Como es de suponer, todo abordaje de estos tópicos es necesariamente especulativo, puesto que la región concentra el mayor número de víctimas a escala global y aún no existe siquiera consenso sobre la duración y alcance de los efectos de la catástrofe. Más allá de los cambios que ya se han consolidado en la vida […]
InternacionalDirigentes Digital
| 20 oct 2020
Como es de suponer, todo abordaje de estos tópicos es necesariamente especulativo, puesto que la región concentra el mayor número de víctimas a escala global y aún no existe siquiera consenso sobre la duración y alcance de los efectos de la catástrofe. Más allá de los cambios que ya se han consolidado en la vida cotidiana, como la oficina en casa, la telemedicina, el comercio en línea o la educación remota, a escala macro los gobiernos ensayan estrategias para contener el aluvión de consecuencias que, de acuerdo con los científicos, comenzarán a manifestarse entre final de año y el primer trimestre de 2021.
Esta sensación de “avanzar en la oscuridad” puede reconocerse en diversas declaraciones públicas tanto de políticos como de economistas o de organismos y analistas internacionales. Brasil, México y Argentina son casos ya paradigmáticos de cómo la crisis sanitaria ha puesto en jaque a los líderes no importando sus colores políticos. Presupuestos para la salud, ayudas financieras, recesión, levantamiento social e inversiones en reactivación económica, además de la carrera por la vacuna, son los temas más fuertes en la agenda del futuro inmediato de la región.
Tratando en marzo a la covid-19 como una “gripecita”, el presidente Jair Bolsonaro ha ido percibiendo gradualmente que la realidad era más compleja de lo que sus palabras pretendían. Convertido en mayo en el epicentro mundial de la pandemia, Brasil aún no había dejado atrás la primera ola de contagios hacia mediados de septiembre, según datos oficiales. A pesar de ello, el líder ultraderechista seguía exponiéndose públicamente a cara descubierta, apoyando aglomeraciones y minimizando en sus discursos las víctimas fatales. El auxilio económico mensual de 96 euros que Bolsonaro otorgó en abril, llegando a 65 millones de personas en julio, contribuyó a que su popularidad subiera, en agosto, a una marca récord del 37%, de acuerdo con el instituto Datafolha. Analistas de esos datos interpretan que la gracia popular fue resultado también de la gestión de redes sociales del mandatario, que mantiene un tono combativo y de comunicación directa con sus seguidores.
En tal escenario, el mandatario se enfrenta ahora a un dilema: o bien mantiene el auxilio a sus seguidores con los fondos públicos y quebrando su propio compromiso de disciplina fiscal o bien sigue las directrices de su ministro de Hacienda de ajustar gastos y no pasar el límite fijado para el funcionamiento del Estado. Cualquiera de los caminos que tome implica turbulencias: sociales en el primer caso, políticas y económicas en el segundo.
Algo parecido a Brasil ocurrió en México, donde Andrés Obrador, a pesar de ser antagonista político de Bolsonaro, también minimizó inicialmente el impacto de la pandemia. “Sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas”, había dicho el presidente izquierdista a fines de marzo. Ya en agosto, el país, segunda economía más importante de Latam, había perdido más de un millón de puestos de trabajo y, en septiembre, los decesos eran más de 70.000, según datos oficiales. Ahora los mexicanos confían en que habrá una reducción significativa de casos en este mes de octubre “si se mantienen condiciones de un desconfinamiento ordenado”, según dijo el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, para quien “no hay duda de que en México la epidemia va a la baja”. También el mes pasado, el gobierno celebró la recuperación de 92.390 empleos formales, hecho en el que Obrador vio “una señal de que la economía local se está recuperando”, aunque ha reconocido que se trata de la peor crisis económica desde 1932.
En agosto también, el banco central proyectó una caída del -12,8% de la economía en 2020. La cifra refuerza el cálculo de Hacienda según el cual el país crecerá, en promedio, un 0,67% anual durante el mandato de Obrador (2018-2024). Es el peor resultado desde la década de 1980 y, de cumplirse, representará un ‘sexenio perdido’ para la economía mexicana, según la percepción local. El FMI, en tanto, estimó (en septiembre) que la caída será de 10,5% este año mientras que la OCDE considera que México está en “la peor recesión” de su historia.
Aunque más próximo de Obrador que de Bolsonaro, el presidente argentino Alberto Fernández adoptó medidas de auxilio financiero a los más vulnerables semejantes a las de este último. Con el transcurrir de los meses, sin embargo, comenzó a ser objeto de protestas de esa misma gente por el empeoramiento de la situación económica del país. Junto con ello, la negociación de la deuda con acreedores privados y con el FMI, sumada a un estado contable prácticamente de insolvencia, fomentaron la inestabilidad que llevó a Eduardo Duhalde (un expresidente de la Nación del mismo partido de Fernández) a advertir sobre “anarquía” y “golpe de Estado”. “Esto es un desastre tan grande que no puede llegar a pasar nada bueno. La gente se va a rebelar”, dijo el exmandatario que comandó el país durante la revuelta de 2001.
