A medida que disminuyen los temores en torno a la inflación, China se está convirtiendo rápidamente en un tema dominante en los mercados de riesgo. Si la situación empeora aún más, es probable que se produzcan importantes huidas hacia zonas de seguridad. En su punto álgido, a principios de la década de 2000, la economía […]
A medida que disminuyen los temores en torno a la inflación, China se está convirtiendo rápidamente en un tema dominante en los mercados de riesgo. Si la situación empeora aún más, es probable que se produzcan importantes huidas hacia zonas de seguridad. En su punto álgido, a principios de la década de 2000, la economía china crecía a un ritmo superior al 10% anual. Este auge se debió en gran medida a la inversión en infraestructuras y activos fijos impulsada por la deuda. La expansión del crédito durante este periodo fue enorme: el crecimiento mensual de la financiación social total (FTS) en dólares fue en ocasiones superior al PIB anual de Grecia o Portugal. Transcurridos unos años, como ocurre con muchos auges impulsados por la deuda, es posible que nos enfrentemos ahora a una quiebra.
A principios de este año se hicieron muchas suposiciones sobre China. Muchos inversores esperaban que la apertura de la economía tras el fin de las restricciones del Covid impulsaría una oleada económica similar a la que se produjo cuando China se recuperó de la crisis financiera mundial de 2008-09, levantando al resto del mundo.
A mediados del tercer trimestre, la historia del repunte de China aún no se ha materializado. Después de un primer trimestre sólido pero poco espectacular, basado en el "subidón de azúcar" de la resurgente demanda de servicios a medida que la sociedad salía de los confinamientos, los datos han decepcionado. El crecimiento se ralentizó en el segundo trimestre, el sector manufacturero se contrajo y los visitantes extranjeros se mantuvieron alejados.
La situación actual de China puede resumirse en las cuatro "Ds": default (impagos), deuda, demografía y deflación.
El sector inmobiliario representa alrededor del 30% del PIB chino. Los defaults o impagos de los gigantes inmobiliarios Evergrande y Country Garden, que no pudieron hacer frente al pago de los cupones de los eurobonos, han aumentado la presión sobre el mercado crediticio chino. Muchos inversores minoristas chinos están expuestos al aumento de los impagos a través de fideicomisos y productos de gestión de patrimonios, lo que afecta a la confianza de los consumidores en un momento en que ya flaquea.
El problema es que China ya estaba enfermando incluso antes de que llegara el Covid. El país se enfrenta a un déficit demográfico. La población activa envejece y disminuye. Hay un desajuste entre empleo y cualificaciones, ya que China quiere convertirse en una superpotencia tecnológica. A diferencia de sus predecesores directos, el Presidente Xi Jinping se ha mostrado antagónico con el sector privado y ha consolidado el poder desde todos los centros de gobierno, lo que ha desalentado el espíritu empresarial y lastrado la economía. Y ello a pesar de que el crecimiento chino se ha basado durante mucho tiempo en una importante inversión fija y en una continua expansión de la deuda.
Mientras tanto, las tensiones comerciales con Estados Unidos y la ralentización del crecimiento en Europa han reducido las exportaciones y las empresas han reestructurado sus cadenas de suministro, alejándolas de China.
La mano dura con la que China trató la pandemia del virus Covid-19, que provocó el cierre de ciudades enteras durante meses, ha marcado psicológicamente a la población. La confianza de los consumidores sigue a la baja, a pesar de los altos niveles de ahorro. El capital de muchas personas está invertido en productos de gestión de patrimonios, renta variable china e inmuebles, que se han visto afectados. El desempleo juvenil se sitúa en máximos históricos, por encima del 20%.
Una idea equivocada sobre China es que todo está muy centralizado. En realidad, los gobiernos regionales realizan gran parte del trabajo pesado en términos de inversión y crecimiento económico. Y ya se han endeudado mucho, utilizando la venta de terrenos como principal fuente de ingresos. Con el sector inmobiliario de capa caída, esa puerta está prácticamente cerrada. Para los tenedores de bonos, todo el sector se ha vuelto no invertible.
Las opciones del gobierno de Pekín son limitadas. Los recortes fiscales son posibles, pero tendrían que ser amplios y financiados. Las medidas de política monetaria que hemos visto hasta ahora no son suficientes. Pero el gobierno central ha dudado hasta ahora en rescatar a los gobiernos locales y embarcarse en un estímulo fiscal a gran escala. Aún podría sacar el gran bazuca, pero el tiempo corre y cuanto más lo deje, mayores serán los costes. El Politburó y el Consejo de Estado han reconocido al menos el problema. Tras la crisis financiera de 2008, el gasto fiscal ascendió a 586.000 millones de dólares. Una situación similar sería improbable y plantea importantes riesgos adicionales. El ratio deuda/PIB del país, del 282% , limita el margen para aumentar el endeudamiento.
Por todas las razones expuestas, nuestra opinión sobre China, en lo que respecta a los inversores de crédito, es que hay que actuar con extrema cautela, al menos por el momento.
Análisis de Mohammed Elmi, Lead Portfolio Manager, Emerging Markets Debt, Federated Hermes