Para Jordi Alemany, a lo largo de la historia los líderes han evolucionado desde un modelo protector y autocrático a otro empático, participativo y que ejerce su posición mediante una influencia positiva. En su libro Liderazgo imperfecto. Educando a los líderes del futuro sostiene que los errores más comunes tienen que ver, principalmente, con la […]
Gestión y LiderazgoDirigentes Digital
| 09 jun 2023
Para Jordi Alemany, a lo largo de la historia los líderes han evolucionado desde un modelo protector y autocrático a otro empático, participativo y que ejerce su posición mediante una influencia positiva. En su libro Liderazgo imperfecto. Educando a los líderes del futuro sostiene que los errores más comunes tienen que ver, principalmente, con la falta de conciencia de lo que realmente significa liderar y anima a entender que una persona no se vuelve influyente por la posesión de un título, una posición o por su poder, sino que se le admira por cómo hacen sentir y ayudan a acercarnos a nuestros propósitos. En definitiva, el día que entendemos esto, "es el día que comenzaremos a liderar".
El término 'Liderazgo Imperfecto' es una idea que me vino a la cabeza tras décadas observando cómo los pseudogurús e influencers se enfocan en subrayar exclusivamente las virtudes y habilidades que debe poseer un líder. Tras 20 años liderando equipos en medio planeta, siendo yo un ejemplo de imperfección, he llegado a la conclusión de que liderar no tiene que ver con ser perfecto, sino con adquirir conciencia de nuestras imperfecciones, atrevernos a tropezar y aprender de nuestros errores. No creo que iconizar la figura del líder, enfatizando exclusivamente aquello que hace bien y pintándolo como un ser implacable, acerque el liderazgo a las personas, sino todo lo contrario. Si queremos más y mejores líderes hay que desmontar esos falsos mitos del líder superhéroe y explicarle al mundo que liderar tiene mucho de humano, y poco de perfecto.
La verdad es que liderar es cada día más difícil por varias razones. La primera es que los retos actuales son muchos y muy variados, pero, además, concurren y ocurren al mismo tiempo. La pandemia nos ofreció la oportunidad de detenernos a reflexionar, y eso, para unos seres acostumbrados a darle a la rueda de hámster sin parar, sin tiempo para reflexionar y cuestionarse quién soy o qué sentido tiene lo que hago puede resultar muy peligroso, especialmente porque nos obliga a enfrentarnos a una realidad que, en demasiadas ocasiones, se sustenta en los pilares de lo material, pero carece de propósito alguno. Liderar a personas que han perdido la fe en el futuro, que no confían en nadie, que compiten entre ellas, que no encuentran significado a sus trabajos, y en algunos casos, ni a sus vidas, resulta extremadamente difícil. Para liderar en el siglo XXI hay que desarrollar una inteligencia emocional, una capacidad de pensamiento crítico y una mentalidad largoplacista que, ni nos enseñan en las escuelas -más bien al contrario- ni es fácil adoptar en un mundo marcado por lo material y la inmediatez.
El aprendizaje más importante tiene que ver con la gestión del fracaso. La educación anglosajona, derivada de la doctrina protestante, te inculca que el fracaso es parte del camino hacia el éxito. En Reino Unido o Estados Unidos, a quien emprende y fracasa en el intento se le valora la experiencia y se considera que está más preparado para volver a intentarlo que alguien que nunca ha emprendido. En la cultura latina, derivada de la doctrina católica, a quien “peca” (tropieza, fracasa, se equivoca) se le estigmatiza y depende de que el resto de la sociedad le perdone, tras machacarle y etiquetarle como perdedor. El fracaso en el mundo anglosajón se percibe como un estado efímero, mientras que en el mundo latino se considera un estado permanente, algo que, a mi juicio, resulta completamente absurdo. Ese es, sin duda, el principal aprendizaje.
