Es el verano de 2009. Grecia arde, literal y figuradamente. Los fuegos abrasan bosques y se acercan a Atenas. El viento aviva las llamas que se ciernen sobre 20.000 atenienses, que acaban siendo evacuados. A la vez, la crisis económica ya ha dado comienzo y la situación económica apremia al primer ministro griego, Costas Caramanlis, […]
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| 15 ene 2019
Es el verano de 2009. Grecia arde, literal y figuradamente. Los fuegos abrasan bosques y se acercan a Atenas. El viento aviva las llamas que se ciernen sobre 20.000 atenienses, que acaban siendo evacuados. A la vez, la crisis económica ya ha dado comienzo y la situación económica apremia al primer ministro griego, Costas Caramanlis, a convocar elecciones.
Tanto los incendios como la crisis apean al dirigente conservador de su cargo, y le releva un gobierno socialista, con Giorgos Papandreu a la cabeza. Entonces se desatan los acontecimientos que sumen a Grecia en un ejercicio de sacrificio fiscal. Se descubre que el último gobierno había falseado las cuentas públicas. El déficit del 2008 no era del 5%, sino del 7,7% del PIB. Y para 2009 no sería del 3,7%, sino del 12,7%.
Europa toma el mando. Los socios europeos de Grecia acuerdan prestar 110.000 millones de euros, de los que el FMI aporta 30.000 millones. Ese es uno de los principales lamentos de Jean-Claude Juncker, en su comparecencia en la Eurocámara para celebrar el vigésimo aniversario del euro, diez años después de que Grecia estuviera a punto de hacerlo saltar por los aires.
“Éramos varios los que pensábamos que Europa tenía músculo suficiente para resistir sin la influencia del FMI”, explica Juncker. Además, el dirigente luxemburgués pone el ejemplo de Estados Unidos, diciendo que si California “entra en dificultades”, no pedirían la ayuda del FMI: “Nosotros tendríamos que haber hecho lo mismo”, dice Juncker.
En los primeros momentos del descubrimiento de los problemas en Grecia, la receta de Europa, en particular de Alemania, requería de una dieta estricta. Recortes de gastos y soluciones radicales. “El Estado griego debe desprenderse de forma radical de sus participaciones en empresas y también vender terrenos, como por ejemplo sus islas deshabitadas”, dijo Frank Schäffer, diputado alemán.
Esa era la principal sensación que se vivió durante la crisis. “Algunos países como Alemania han tomado una posición moral sobre nuestro problema: Los griegos tienen problemas. ¿Por qué tienen problemas? Porque no trabajan lo suficiente. ¿Y por qué es eso? Porque tienen un buen clima, música y bebida, y no son serios como los alemanes… Esto es ridículo. Esta es una posición moral y racial que no corresponde a la realidad”, explicó el viceprimer ministro griego Theodore Pangalos.
Juncker lo ve claro: “Siempre he lamentado la falta de solidaridad durante la crisis griega”. “Insultamos a Grecia”, llega a decir Juncker. En todo caso, también cree que aquellos momentos sirvieron para hacer reformas estructurales necesarias. Con todo, el país heleno ya se ha librado de las llamas. Los rescates finalizaron el pasado verano.