Sin duda, uno de los viajes más fascinantes que un economista español puede hacer es hacia tierras tan diferentes como el desierto. En este caso, estos días en los Emiratos Árabes Unidos (concretamente desde Al-Ain, una de las tres ciudades que forman el triángulo de los Emiratos junto con Abu Dabi y Dubái) me están […]
Dirigentes Digital
| 27 nov 2015
Sin duda, uno de los viajes más fascinantes que un economista español puede hacer es hacia tierras tan diferentes como el desierto. En este caso, estos días en los Emiratos Árabes Unidos (concretamente desde Al-Ain, una de las tres ciudades que forman el triángulo de los Emiratos junto con Abu Dabi y Dubái) me están permitiendo conocer de primera mano a uno de los países más importantes de todo el Golfo Pérsico.
Aterrizar en Dubái es hacerlo en una ciudad llena de grúas que levantan gigantescos rascacielos en medio del desierto, con unas vías de comunicación como ferrocarriles, suburbanos o carreteras extraordinariamente rápidas. Un primer vistazo a la ciudad nos ofrece una panorámica muy similar a otras ciudades financieras del mundo como Londres, Nueva York o Shanghái, con un estilo de vida prácticamente estandarizado tanto en horarios como en hábitos de vida y con un componente típicamente asiático: enormes distancias entre lugares que aparentemente están próximos.
Sin embargo, la apariencia de gran urbe financiera de Dubái al estilo occidental, esconde varios hechos claramente diferenciales: por un lado, la "juventud" de su existencia unida a un peculiar modelo de crecimiento y, por otro lado, la existencia de contrastes abismales tanto en el territorio como en su población.
En estos días, se celebran los 44 años de unión de siete Emiratos que dio lugar al actual país llamado "Emiratos Árabes Unidos" surgido del proceso de descolonización realizado por los británicos. Los festejos que se extenderán hasta final de año, exaltan la creación de un país prácticamente de la nada, el cual ha conseguido situar su renta per cápita entre una de las más altas del mundo.
Sin duda, el "milagro" de los Emiratos es la explotación desde finales de los años sesenta de las enormes bolsas de petróleo que posee en el subsuelo. Al igual que otros muchos países petroleros, Emiratos ha aprovechado décadas de alzas en los precios del crudo para consolidar una economía basada en los ingresos procedentes de las ventas de petróleo y un potente sector servicios también enormemente dependiente del "oro negro" combinado con la atracción de inversión extranjera.
A pesar de su importancia, no todo es petróleo en este país. Los emires apostaron desde el principio por una provisión estable de alimentos y agua para evitar el descontento de la población siguiendo una vieja máxima: las revoluciones a lo largo de la Historia provienen de escasez y subidas de los precios de los bienes de primera necesidad.
En este sentido, a la par que el petróleo, el agua es una de las commodities más preciadas en un desierto como el de la Península Arábiga. Sea mediante bombardeo de las nubes con yoduro de plata (al estilo de su tan odiado Israel) o desalinizando agua del mar, los emires garantizan una estabilidad de suministro que choca enormemente cuando vemos kilómetros y kilómetros de jardines en ciudades como Al-Ain propiedad del 10% de la población gobernante frente al 90% sometida por ellos y proveniente principalmente de India, Pakistán o Bangladesh.
Precisamente, esta enorme diferencia entre el 10% gobernante y el 90% restante, nos da una de las claves de la situación actual de los Emiratos: el enorme contraste entre lo antiguo y lo nuevo, lo avanzado y lo arcaico. Esta situación puede ser contemplada con otra de las commodities más preciadas del desierto: los camellos. Uno de los mercados más importantes de camellos del mundo está situado a las afueras de Al-Ain, donde no sólo se comercia con camellos, sino también con otros animales domésticos como cabras, ovejas y aves de corral como gallinas. Esta semana, un camello cotiza en torno a los 200 dólares, con escasas oscilaciones a las puertas del verano, donde la temperatura mínima no baja de 38 grados.
Aparte de la importancia económica de los camellos en el desierto (son capaces de estar durante una semana sin probar agua y son los animales que mejor la detectan en el subsuelo) lo más llamativo es el "viaje en el tiempo" que uno hace cuando se acerca a este mercado en Al-Ain. En una negociación entre camionetas (por cierto, con fuerte presencia de oyota en el parque automovilístico dubaití) y estiércol, los ganaderos negocian a viva voz el precio de intercambio de los camellos en una especie de plaza donde se congregan cientos de ganaderos que alzan sus brazos y gritan al unísono los precios que ofrecen por comprar un camello.
Este recorrido es, en sí mismo, un viaje en el tiempo. Supone trasladarse siglos atrás cuando en mercados como el de Medina del Campo se negociaba la compraventa de ganado de esta forma. Pero lo que todavía sorprende más es que a escasos 150 kilómetros de allí, la Bolsa de Dubái pasa por ser una de las más modernas del mundo por su contratación y liquidación electrónica de operaciones. En un mismo país coexisten el siglo XVI y el XXI, cosa que es difícil de encontrar en cualquier otro país del mundo en pleno siglo XXI.
Javier Santacruz Cano es economista socio de China Capital.