El valor total de las criptomonedas ha experimentado una caída del 70 % respecto al dólar. Aunque eso supone más de 800.000 millones de dólares, el desinflamiento de esta burbuja, con su correspondiente cuota de escándalos, permanecerá sin duda en todos los anales. El último suceso hasta la fecha es el concurso de acreedores (el […]
El valor total de las criptomonedas ha experimentado una caída del 70 % respecto al dólar. Aunque eso supone más de 800.000 millones de dólares, el desinflamiento de esta burbuja, con su correspondiente cuota de escándalos, permanecerá sin duda en todos los anales.
El último suceso hasta la fecha es el concurso de acreedores (el denominado chapter 11 de la legislación estadounidense y preludio de la quiebra) solicitado por la segunda plataforma mundial de negociación de criptomonedas: FTX. Desde entonces, los escándalos en torno a la empresa se multiplican y los daños colaterales sufridos por el sector se acumulan. ¿Por qué semejante debacle?
En primer lugar, conviene recordar que lo único de moneda que tiene una criptomoneda es el nombre. El uso del término «criptoactivo» parece más acertado. De hecho, una criptomoneda no cumple tres de las funciones esenciales de una moneda. En primer lugar, no es una reserva de valor: su volatilidad, a menudo estratosférica, demuestra lo contrario. Tampoco es un medio extendido para los intercambios: ¿quién puede presumir de que las utiliza para el conjunto de sus operaciones cotidianas o financieras? Por último, no es una unidad de cuenta: ¿qué hogar o qué empresa la utiliza para su contabilidad? Además, no es un activo que genere rentas, como lo hacen los activos tradicionales en forma de dividendos, cupones o alquileres.
Por ironías de la historia, el fundador de la plataforma FTX, Samuel Bankman-Fried, no tiene de banquero más que el nombre. Su plataforma ha sido objeto de un bank run (una avalancha de depositantes que retiran sus haberes) que ha provocado su caída. Sin embargo, no es un banco: no está regulada por una autoridad de supervisión ni sometida a una autoridad fiscal digna de ese nombre, dado que Bahamas figura en la lista negra de paraísos fiscales de la Unión Europea. Tampoco es una empresa cotizada sometida a obligaciones de transparencia.
Desde este suceso, las malas noticias se acumulan para los actores del sector: bloqueo de reintegros para algunos, rumores de quiebra para otros… No pasa un día sin que surja un daño colateral. Pese a todo, este incendio ha quedado circunscrito hasta ahora al mundo de los criptoactivos. Los activos tradicionales parecen relativamente insensibles a estos sobresaltos. Este hecho puede sorprender, a la vista de los importes en juego, pero parece bastante lógico sabiendo que el universo de los criptoactivos lleva en su ADN el poder de liberarse del corsé de las finanzas tradicionales y situarse al margen de ellas.