Cada vez son más los inversores, expertos, gestores y analistas que ven similitudes entre la actual situación económica y la que se vivió en la década de 1970. De hecho, es inevitable hacer la comparativa con aquellos años, ya que el escenario que se vislumbra indica un camino de alta inflación y un crecimiento más […]
Cada vez son más los inversores, expertos, gestores y analistas que ven similitudes entre la actual situación económica y la que se vivió en la década de 1970. De hecho, es inevitable hacer la comparativa con aquellos años, ya que el escenario que se vislumbra indica un camino de alta inflación y un crecimiento más bajo que el aumento de los precios.
“Aunque rechazamos el término estanflación por no parecernos pertinente, lo cierto es que una ralentización de la actividad más fuerte y más precoz de lo previsto está suscitando inquietud. La escasez de energía, una inflación que terminará erosionando la demanda, el riesgo inmobiliario chino y las perturbaciones de las cadenas de producción y suministro son elementos que enfrían los ánimos de los inversores”, comenta Olivier de Berranger, director de gestión de activos en La Financière de l’Echiquier (LFDE).
La situación vivida hace ya 50 años dista de la actual en varios aspectos. En aquel entonces, se vivió una crisis del petróleo, que multiplicó su valor por 10. Para que eso ocurriera ahora, el Brent tendría que haberse elevado hasta los 600 dólares por barril. Además de eso, también se registró un aumento de los costes de producción, subida de los precios con reducción de los beneficios, caída del poder adquisitivo y, por consiguiente, disminución de la demanda.
“Los precios del petróleo no han subido por un problema de oferta -ya que la OPEP tiene un exceso de capacidad de producción- sino por un fuerte aumento de la demanda. La inflación también se ha visto alimentada por un nuevo fenómeno: el aumento de los precios en el sector de los bienes de consumo”, comenta François Rimeu, estratega senior de La Française AM.
Por lo tanto, según el experto el próximo año, el escenario más probable parece ser que tanto la inflación como el crecimiento se mantengan elevados. En este escenario, “los bancos centrales deberían retirar gradualmente parte de su apoyo monetario, lo que llevaría a una subida de los tipos (especialmente en EE.UU.) y a la continuación de la rotación sectorial que se está produciendo en los mercados de renta variable”, añade.
Según Pascal Blanqué, Director de Inversiones de Amundi, “ha comenzado un nuevo régimen financiero, caracterizado por rasgos estanflacionistas al estilo de los años 70. El fin de la era monetaria ultra acomodaticia, así como el momentum creciente de las políticas dirigidas a la transformación verde y justa, definirán nuevos mandatos para los bancos centrales. Su función de reacción parece incierta y las expectativas de inflación pueden quedar desancladas. Cabe esperar algún reordenamiento de las primas de riesgo, cuando los yields reales y nominales comiencen a aumentar, y un impacto cada vez mayor de los factores ESG en los precios de mercado”.
Por tanto, aunque la situación se parece en algunos puntos, difiere en otros. Aun así, todo dependerá de la evolución que tenga la inflación y el crecimiento el próximo año. A medida que suba la primera y baje el segundo, más similitudes habrá con lo vivido hace ya cinco décadas atrás.
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