La amenaza de la ruptura del euro desatada por la crisis griega parece un juego de niños al lado del desafío que supone el Brexit y la ola de euroescepticismo que ha provocado. La decisión del Reino Unido ha reforzado los nacionalismos y los populismos en Europa que reclaman recuperar de la soberanía. Llega en […]
Dirigentes Digital
| 22 jul 2016
La amenaza de la ruptura del euro desatada por la crisis griega parece un juego de niños al lado del desafío que supone el Brexit y la ola de euroescepticismo que ha provocado. La decisión del Reino Unido ha reforzado los nacionalismos y los populismos en Europa que reclaman recuperar de la soberanía. Llega en un momento donde las heridas provocadas por la crisis económica siguen abiertas. La salida de la recesión no se ha consolidado y parte del sistema bancario europeo hace aguas en determinados países.
En época de bonanza el proyecto europeo lo aguantaba todo, las imperfecciones del euro, la desigualdad entre los países del norte con los del sur y las embestidas de los nacionalismos, incluso se admitía las exigencias británicas para pertenecer al club a medias pero desde 2008 se están viendo como se abren las costuras de la Unión Europea. El Brexit se ha producido en un momento en el que la confianza en las instituciones europeas está en mínimos, sobre todo en los países más castigados por la crisis económica, en el que la falta de liderazgo político brilla por su ausencia y en el que los avances en una mayor integración económica y fiscal se observa con recelo. El Gobierno de Cameron utilizó el referéndum para apagar el incendio dentro de su partido que encendieron las críticas sobre su independencia sobre Bruselas de los miembros más contrarios a Europa. El tiro salió por la culata y ahora la Unión Europea se encuentra ante el territorio desconocido de abrir la puerta a un socio comunitario.
Nadie sabe exactamente que puede ocurrir más allá del famoso artículo 50 del Tratado de Lisboa. Reino Unido y la Unión Europea tendrán que renegociar sus relaciones políticas y económicas en un plazo todavía indeterminado, pero el problema viene por los nuevos países que pueden coger el mismo camino. Y la lista es larga: Dinamarca, Holanda, Hungría, Polonia… una salida de miembros que podría suponer la desintegración de la Unión Europa.
El eje París-Berlín no pasa por el mejor. El liderazgo de Merkel está mermado por los movimientos de ultraderecha de su país. Y Hollande se enfrenta a unas elecciones presidenciales con la sensación de salida del Elíseo, con su partido dividido por las medidas de recorte que está tomando su Ejecutivo e incapaz de recuperar la economía.
Al desafío del Brexit, la Unión Europea se enfrenta a las turbulencias internas de sus bancos con una bomba a punto de estallar en Italia y Portugal. Cuando se daba por hecho que los avances de la Unión Bancaria daba por zanjado el tema de riesgo soberano con las crisis bancarias, en el sistema financiero italiano se ha descubierto un agujero de 150.000 millones en necesidades de capital. Un volumen inmanejable para que accionistas y deudores asuman pérdidas, tal como tenía diseñado el BCE. Pero Italia con una deuda que supone el 135% del PIB obliga a un rescate a la ‘española’ cifrado en 40.000 millones. El problema con los bancos portugueses es parecido pero de menor cuantía.