El ‘tirón’ de la economía en los últimos cuatro años, unido a la percepción de nuevas oportunidades, son los ingredientes del caldo del cultivo que ha impulsado el emprendimiento a máximos de una década en España. Así se desprende del último informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) España 2017/2018, donde se pone de manifiesto que el […]
Dirigentes Digital
| 25 abr 2018
El ‘tirón’ de la economía en los últimos cuatro años, unido a la percepción de nuevas oportunidades, son los ingredientes del caldo del cultivo que ha impulsado el emprendimiento a máximos de una década en España. Así se desprende del último informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) España 2017/2018, donde se pone de manifiesto que el número de personas que acaban de comenzar una actividad empresarial se encuentra en su cifra más alta desde el año 2008. En concreto, el dato arroja que por cada cien personas en edad adulta, seis están ejecutando un proyecto en fase inicial.
El informe, elaborado por la Red GEM España en colaboración con CISE y con el patrocinio de la Fundación Rafael del Pino y Banco Santander, muestra que la tasa de actividad emprendedora total (TEA) o en las primeras etapas ha crecido en el último año un punto porcentual hasta el 6,2%. Y lo ha hecho de manera homogénea, tanto en el conjunto de las nacientes, esto es, aquellos negocios que aún no han pagado salarios por más de tres meses, como las que aún no han llegado a superar los tres años y medio de vida.
Entre 2011 y 2016 las estimaciones de dicho indicador habían oscilado entre el 5,2% y el 5,8%. No ha sido hasta este ejercicio cuando se ha superado el umbral. Pese a ello, casi un tercio de los que lanzaron su propia empresa el año pasado lo hicieron por necesidad, justo el doble que en 2009. Aunque si algo han aprendido de la crisis económica es a emprender con mayor conciencia sobre los riesgos que pueden aparecer en el proceso, tal y como refleja el aumento del miedo al fracaso entre este colectivo. Se trata de un aspecto que tienen muy en cuenta las mujeres, al ser ellas menos propensas a materializar una idea, con una representación del 44,9% frente al 55,1% de ellos. De ahí que el tipo de perfil emprendedor más habitual sea un hombre con una edad media de 40 años y que utiliza sus ahorros personales para la inversión, principalmente. Llama la atención que solamente el 21,85% ha accedido o accedería a instituciones financieras y apenas 2,87% ha consultado o consultaría programas públicos de financiación. Las nuevas empresas se concentran en el sector servicios y nacen en su mayoría en forma de autoempleo. Seis de cada diez no contratan a nadie más en sus negocios y los cuatro restantes lo hacen a través de un contrato indefinido y a tiempo completo. Sin embargo, la apuesta por la innovación y la internacionalización de los nuevos negocios continua siendo muy modesta. Si bien casi la mitad de los individuos considera que tiene las capacidades necesarias para lanzar un nuevo proyecto, un dato superior al de los países del entorno y que se sitúa en el puesto número diez en la lista mundial, si se analiza la cantidad de personas que perciben una oportunidad real, asciende al 31,9%, -el más alto de toda la serie temporal analizada-, pero lejos de la media europea. España es el país del viejo continente con menor cultura emprendedora entre su población. De manera paradójica, el Ministerio de Empleo y Seguridad Social registra casi 1,3 millones de pequeñas (10-49 asalariados) y microempresas (1-9 trabajadores). Cataluña (2,2%), Cantabria (2%), Comunidad de Madrid (2%) y Navarra (1,9%) lideran la clasificación de comunidades donde mayor es el porcentaje de personas de entre 18-64 años que se encuentran involucradas en actividades intraemprendedoras. En comparativa internacional, España ocupa el puesto número 20 en cuanto a percepción de oportunidades. Por encima se encuentran Países Bajos, EE UU, Suiza, Reino Unido o Alemania. Esto es así porque según los expertos, la actividad emprendedora se ve obstaculizada por algunas políticas gubernamentales como los altos niveles de burocracia que exigen los procesos administrativos y el exceso de impuestos. Unos factores que unidos a una calidad de las nuevas empresas “mejorable” en apertura, innovación y servicios, no solo dificultan la creación de empresas, sino que además, les alejan de los estándares europeos de calidad emprendedora.