El entorno de los criptoactivos ha cambiado drásticamente en menos de un año. Hemos pasado de la creencia de que sustituirían al dinero FIAT, a dudar de su viabilidad a largo plazo. Estos cambios de parecer tan bruscos no son la primera vez que los vemos, sino que son la esencia de los mercados y […]
El entorno de los criptoactivos ha cambiado drásticamente en menos de un año. Hemos pasado de la creencia de que sustituirían al dinero FIAT, a dudar de su viabilidad a largo plazo. Estos cambios de parecer tan bruscos no son la primera vez que los vemos, sino que son la esencia de los mercados y sus principales actores, los inversores. Cuando las cosas alcanzan cotas de euforia, se proyectan escenarios estratosféricamente positivos para el futuro, y cuando lo que se alcanzan son cotas de pánico, bueno, entonces se habla del fin del mundo.
Como dice el refrán “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. En este caso estoy de acuerdo, porque tras casi cuatro décadas analizando los mercados, lo que ocurre hoy con las criptomonedas a mí me suena a ‘déjà vu’. Sé que muchos jóvenes piensan que esto que estamos viviendo es algo que no tiene precedentes, mis hijos me lo decían hasta que les conté esta historia, y creo que incluso después de oírla aun albergan sus dudas. Pero vayamos al grano y veamos algunos ejemplos históricos que nos puedan ayudar a entender los paralelismos.
En 1997 se desató una guerra de divisas en el continente asiático, concretamente en Tailandia, cuando el entonces ministro de Finanzas del país, Thanong Bidaya, agotó las reservas del Banco de Tailandia y se vio obligado a dejar en libre circulación su divisa, el baht. Hasta entonces el tipo de cambio del baht, y otras muchas divisas asiáticas, mantenían un tipo fijo con el dólar estadounidense. En cinco meses el baht perdió la mitad de su valor, provocó la bancarrota de muchos negocios, y propagó su efecto a otros países como Corea del Sur, Indonesia, Filipinas y Malasia.
Pretender mantener una vinculación al dólar o “dollar peg” es un experimento que se ha llevado a cabo a lo largo del tiempo, y que sistemáticamente, ha terminado en desastre. Por eso, cuando han empezado a caer las “stablecoins” como UST, y a desatar el pánico entre los inversores en ese tipo de activos, debemos recordar otros casos del pasado, en lugar de pensar en que estamos viviendo algo nuevo por primera vez.
En la década de los noventa ocurrió algo que cambió nuestra manera de ver el mundo para siempre, la irrupción de internet. Si nos remontamos a aquella época tirando de recuerdos, nos daríamos cuenta de que casi era imposible imaginar cómo iban a cambiar nuestras relaciones sociales y comerciales, y si alguien nos hubiese dicho que el mundo sería como es hoy, probablemente no le habríamos creído. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos a los 90s.
A finales de esa década surgió la fiebre por “.com”. Daba igual a que se dedicase un negocio, bastaba con estar expuesto a la nueva tecnología “.com” para que se revalorizase inmediatamente en bolsa. Si pensamos en algunos acontecimientos de aquella época nos daremos cuenta del nivel de especulación que reinaba en torno a la nueva tecnología. Como cuando la compañía Telepizza registró una subida de más de un 10% en una sola sesión bursátil, seguida de varios días adicionales de optimismo extremo. La explicación a la fuerte subida de la cotización del valor fue que estaba barajando la posibilidad de usar las motos para reparto de mercancía relacionada con los primeros modelos de comercio electrónico de aquella época. Es curioso que dos décadas más tarde, lo que entonces parecía una idea descabellada, se haya convertido en nuestro día a día, salvo que no es Telepizza el que lidera la distribución, sino compañías como Amazon, UberEats o Glovo. Otro recuerdo interesante es el del Banco Santander comprando el portal Patagón en un intento por engancharse al movimiento “.com”. Hasta ahí todo normal, pero cuando salió el consejero delegado con una camiseta blanca anunciando la adquisición…deberíamos habernos dado cuenta entonces de que estábamos viendo el final de una burbuja. La moraleja que se puede extraer de esa época es que hay que aprender a diferenciar la tecnología que provoca el cambio estructural, de las compañías que en ese momento intentan explotar el cambio. Internet se quedó, y tal y como vaticinaban los mejores visionarios, nos ha cambiado la forma en la que vivimos. Pero el 85% de las compañías que entonces concentraban lo más puntero de los índices tecnológicos ligados a lo que conocíamos como fiebre “.com” desaparecieron o quebraron.
Si miramos el mundo de los criptoactivos hoy, tal vez no sea tan distinto de lo que vivimos hace dos décadas y media con internet. Personalmente, creo que el concepto de “blockchain” es innovador, incluso revolucionario. Y que probablemente nos cambiará la forma en que hacemos las cosas durante las próximas décadas. Pero eso no significa que las más de 10.000 criptomonedas que hay en la actualidad vayan a ser ganadoras. Probablemente el 85% o 90% desaparezcan, y en su lugar surgirán otras que tengan más sentido.
Algunos justifican el desplome actual en el excesivo intervencionismo, a la presión de algunos Gobiernos y bancos centrales que quieren introducir su propia moneda digital. ¡Despierten! ¿Es que acaso no hemos cambiado antes las reglas de juego en mitad de la partida? O acaso no recuerdan que en 2020 los bancos centrales lanzaron programas de “quantitative easing ilimitados”. O cuando en 2011 cuatro bancos centrales europeos prohibieron vender acciones del sector financiero ante el default de Grecia. O cuando una mañana de 2008 nos despertamos sin poder vender acciones del sector bancario en EE. UU. por orden de la SEC en mitad de la crisis financiera. O cuando tras la crisis del 1987 se introdujo un límite máximo de caída en el día para las bolsas. O cuando en 1971 se decidió que el dinero FIAT no tenía que ser respaldado por un activo real, y se abandonó el patrón oro. O cuando en 1933 todos los ciudadanos estadounidenses fueron obligados a entregar a la Reserva Federal el oro del que dispusieran por orden ejecutiva.
Después de tantos años, lo que debería quedarnos claro es que, aunque cambie la letra, el ritmo de la música se parece bastante.