Judy Dempsey, editora jefa de Strategic Europe en el importante think-tank Carnegie, lleva tiempo reflexionando sobre este cóctel de nubarrones que agita la Unión Europea para llegar a concluir que “estas crisis reflejan un profundo malestar” y son la expresión de “una profunda sensación de inseguridad sobre el futuro, exacerbada por la globalización, la migración […]
InternacionalDirigentes Digital
| 15 feb 2019
Judy Dempsey, editora jefa de Strategic Europe en el importante think-tank Carnegie, lleva tiempo reflexionando sobre este cóctel de nubarrones que agita la Unión Europea para llegar a concluir que “estas crisis reflejan un profundo malestar” y son la expresión de “una profunda sensación de inseguridad sobre el futuro, exacerbada por la globalización, la migración y las redes sociales”.
Dempsey alerta que “la cohesión social en muchos países europeos se está deshilachando mientras el impacto de la globalización y sus características socaban los gobiernos”. No hace poco Europa pareció tener una hoja de ruta que confrontar ante este negro panorama, pero todo su diseño parece venirse abajo o estar bloqueado.
Cuando estalló el brexit y Theresa May asumió la jefatura de Downing Street, la petición unánime fue un proceso rápido para minimizar las consecuencias económicas y políticas. Por muy dolorosa que fuese la salida británica, la UE quería cauterizar rápido la herida, pasar página y mirar a un horizonte despejado a 27. En 2017, convocó la Cumbre de Roma para fijar su nuevo rumbo, coincidiendo con los 60 años de su Tratado fundacional firmado en la ciudad eterna, y los líderes comunitarios prometieron “hacer más fuerte y más resistente a la UE, a través de una mayor unidad y solidaridad entre nosotros y respetando las reglas comunes”.
Esa hoja de ruta tiene hoy demasiados borrones. Europa se marcó como objetivo la promoción de un crecimiento sostenido y sostenible a través de la inversión, las reformas estructurales y un trabajo destinado a completar la Unión Económica y Monetaria. En este último campo, pasados ya dos años, poco o nada se ha avanzado.
El proceso de integración económica está frenado por las dudas de varios socios de la moneda única, hoy aglutinados en lo queellos mismos llaman como Nueva Liga Hanseática. Países Bajos, Irlanda, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania más los socio no euro Dinamarca y Suecia, todos representantes de una visión dura sobre la integración económica en la Eurozona. Proyectos ambiciosos como un Comisario para la Eurozona, como Presidente permanente del Eurogrupo y al frente de un presupuesto exclusivo para la moneda única, se aparcan en el cajón por falta de voluntad política en favor de remedios como el presupuesto de convergencia y competitividad, que han empezado a discutir los ministros de Economía y Finanzas del euro.
“Está todavía en un punto muy embrionario”, reconocen fuentes del Ministerio de Economía, sobre unas discusiones que todavía se centran en “cómo se financiaría y cuál sería su destino”. Falta en la UE un verdadero liderazgo político que impulse una integración económica mayor, como el órdago lanzado por Jaques Delors, presidente de la Comisión Europea, con su plan a finalesde los 80 para crear la moneda única. La canciller alemana, Angela Merkel, está de retirada y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, desinflándose por la crisis de los chalecos amarillos.
“Reino Unido se ha borrado, Italia no se ha borrado, es que se ha ido de la autopista, Polonia ha abandonado el carril central…”, lamenta un alto funcionario del Parlamento Europeo. “¿Qué queda? Alemania a ver qué pasa, en Francia hay un señor que hace reformas, pero a la francesa y está sólo, queda España y luego países pequeños”, enumera este dirigente comunitario con varias décadas de trabajo en Bruselas sobre la falta de empuje político en las capitales del continente.
Y, sin embargo, Europa ha sorteado los peores augurios de hace unos años que vaticinaban la ruptura del euro y hasta su desaparición. Las tornas en ese sentido han cambiado. Una reciente encuesta realizada por Bloomberg entre economistas señala que la moneda única sobrevivirá al menos dos décadas más ya que la crisis financiera forzó a los gobiernos europeos a reforzar sus pilares.
