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Sostenibilidad y empresa: una cuestión de rentabilidad

Hace ya ocho años que los líderes mundiales se comprometieron a garantizar los derechos y el bienestar de todas las personas en un planeta sano. Así nació la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), concebidos como una hoja de ruta universal para superar las divisiones económicas y geopolíticas, restablecer la confianza y […]

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Dirigentes Digital

23 oct 2023

Hace ya ocho años que los líderes mundiales se comprometieron a garantizar los derechos y el bienestar de todas las personas en un planeta sano. Así nació la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), concebidos como una hoja de ruta universal para superar las divisiones económicas y geopolíticas, restablecer la confianza y reconstruir la solidaridad. Sin embargo, a medio camino de la fecha límite, la meta está lejos de cumplirse. Según se desprende del Informe de Progreso de los ODS, Edición especial, elaborado por Naciones Unidas, más de la mitad del mundo se está quedando atrás. Los avances para más del 50% de los ODS son “endebles” e “insuficientes” y el 30% están “estancados” o “han retrocedido” con respecto a la situación de 2015, entre los que se incluyen asuntos esenciales sobre la pobreza, el hambre y el clima.

Si no se actúa ahora, la Agenda 2030 podría convertirse “en el epitafio del mundo que podría haber sido”, sostiene el documento que alza la voz para hacer un llamamiento a la acción y a la aceleración de los ODS. Ya que, según apunta António Guterres, secretario general de la ONU, la falta de progreso podría significar un avance de las desigualdades y un mayor riesgo a un “mundo fragmentado que funcione a dos velocidades”. Una razón por la que considera que las decisiones económicas y financieras “deben dar prioridad al bienestar de las personas y del planeta”.

Esta realidad encuentra su explicación en que los esfuerzos realizados por la comunidad global son “insuficientes” pero, también, en los efectos combinados de diferentes elementos. Por una parte la crisis climática, donde la pérdida de biodiversidad y la contaminación presentan repercusiones “devastadoras” y “duraderas”. Por otro lado, la invasión rusa sobre Ucrania, con su impacto en el aumento de los precios de los alimentos, la energía y la financiación, que afecta a miles de millones de personas. Y, en última instancia, las consecuencias persistentes de la pandemia de la COVID-19 “que han sacado a la luz deficiencias sistémicas y obstaculizado el avance hacia los ODS”.

De los 17 ODS que se fijaron en el año 2015, siete de ellos presentan importantes desafíos. En este escenario, el Informe de Progreso de los ODS, Edición especial destaca, por ejemplo, el número 13 en la medida en que la temperatura global ya es 1,1°C superior a los niveles preindustriales y se espera que alcance o se supere el punto de inflexión de 1,5°C en el año 2035. O, también el número 16, que indica que “las devastadoras consecuencias de la guerra, los conflictos y las violaciones de los derechos humanos han desplazado ya a 110 millones de personas”, de las que 35 millones eran refugiadas y representa la cifra más alta registrada.

Unido a este punto, la Asamblea General de la ONU, celebrada el pasado mes de septiembre, también ha puesto el foco en los países menos desarrollados, cuyos dirigentes reivindicaron la importancia de establecer una nueva arquitectura financiera al tachar la actual de abusiva. Así, en el documento elaborado por Naciones Unidas, su secretario general resalta que los países en desarrollo sufren las consecuencias de la “incapacidad colectiva para invertir en los ODS”. “Muchos se enfrentan a un enorme déficit de financiación y están enterrados bajo una montaña de deuda”, aclara para especificar que los países desarrollados “adoptaron políticas fiscales y monetarias expansivas durante la pandemia y en gran parte han retomado la trayectoria de crecimiento anterior”. Sin embargo, “los países en desarrollo no pudieron hacer lo mismo, en parte por el riesgo de que sus monedas colapsaran”.

