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Se enfrían las perspectivas económicas a corto plazo.

A estas alturas de ejercicio, parece evidente que las economías mundiales, con algunos matices importantes, se encuentran en una fase avanzada en el camino de la normalización. En buena medida ello se debe a la casi recuperación de la actividad normal, una vez superada, o eso parece, la emergencia del Covid 19. El principal problema […]

20 oct 2021

A estas alturas de ejercicio, parece evidente que las economías mundiales, con algunos matices importantes, se encuentran en una fase avanzada en el camino de la normalización. En buena medida ello se debe a la casi recuperación de la actividad normal, una vez superada, o eso parece, la emergencia del Covid 19.

El principal problema que nos encontramos, a día de hoy, es que esos matices importantes pasan por cosas tan absolutamente relevantes como la inflación. La realidad es que la subida de precios de bienes y servicios está disparada, a nivel global. Y no hablamos sólo de los IPC´s generales, a quienes siempre se puede endosar la, por otra parte cierta, elevada cotización de los combustibles fósiles. Hablamos de las inflaciones subyacentes, que encierran en sí mismas problemas de relativo corto plazo, como pueden ser determinados cuellos de botella por falta de adecuación de oferta y demanda, pero también aspectos algo más estructurales, como son las presiones salariales.

Una inflación persistentemente alta supone un importante freno a futuro para el crecimiento, derivado esencialmente de dos factores: en primer lugar, la pérdida de competitividad general de las economías, en términos de mayores costes relativos. En segundo lugar y, aquí está el quid de la cuestión, la perspectiva de que, en un horizonte determinado no especialmente lejano, una elevada inflación deba ser contenida con subidas de tipos de interés.

Todo ello ocurre en un momento en el que, como es por otra parte lógico, la economía global comienza a dar ciertos síntomas de ralentización. Decimos que es lógico porquemantener una velocidad de recuperación similar a la que había al comienzo de la primavera, cuando estábamos saliendo del abismo, no es sostenible en el tiempo. Además, a medida que pasen los meses, el “efecto base”, es decir, la comparación frente al punto de partida, resultará menos relevante. Piensen en dónde estábamos hace un año, o año y medio. Ese “efecto base” terminará por diluirse.

En conjunto, por lo tanto, lo que estamos observando es, por decirlo en términos sencillos, algo más de pesimismo con respecto a la situación actual. Por el contrario, en líneas generales, se mantiene el optimismo a medio plazo, derivado sin duda de la aún existente confianza en el discurso de los bancos centrales, en el sentido de que la inflación en la que nos movemos tendrá un carácter esencialmente coyuntural.

Naturalmente, los mercados financieros están reseteando todos estos datos, lo que está teniendo como efecto ligeros repuntes de volatilidad en momentos dados y, sobre todo, un importante desplazamiento de rentabilidades en las curvas de deuda, significativamente en los plazos medios y no tanto en los largos (al final del día en el largo plazo, la idea de un mundo de baja inflación sigue siendo el escenario central de todo el mundo).

No obstante lo anterior, conviene no dejarnos llevar, ni mucho menos por los nervios y menos aún por la desesperanza. La realidad es que lo que está ocurriendo es el fruto de una recuperación económica realmente notable, teniendo en cuenta la profundidad de la depresión en la que nos hundimos el año pasado. Estamos hablando de normalización económica, lo cual debe inferir cierto grado de normalización monetaria. En otras palabras, una progresiva desescalada de las inyecciones monetarias, por parte de los bancos centrales y un proceso de razonable positivización en los tipos de interés. O, si lo prefieren, un mundo menos asistido por analgésicos financieros.

Así que nos encontramos ya con el cierre de ejercicio a las puertas (los cierres de ejercicio son como las navidades: cada año comienzan antes), y una cierta sensación de vértigo: el año ha sido muy bueno en bolsa, conviene no estropearlo al final. Por lo que se refiere a renta fija, no podemos decir lo mismo en cuanto a valoraciones, pero el repunte de tires hace más fácil el poder invertir.

Estas incertidumbres están pesando, sin duda, en el ánimo general de unos inversores que, además y para colmo, no descartan algún tipo de corrección si la inflación persiste pero, por otro lado, mantienen niveles de liquidez tan elevados que actúan en la práctica como un sostén ante estas correcciones, cuando se producen. Por ello, máxima prudencia y atención a los datos que se publiquen, significativamente a la inflación. Sin olvidar que, de fondo, la corriente general económica nos sigue llevando, y así será durante bastante tiempo, por una senda positiva.

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