Un 80% de los encuestados respondieron que en parte la salida del Reino Unido está funcionando como un pegamento ante cualquier abandono dentro de la Eurozona, ya que las consecuencias económicas para un socio de la moneda única serían incluso peores que las observadas al otro lado del Canal de la Mancha. Así lo cree este funcionario europeo que califica al Brexit como “una vacuna ya que las mayorías de gente de algunos países que apostaban por abandonar la moneda única han desaparecido”.
Es también una de las ideas defendidas por Annamaria Grimaldi, economista de Intesa Sanpaolo para Bloomberg, aludiendo al “costoso proceso que ningún Estado Miembro querrá pasar. Creo que los socios de la zona euro aumentarán su integración y la solidaridad entre países en los próximos veinte años, completando la Unión Europea”, pronostica la italiana.
EL EDIS COMO SÍNTOMA DE TODOS LOS MALES
Son unas siglas que suenan a pura burocracia europea en los oídos de los ciudadanos, la abreviatura de un instrumento económico básico para cerrar la Unión Bancaria, como se apremiaron los dirigentes comunitarios en la Cumbre de Roma, y sobre el que han encallado una y otra vez. Se empezó a discutir en 2015 y ahí sigue.
El EDIS, o Fondo Europeo común para la Garantía de Depósitos, sería una ‘bolsa’ con aportaciones de las entidades de la eurozona para contar en 2024 con suficientes recursos con los que garantizar los depósitos de los ahorradores hasta 100.000 euros en caso de la quiebra de una entidad. El objetivo es que el dinero de los contribuyentes no se utilice para salvar a los pequeños depósitos sino el de la propia industria. Es la tercera pata que falta de la Unión Bancaria y no tiene visos de salir adelante en los próximos meses.
Durante todo el semestre pasado se estuvo discutiendo tras años de bloqueo. Entonces fue el anterior Ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaüble. Ahora son los socios de la Liga Hanseática. “El EDIS se nos resiste, es muy complicado conseguir avanzar”, reconoce la fuente del Ministerio de Economía, presente en las negociaciones. “Lo que hemos visto es que tener sólo EDIS en la agenda, con plazos, mutualización [de los riesgos a través de las contribuciones de los bancos de cada país]… no nos permite avanzar”, explica, por eso la UE ha intentado acercarse con otro enfoque.
En los próximos meses habrá un grupo de trabajo sobre esta cuestión para intentar llegar a junio con una solución para desatascar el bloqueo de países como Holanda, Austria o los Bálticos. Todo este bloque hanseático observa horrorizado los 746.000 millones de euros en préstamos morosos que todavía albergan los balances bancarios, principalmente en países como Italia, España, Grecia o Portugal. No quieren usar el dinero de sus entidades para cubrir los posibles problemas de terceros. Y exigen más saneamientos, no les valen ni siquiera los 103.600 millones de euros vendidos en créditos problemáticos por los bancos italianos durante 2018 ni los 43.200 millones por los españoles, según un informe de Debtwire al que ha tenido acceso Dirigentes.
En el EDIS, como en tantas iniciativas clave, Europa sigue bloqueada por los intereses nacionales de cada socio comunitario y la defensa de sus industrias. Las concesiones son inevitables. Y son medidas como el Plan Juncker de Inversión, que a finales de 2018 había movilizado 360.000 millones de euros, dos tercios procedentes de recursos privados, sin coste para las arcas de los Estados, las que salen adelante. Pero incluso éxitos así dependen del coraje de un político y su equipo. “Barroso nunca habría lanzado algo así”, aclara el alto funcionario del Parlamento Europeo, sobre el funcionamiento de la anterior Comisión Europea. “Esta es más política que la precedente, que terminó siendo un secretariado de dos o tres Estados”.
Corresponderá, por tanto, a la próxima Comisión, salida de las urnas en las elecciones europeas de mayo, decidir el rumbo de la UE. Veremos si surge un nuevo Delors capaz de plantear enormes cesiones de soberanía como el euro o, al menos, un Juncker que busca mayor cohesión e integración. La UE no puede permitirse un nuevo Barroso.