Por otro lado, el análisis también presenta lo que denomina como “datos para la esperanza”. Es decir, resultados alentadores que mantienen la ilusión de la consecución de los ODS. Algunos de estos son el número siete que establece que la proporción de la población mundial con acceso a la electricidad ha aumentado del 87% de 2015 al 91% en el año 2021; y, también, el número nueve que detalla que, “a pesar de la ralentización del crecimiento mundial de la industria manufacturera, las industrias de tecnología media-alta y alta mostraron sólidas tasas de crecimiento”. Además, la ONU identifica cinco áreas clave que tratan de servir de guía para impulsar el progreso: compromiso renovado, políticas integrales, fortalecimiento industrial, movilización de recursos y fortalecimiento del sistema multilateral.

El camino de las empresas hacia los ODS

¿Y cómo afecta esta realidad al mundo de los negocios? Para Ignacio Bañeres, técnico de sostenibilidad de AENOR, “dada toda la legislación que está surgiendo a raíz de los objetivos climáticos marcados por la Unión Europea y haciendo hincapié en el control de las emisiones con la meta de ser neutros en carbono en 2050, las empresas están adoptando políticas que garanticen dicha regulación”. Por ello, bajo su punto de vista, “todas las organizaciones están introduciendo los criterios de sostenibilidad en el camino hacia el cumplimiento de los ODS”.

No obstante, es cierto que en la actualidad se encuentran diferencias en el grado de desarrollo que presentan grandes y pequeñas compañías. Así, las primeras cuentan con más recursos “a la hora de desarrollar esquemas de sostenibilidad en sus estrategias”, por lo que “son las primeras en adoptar dichos desarrollos y funcionarán como un elemento tractor para las pymes, a medida que avance la brecha temporal”. Mientras que, las pequeñas organizaciones “irán adoptando dichos criterios para ser competitivas en el mercado”.

En lo que respecta a la rentabilidad, la sostenibilidad también representa un motor de crecimiento. De hecho, para el experto se trata de un elemento “fundamental” en la medida en que “proporciona herramientas para hacer los procesos más rentables, proporcionando información en procesos de gestión donde se puede tener incidencia”. Además, también explica que “los mercados están apartando a las empresas que no están adoptando criterios de sostenibilidad en sus directrices” y, de forma paralela, aquellas que sí lo están haciendo “están viendo que su cotización en bolsa es mucho más rentable”.

Desde AENOR, creen que el camino que queda por recorrer es “largo”, pero “asumible” y comentan que los ODS son “una guía en un mapa que va a permitir a las organizaciones identificar su impacto social, económico y medioambiental”. En este sentido, entienden que los obstáculos que puedan surgir a lo largo del camino son “pequeños desafíos a los que las empresas tienen que plantar cara” analizándolos, enfrentándolos y superándolos para convertirlos en una experiencia positiva que siente las bases para alcanzar los ODS. “Las empresas deben adquirir el compromiso de sumar sus esfuerzos para alcanzar cada uno de los objetivos y generar el impacto positivo que la sociedad necesita”, matiza Bañeres.

La contribución de las empresas españolas

La implantación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en las empresas va, poco a poco, ganando terreno. Según un estudio elaborado en 2022 por el Pacto Mundial de Naciones Unidas, un 86% de las organizaciones conoce los ODS, para un 79% existen ventajas competitivas a la hora de implementar la sostenibilidad empresarial y un 57% de las compañías ya cuenta con personas o departamentos específicos de sostenibilidad. Por todo ello, desde la escuela de negocios TBS declaran que el avance hacia una sociedad sostenible no es ajeno al mundo de las finanzas y cada vez hay más empresas invirtiendo en proyectos que trabajan por minimizar el impacto medioambiental, así como inversores que compaginan sus objetivos de rentabilidad con la mejora del medioambiente y la sociedad.

La escuela también apunta que la transformación digital es un elemento clave para la consecución de la Agenda 2030, cuyos beneficios tienen tres vías de acción. Por una parte, permite mejorar la eficiencia en los procesos de producción, también reduce el uso de materia prima y, por último, limita los desplazamientos. En definitiva, supone otro impulso más para equilibrar las necesidades económicas, sociales y medioambientales que aseguren un futuro sostenible.

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