Los errores más comunes tienen que ver con, en primer lugar, la falta de conciencia acerca de lo que realmente significa liderar. Cuando le ofreces a alguien una posición de responsabilidad tiende a enfocarse en los privilegios que le reportará -mejor salario, más estatus, más poder a la hora de tomar decisiones- y se olvida de que liderar tiene más que ver con cuidar, hacer crecer a los demás, anteponer intereses comunes a los tuyos propios y, sobre todo, con dar ejemplo a través de la humildad, la integridad y la generosidad. La mayoría no lo entiende así y, cuando les preguntas que para qué querían ser líder o qué propósito tenían al aceptar la posición, suelen quedarse en blanco, sin saber muy bien qué decir. A mí también me pasó.
Otro error típico es pensar que la prioridad son los números, olvidándonos de que, para lograr los resultados económicos, necesitamos a las personas. Las personas son la variable más importante de una ecuación en la que la rentabilidad es el producto, y no el multiplicador. Ese error también es muy común.
Jordi Alemany, autor de ‘Liderazgo imperfecto. Educando a los líderes del futuro’
Como comentábamos al inicio, cuanto más perfectos pintemos a los líderes, más lejos se encontrarán de las personas. Ese tipo de creencia hace que las personas sientan una brecha inalcanzable entre quién creen que son y quién piensan que debe ser un líder, lo que solo genera frustración. Al considerar a los líderes como figuras perfectas, se crea una idealización que nos aleja de la realidad y genera sentimientos de insuficiencia o incompetencia. Presentar a los líderes de manera más realista y humana permite que las personas se identifiquen con ellos, comprendan que el liderazgo es un proceso de desarrollo y aprendizaje continuo y se sientan inspiradas a seguir su ejemplo en lugar de verse desalentadas por una imagen inalcanzable.
Si tomamos el ejemplo de Zelenski, considerado un referente en liderazgo estos días, y pensamos en cómo le definían sus compatriotas antes de que estallase la guerra, nos daremos cuenta de que liderar tiene mucho de dar un paso adelante en situaciones de dificultad, generando confianza en los demás, y muy poco de saber todas las respuestas o cumplir con una lista de virtudes y habilidades determinada.
Podemos decir que, a lo largo de la historia, el liderazgo ha evolucionado desde un modelo de líder “protector” que nos defendía de las amenazas externas que ponían en riesgo nuestra supervivencia, como las bestias, o las tribus enemigas, hasta un liderazgo más “empático”, como el que demanda la coyuntura actual. Hemos pasado del liderazgo autocrático, ejercido por la fuerza, a un liderazgo más participativo, ejercido mediante la influencia positiva, sin imposición. No me gusta ponerle apellidos al concepto liderazgo, pero si tuviese que elegir uno, sin duda, sería “humanista”. El toque humano -la humildad, la cercanía, la empatía- es el que mejor define el estilo de liderazgo que exigen los retos a los que nos enfrentamos en el futuro próximo.
Les diría algo que mi madre me decía continuamente “hijo mío, en la vida se saca más lamiendo, que mordiendo”. Aunque suene a topicazo, las empresas son organizaciones conformadas por personas. Los empleados son personas, los proveedores son personas, los clientes son personas. Incluso, aunque a veces no lo parezca, los socios capitalistas son personas, como lo son los políticos que regulan la actividad empresarial, los agentes sociales y, en general, cada uno de los actores de la cadena de valor de una organización. Por eso, a la hora de liderar, lo más importante es, en primer lugar, reconocernos a nosotros mismos como humanos imperfectos, en segundo lugar, comprender que, como nosotros, los demás también se equivocan, tienen problemas, sufren, se preocupan. Y, por último, que las personas no seguimos a nadie por su título, ni le admiramos por el poder o posición que ostenta. A los líderes les seguimos y admiramos por cómo nos hicieron sentir y por cuánto nos ayudaron a crecer y acercarnos a nuestros propósitos. El día que entendemos esto, ese día comenzaremos a liderar.