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Inversión de impacto y objetivos de desarrollo sostenible

Si trabaja usted en el mundo de la inversión (sostenible) y no ha oído hablar aún de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), seguramente sea porque lleve el último año y medio en periodo sabático. Estos objetivos están por todas partes. Los grandes fondos de pensiones ya han establecido objetivos bastante elevados, y las gestoras […]

Dirigentes Digital

20 dic 2017

Si trabaja usted en el mundo de la inversión (sostenible) y no ha oído hablar aún de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), seguramente sea porque lleve el último año y medio en periodo sabático. Estos objetivos están por todas partes. Los grandes fondos de pensiones ya han establecido objetivos bastante elevados, y las gestoras patrimoniales están desarrollando productos basados en ellos. Todo ello está llevando el concepto de la inversión de impacto a un nuevo nivel. Está pasando de ser un nicho a estar a la orden del día, de ser una inversión ilíquida a ofrecer abundante liquidez, y de centrarse en inversiones y proyectos de impacto directo a adoptar una perspectiva global del impacto que ejercen todas las empresas y países en conjunto. Así que ha llegado el momento de ahondar en los conceptos básicos de la inversión de impacto. La definición de inversión de impacto es la siguiente: “Inversiones realizadas en empresas, organizaciones y fondos con el objetivo de generar un impacto social y ambiental, además de una rentabilidad económica.” Se compone de tres elementos:

  • Intencionalidad: la inversión debe pretender generar un impacto social y/o ambiental positivo.
  • Rentabilidad económica: se espera que la inversión genere una rentabilidad.
  • Impacto mesurable: deben cuantificarse y comunicarse los impactos ejercidos, pretendidos o no.

Así pues, antes de invertir, se debe definir claramente el impacto que pretende lograr el fondo, así como su rentabilidad prevista (y su riesgo). A partir de esta declaración de intenciones, se definen los parámetros de medición del impacto y se realiza un seguimiento de los mismos. Los ODS ofrecen un marco adecuado Los ODS constituyen un buen marco sobre el que determinar el impacto social y ambiental que persigue un proyecto o inversión. Se pusieron en marcha en septiembre de 2015, sustituyendo a los Objetivos de Inversión del Milenio, centrados en ocho metas. Se avanzó mucho en ellas, pero siguen existiendo numerosos problemas globales sin resolver. Con el lanzamiento de los ODS, la ONU invitaba específicamente a las empresas y entidades financieras a contribuir a la consecución de los objetivos. Algunos de los mayores fondos de pensiones y gestores patrimoniales han aceptado el reto. En la siguiente gráfica se muestran los 17 objetivos. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Fuente: ONU
Fuente: ONU
No todos ellos son compatibles con el entorno de la inversión, ni son relevantes para todas las organizaciones. Por ello, algunos inversores han optado por centrarse sólo en unos cuantos, mientras que otros han preferido agruparlos en metas más generales hacia las que orientarse. En todo caso, estos objetivos han configurado un marco adecuado conforme al cual definir el impacto que un inversor desea buscar. Para cada objetivo, la ONU ha ofrecido orientación sobre el impacto que se debe perseguir. Por ejemplo, el ODS 3 trata sobre promover la salud y el bienestar, y establece metas a largo plazo sobre la eliminación de enfermedades graves, como la malaria. En términos más funcionales y cotidianos, aboga por lograr una cobertura sanitaria asequible y universal, así como reducir a la mitad el número de muertes y lesiones derivadas de accidentes de tráfico a escala global. Aquí puede encajar perfectamente la participación directa de las empresas. Si analizamos de cerca cada uno de estos objetivos concretos, veremos que valorar el impacto de una empresa sobre ellos resulta menos obvio de lo que inicialmente podría parecer. Por ejemplo, no todas las empresas de servicios sanitarios pueden contribuir automáticamente a lograr el ODS 3: se precisa una mayor concentración en actividades destinadas a combatir ciertas enfermedades y, geográficamente, es necesario orientarse más a los países en vías de desarrollo. No solamente las empresas del sector de la salud pueden contribuir a la consecución de este objetivo: las de transportes, o las del sector financiero, por ejemplo, también pueden colaborar. Por otro lado, las empresas también pueden contribuir negativamente a que se logre un objetivo, mediante prácticas contaminantes o productos nocivos para la salud. Esta formulación negativa resulta necesaria, ya que, a la hora de valorar la aportación global, la dificultad a menudo reside en sopesar las contribuciones positivas de ciertos productos y las contribuciones, a veces negativas, de algunos procesos. La rentabilidad económica sigue siendo necesaria La mayor parte de los inversores institucionales requieren que sus inversiones de impacto ofrezcan una rentabilidad económica competitiva. Sin embargo, dado que este terreno está experimentando una transición, desde las iniciativas tradicionales de impacto hacia un enfoque más mayoritario, y es bastante novedoso, los inversores pueden plantearse también inversiones cuya rentabilidad sea incierta. En mi opinión, invertir en empresas que ofrecen soluciones a problemas globales ¡parece una estrategia de inversión sólida! Y, teniendo en cuenta que el objetivo de la inversión de impacto no es otro que el de marcar claramente una diferencia en los contextos social y ambiental, también tenemos que medir este tipo de impacto en todas nuestras inversiones. Actualmente, lo habitual es medir resultados (emisiones de CO2, resultados de la interacción con los trabajadores, etc.). Los parámetros de impacto se refieren a resultados como el aumento de la biodiversidad, la disminución del impacto sobre el cambio climático, o la generación de crecimiento económico. Los fondos de impacto tradicionales han desarrollado métodos para cuantificar sus resultados: en microcréditos, por ejemplo, se mide la penetración en zonas rurales o en la población femenina, y la creación de empleo. En la esfera empresarial, cabe citar un interesante ejemplo sobre cómo la productora de ingredientes alimentarios Christian Hanssen persigue los ODS. Fabrica enzimas y cultivos alimentarios, productos de nutrición y salud, y colorantes naturales. La compañía ha determinado que el 81% de sus productos contribuyen directa y positivamente a la consecución de los ODS 2, 3 y 12 promoviendo la agricultura sostenible, mejorando la salud global y reduciendo los residuos alimentarios. En la literatura académica, encontramos diversos marcos científicos creados para valorar estos impactos. Los científicos y el sector financiero deben colaborar para idear soluciones prácticas para este reto de la cuantificación. Así pues, aunque existen multitud de retos y obstáculos, parece claro que la inversión de impacto está abocada a dejar de ser un nicho y convertirse en corriente mayoritaria. El sector financiero tiene que recoger el guante y demostrar que la inversión de impacto realmente puede llevarse a la práctica a gran escala y desencadenar cambios que sean verdaderamente necesarios. Masja Zandbergen es responsable de integración de criterios ASG (Ambientales, Sociales, Gobierno Corporativo) de Robeco.

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