La inversión en infraestructuras es una alternativa a la inversión tradicional y un activo que sirve para descorrelacionar la cartera de la situación de los mercados. En palabras de Victoriano López-Pinto Fernández de Navarrete, socio director Infraestructuras GED Capital, esta clase de activos mantiene un comportamiento sostenido en el tiempo independientemente de cuál sea la situación macroeconómica global.
Los proyectos de infraestructuras se caracterizan por ser en general muy intensivos en necesidades de capital, de forma que para el inversor financiero las alternativas para estar presente en el sector pasan por participar en fondos de infraestructuras cotizados o privados o por invertir en acciones cotizadas de compañías que desarrollen proyectos de infraestructuras.
Es también un producto adecuado para inversores particulares que busquen una diversificación en el perfil de riesgo de sus inversiones hacia productos con baja volatilidad y rendimientos recurrentes.
Es verdad que los proyectos de infraestructuras consolidan sus resultados en periodos de tiempo largos, pero existen multitud de fondos cuya estrategia es la inversión en activos maduros (brownfield) que ya están en rentabilidad, por lo que el valor puede ir recogiéndose vía dividendo desde el momento de la participación del inversor. Lo que realmente caracteriza a estas inversiones en términos de perfil de riesgo cuando se invierte en activos brownfield, es la recurrencia y fiabilidad de los flujos y la obtención de rendimientos razonables asumiendo riesgos muy acotados.
Mas allá de los ya comentados anteriormente en términos del ratio rentabilidad/riesgo, el principal atractivo radica en que, en general, son activos que funcionan de forma similar independientemente de la situación macroeconómica general. Las infraestructuras se desarrollan para atender necesidades estructurales de los usuarios, de forma que su utilización no se ve afectada en momentos de contracción de la economía. Muchas veces cuando pensamos en el sector nos centramos en lo que son las infraestructuras de transporte, pero la realidad es que estamos hablando también de energía, telecomunicaciones, ciclo del agua, tratamiento de residuos… Todos estos activos siguen teniendo un funcionamiento similar al margen del momento del ciclo económico.
En nuestra opinión como gestores, la ventaja radica en tener una cartera diversificada de activos dentro de los sectores de movilidad, medio ambiente, telecomunicaciones e infraestructura social. Más que definir un atractivo por sector o geografía a lo que le damos más relevancia es a la robustez del contrato de concesión o al marco regulador, y a la solvencia de la contraparte que paga por el uso de los activos.
Depende de la madurez de los activos. Casi todos los activos anteriores a la ley de desindexación tienen mecanismos correctores de sus ingresos en función de la evolución del IPC, con lo cual están protegidos. Adicionalmente estos proyectos se financiaron en un contexto de tipos diferente, lo que hace que tengan estructuras de financiación muy favorables. Caso distinto es el de los proyectos de nueva creación, que necesitan grados de apalancamiento altos y la situación actual no acompaña, además de que se he dificultado la obtención de mecanismos de actualización de las tarifas.
Cualquier fórmula es atractiva dado que creemos que los fundamentales de este sector son realmente estables. La respuesta a esta pregunta debe tener en cuenta otros factores más propios del inversor, como la importancia que otorgue a la liquidez o su sensibilidad de tener un valor liquidativo recurrente. Desde nuestra posición como gestor, y si la liquidez no es una prioridad, creemos que lo óptimo para un inversor de medio-largo plazo es invertir a través de fondos de inversión privada, que tienen flexibilidad para elegir entre un universo muy grande de activos, posibilidad de influir en la gestión de las participadas y mayores opciones de obtener mejores retornos al haber menos competencia.