La economía global interconectada ha cambiado el paradigma de las políticas monetarias, reduciendo el papel de los bancos centrales e incrementando el de las instituciones financieras privadas. En la actualidad, el 95% de los recursos en circulación en la mayor parte de los países desarrollados es creado por estas entidades a través de la reinversión […]
Dirigentes Digital
| 14 mar 2017
La economía global interconectada ha cambiado el paradigma de las políticas monetarias, reduciendo el papel de los bancos centrales e incrementando el de las instituciones financieras privadas. En la actualidad, el 95% de los recursos en circulación en la mayor parte de los países desarrollados es creado por estas entidades a través de la reinversión y los préstamos (efecto multiplicador), según explica Sasja Beslik, director de Finanzas Sostenibles en Nordea Group, a través del blog del Foro de Davos. Esto confiere al sector un “poder colectivo” relevante sobre el devenir de la economía, que no se corresponde con los niveles de responsabilidad exigibles tras la crisis de 2008. La lógica de las instituciones financieras se ha basado durante los últimos años en reacciones a corto plazo ante los shocks y en busca de la rentabilidad. En este sentido, cuando hay más necesidad de liquidez financiera, la oferta de dinero se estanca, ya que los bancos paran de prestar durante las recesiones porque la inversión es menos atractiva en términos de ganancias. Sin embargo, cuando la oferta de dinero debe recortarse ante el peligro de una nueva “burbuja”, la perspectiva de potenciales ganancias a corto plazo impulsa a las entidades a abrir el grifo del crédito. “Las instituciones financieras crean inestabilidad en la economía real al utilizar modelos que sólo se basan en los minutos, días, y como mucho, meses”, explica el experto. Una de las principales consecuencias de la llamada “miopía financiera” es la destrucción de activos. Los bancos prestan de forma preferente a aquellos que pueden transformar con mayor rapidez los intereses en beneficios, aunque en el largo plazo el negocio no sea sostenible. Un ejemplo sería el de la compañía que pide un préstamo para comprar un bosque y talarlo, frente al de otra que planta árboles. En el corto plazo, la primera podrá pagar mejores dividendos, pero una vez sin árboles, el negocio deja de ser viable. “Cuando se destruyen los activos, las comunidades locales se empobrecen, mientras que los que han ganado beneficios se van a otro lado para generar más con otro proyecto poco sostenible”, añade. Si las entidades financieras visualizaran los beneficios a largo plazo, y sujetaran sus inversiones a criterios de sostenibilidad, no tendrían problemas a la hora de enfrentar las recesiones y su impacto sobre el propio sector sería inferior. “Si trabajamos por una economía que funcione para todo el mundo, entonces funcionará también para nosotros”, concluye Beslik.