Coincidiendo con este aniversario, Ediciones B publica este libro, que rinde homenaje a los más de 9.000 españoles que estuvieron en los campos nazis y recopila pruebas, algunas de ellas inéditas, que identifican al régimen franquista como responsable de la deportación y, por lo tanto, de la posterior muerte de más de la mitad de […]
Dirigentes Digital
| 09 feb 2015
Coincidiendo con este aniversario, Ediciones B publica este libro, que rinde homenaje a los más de 9.000 españoles que estuvieron en los campos nazis y recopila pruebas, algunas de ellas inéditas, que identifican al régimen franquista como responsable de la deportación y, por lo tanto, de la posterior muerte de más de la mitad de ellos.
También se aportan documentos inéditos que permiten acusar al régimen franquista de facilitar, con su pasividad e indiferencia, la muerte en las cámaras de gas de más de 50.000 judíos de origen sefardí. En 2015 se cumplen 70 años de la liberación de los campos de concentración nazis y 75 años de la llegada de los primeros prisioneros españoles aMauthausen.
Los españoles que estuvieron recluidos en los campos de concentración nazis (de los que hay constancia documental) ascienden a 9.328. 5.185 de ellos murieron, 3.809 sobrevivieron y 334 figuran como desaparecidos. La mayoría de estos deportados, 7.532 hombres, mujeres y niños, estuvieron recluidos en el campo de Mauthausen, donde murieron 4.816. Dachau, Buchenwald y Ravensbrük también recibieron a un importante número de deportados.
La totalidad de los españoles que acabaron en los campos de concentración nazis se habían exiliado en Francia tras la victoria franquista del 39 y, dentro de ellos, se puede establecer una división en tres grupos: deportados que sirvieron en las filas del ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial, capturados por los nazis en junio de 1940 y enviados a los campos desde agosto de ese año hasta finales del siguiente; miembros de la Resistencia, detenidos por la policía francesa y la Gestapo y conducidos a los campos en 1942, 1943 y 1944; y el ‘Convoy de los 927’, formado por civiles que se encontraban refugiados en el campo de Les Alliers, junto a la ciudad francesa de Angulema, en el que había hombres, mujeres y niños.
Testimonios directos
Carlos Hernández, sobrino del deportado Antonio Hernández Marín, recoge en el libro el testimonio de un centenar de prisioneros españoles, entre ellos, 18 supervivientes entrevistados directamente por él. Se trata del cordobés Juan Romero, que todavía recuerda la cara de una niña judía que le sonrió antes de ser gaseada; el murciano Francisco Griéguez, que el miedo sigue sin dejarle conciliar el sueño, como le sucede al malagueño José Marfil, a quien solo el amanecer consigue devolverle la paz; los barceloneses Manuel Alfonso Ortells, José Alcubierre, Marcial Mayans y Cristóbal Soriano; la tarraconense Neus Català; los laredanos Ramiro Santisteban y Lázaro Nates; los manchegos Luis Perea y Esteban Pérez; el cordobés Virgilio Peña; el gaditano Eduardo Escot; y Elías González, Domingo Félez, Simone Vilalta y Siegfried Meir, un niño judío que perdió a sus padres en Auschwitz y que fue adoptado tras la liberación de Mauthausen por un deportado español.
Los culpables
El libro también analiza el contexto histórico y político en el que se produjeron las deportaciones y reúne las pruebas documentales que demuestran que el régimen franquista fue cómplice, no solo pasivo, de Hitler en estas deportaciones. Desde el 31 de julio de 1938 la policía franquista y la Gestapo tenían suscrito un protocolo de actuación conjunta que agilizaba los procesos de extradición y el intercambio de información sobre sus comunes enemigos.
En 1939 y 1940 los Gobiernos alemán y español intercambiaron correspondencia en la que se reflejaba el interés de las autoridades franquistas por capturar a los líderes republicanos exiliados en la Francia ocupada. En telegramas y cartas, Madrid se "desentiende" de la suerte que pueda correr el resto de españoles que permanecían refugiados en territorio francés.
La orden que dictó el Reich para enviar a los prisioneros españoles a los campos de concentración fue firmada el mismo día en el que el entonces ministro de la Gobernación de Franco, Ramón Serrano Suñer, visitaba Berlín.
Existen documentos que demuestran que el Gobierno alemán informaba puntualmente a Madrid de sus planes de deportar a los españoles exiliados que habían sido capturados por la Wehrmacht durante la invasión de Francia.
El régimen franquista tuvo información y capacidad de decisión sobre el destino de los prisioneros españoles. Cuando quiso liberar y, por tanto, salvar de la muerte a alguno de ellos, lo hizo sin el más mínimo problema. Existe constancia de dos deportados que abandonaron Mauthausen gracias a las gestiones que Serrano Suñer realizó ante las autoridades alemanas. Asimismo, también se aportan documentos inéditos sobre la responsabilidad de Franco y su régimen en la deportación y el asesinato de más de 50.000 judíos de origen sefardí.
En enero de 1943, el Gobierno alemán aprobó un decreto por el que permitía a sus aliados repatriar a sus judíos. A esas alturas, Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña habían denunciado públicamente que Hitler planeaba el exterminio de todos los judíos europeos. La reacción de Madrid fue de absoluta indiferencia. Las autoridades alemanas insistieron una y otra vez. Franco utilizó interlocutores de cuarto nivel que demostraron su ignorancia y su falta de interés por la suerte de los judíos y Madrid impuso un riguroso criterio a sus diplomáticos: salvar exclusivamente a los judíos que pudieran demostrar sobradamente su nacionalidad española.
En la obra, también se apunta a otros responsables directos e indirectos de la deportación, los malos tratos y el prolongado cautiverio que sufrieron los prisioneros españoles. El ranking, tras los regímenes nazi y franquista, lo encabeza la Francia de Pétain y le siguen las empresas alemanas y norteamericanas que colaboraron con Hitler. En la lista no se salva Stalin que, mientras era aliado de Hitler, dio la espalda a los prisioneros comunistas españoles que estaban en manos de su circunstancial amigo. El líder soviético volvió a traicionarles tras la guerra cuando acusó a todos los supervivientes de los campos de ser espías o cómplices de los nazis. Tampoco pueden eludir su cuota de responsabilidad los Aliados. Liberar los campos y tratar de proteger a los prisioneros no fue, ni mucho menos, una prioridad para los políticos y generales británicos y norteamericanos.