen representa una caída de 18 % en el PIB de la ciudad, capital del estado homónimo que reúne cerca del 35 % del PIB de Brasil y donde reside una población equivalente a la de toda Argentina, su vecino más importante en el (¿ahora agonizante?) Mercosur.
Equidistante políticamente de Obrador y Bolsonaro, el presidente argentino Alberto Fernández no se caracterizaba justamente por tener recursos para reactivar la economía, pero anunció también 450 millones de euros para atender a 10 millones de personas vulnerables. El político decretó también una cuarentena obligatoria para todo el país y el cierre de fronteras “para proteger la vida de los argentinos”. Lo hizo 21 días después de que se detectó el primer contagio y 19 después de que su ministro de Salud, Ginés García, dijera, sobre el primer infectado: “No es importante lo que pasa en Argentina, la gente está sobreasustada”.
Con fuerzas armadas en las calles, sólo supermercados, farmacias y establecimientos sanitarios permanecían operantes al cierre de esta edición. “No podemos prever cuál será el desempeño de la economía este año”, dijo el ministro de Desarrollo, Matías Kulfas. Los primeros efectos fueron una desvalorización de la moneda local, el aumento del riesgo país y el anuncio de que se construirán ocho hospitales. En 2019, la economía argentina se contrajo -2,1% y enfrentaba una dura negociación de su deuda externa.
En suma, si bien la pandemia estaba en sus instancias iniciales, algo que ya podía vislumbrarse en la última semana de marzo era que la desaceleración calculada a inicio de año se aproximaba velozmente a ser una contracción o, como esperaba Brasil, a aplanar los resultados en cero.
Otra posible corrección consistía en que el daño económico se extendiera también a México, cuyo presidente se alineó inesperadamente con Brasil en relativizar la enfermedad al priorizar un enfoque economicista. Para países menores, el pronóstico era de reserva absoluta, excepto, tal vez, en El Salvador, de 6 millones de habitantes. Pero, claro, todas esas mediciones sólo pasarán a considerarse una vez que haya bajado el tsunami sanitario y emerjan las consecuencias sociales, el efecto que gobernantes y gestores buscarán minimizar cuando pase lo peor.