Conforme fue cambiando el escenario argentino, el FMI también fue modificando sus pronósticos: en abril, proyectaba una caída del -5,7% del PBI; en junio, recalculó para un -9,9%. La OCDE, por su parte, prevé una caída del -11,2% este año y condiciona sus proyecciones de 2021 a la evolución de la pandemia. A pesar de tal panorama, Alberto Fernández -de mismo apellido que la vicepresidente, Cristina, aunque no es familiar y de quien comenzó a divergir políticamente en los últimos meses- dijo ser optimista y previó, en agosto, que la demanda de granos en 2021, particularmente de China, será el motor de la recuperación argentina.
Con el 64% de las muertes que hubo en todos los países, la región de Latam registraba a mediados de septiembre 11,5 millones de casos de covid y más de 400.000 fallecimientos, según la Organización Panamericana de la Salud. Tal panorama, vale puntualizar, era previo a la segunda ola que, de acuerdo con los científicos, era ineludible en la región. Esa es la principal razón por la que cualquier pronóstico para 2021 -o inclusive para lo que resta de 2020- sigue siendo incierto.
Mientras tanto, el legado de la pandemia puede leerse en la ampliación de servicios hospitalarios creados durante la emergencia, la aceleración de trámites y procesos gracias a la digitalización de servicios públicos y privados, la gradual reactivación de sectores como el turismo y la cultura a través de experiencias en línea, la reformulación de planos para construir viviendas adaptadas a la nueva realidad, la readaptación de antiguas sedes de empresas a nuevos usos, además de una consolidación del comercio electrónico como estándar y la pantalla del ordenador como lugar de encuentro profesional, laboral y personal (en el segundo trimestre, las herramientas de teletrabajo en la región crecieron un 324% y las de e-learning un 60%, según Economic Commission for Latin America and the Caribbean).
Por lo demás, después de que prácticamente los tres primeros trimestres de 2020 habían sido de paralización, a finales de septiembre la sensación general que podía notarse en Latam -cuando uno indagaba sobre perspectivas para la pospandemia- era la de “nostalgia del futuro”, es decir, añoranza del tiempo en que era posible planificar el futuro. Una frase recurrente era “valorizar el aquí y ahora”. Toda una inspiración en el plano personal, aunque de altos riesgos implícitos en el plano gubernamental. Con tales episodios transcurridos y los ya anunciados, la próxima temporada no comenzará antes del primer trimestre de 2021. Hasta entonces, sólo resta esperar el desarrollo del libreto y prepararse para cualquier giro operístico en la trama. Los actores ya están listos para salir a escena.
Si bien en marzo Argentina se adelantó a otros países sudamericanos implementando medidas sanitarias para “proteger a la gente”, hacia mediados de septiembre pasó a estar entre los diez países con más casos de covid. En ese lapso, las protestas populares pasaron a multiplicarse en las calles contra la gestión económica que el Gobierno llevaba de la pandemia, además de denunciar corrupción, inseguridad, atropellos judiciales y aumento de la pobreza.
A esos manifestantes, que fueron aumentando en cada marcha, Fernández les respondió: “Fuimos capaces de enfrentar la enfermedad con inteligencia” y llegó a afirmar que la economía se estaría recuperando “con el impulso de la obra pública y la actividad industrial”. En las semanas siguientes, dirigentes empresariales proyectaron que la crisis -agravada por la pandemia- eliminará desde ahora hasta final de año miles de pymes, responsables del 98% de la actividad económica argentina. Empresas internacionales también fueron dejando el país desde entonces, tanto por la crisis como por la política del gobierno sobre el sector privado, que introdujo en el escenario medidas extremas como la expropiación, la fijación de tarifas públicas, la limitación al acceso de divisas y la transformación de productos de telefonía, tv e internet en servicios públicos. Forman parte de ese éxodo firmas como Telefónica, Nike, Wrangler, Lee, la aerolínea Latam, BASF, Axalta y Saint-Gobain Sekurit.
Desde que en 2018 comenzó la recesión, se cerraron alrededor de 24.000 empresas. Sumando esa cifra a los cierres registrados en el primer semestre de 2020 (otras 28.000 pymes, a pesar de las medidas de rescate del Gobierno), el total hasta septiembre más que duplica las quiebras de 2001, año en que Argentina fue tomada por violentas manifestaciones sociales, con saqueos y hasta enfrentamientos que dejaron 39 muertos tras una sucesión de cinco presidentes en dos semanas. El FMI jugó un papel determinante en aquella coyuntura y es por eso que los argentinos se crispan cada vez que el organismo entra en escena para “corregir” los (habituales) descalabros económicos del país.