La terrible guerra que se está librando en Ucrania es un capítulo más en la saga de la volatilidad de los precios energéticos. El aumento de los precios mayoristas de la energía está haciendo mella en los costes domésticos de la electricidad y el gas e incrementa la presión económica que sufren millones de hogares. […]
| 06 may 2022
La terrible guerra que se está librando en Ucrania es un capítulo más en la saga de la volatilidad de los precios energéticos. El aumento de los precios mayoristas de la energía está haciendo mella en los costes domésticos de la electricidad y el gas e incrementa la presión económica que sufren millones de hogares. No obstante, existe un abanico de soluciones a largo plazo que no solo mitigarían el impacto de los elevados precios de la energía, sino que también reducirían las emisiones.
Desde el punto de vista histórico, ya sea a causa de Rusia, Venezuela, Irán, Libia, Irak o muchos otros países exportadores de energía, el suministro de petróleo y gas siempre ha sido volátil. El año pasado, el precio del gas natural importado a Europa aumentó un 300%. Mientras que la electricidad proviene de muchas fuentes diferentes, como el carbón, la energía hidroeléctrica, la nuclear y las renovables, en Europa su precio viene fijado principalmente por el precio del gas. Esto significa que los consumidores tendrán que hacer frente no solo a facturas de gas más elevadas, sino también a unos altos precios de la electricidad.
La respuesta de la mayoría de los gobiernos se basa en soluciones a corto plazo, como subvenciones que no evitan que los precios mayoristas de la energía sigan altos durante más tiempo. Sin embargo, las autoridades podrían adoptar varias medidas a largo plazo con beneficios más duraderos, que pueden mitigar este tipo de crisis energéticas en el futuro, disminuir los costes energéticos y reducir las emisiones de carbono.
Soluciones climáticas para reducir las emisiones de los edificios
Una gran parte del problema es la cantidad de energía que se utiliza para calentar los edificios. En muchos países del noroeste de Europa, como Reino Unido, la calefacción de los edificios supone alrededor de una cuarta parte de las emisiones anuales.
La Comisión Europea estima que el 11% del parque de edificaciones de la Unión Europea se somete a algún tipo de rehabilitación cada año, pero solo el 1% de las rehabilitaciones aborda la eficiencia energética. Si Europa quiere alcanzar las cero emisiones netas necesita aumentar rápidamente el ritmo de las mejoras de la eficiencia energética en los inmuebles impulsando, entre otras, las siguientes medidas:
El aislamiento de los edificios mantiene su temperatura y, de esa manera, reduce la pérdida de calor en invierno y el exceso del mismo en verano, que obliga a consumir más energía para refrigerar el edificio. En climas más fríos, un edificio con un aislamiento eficiente de tejados, paredes, puertas, ventanas y suelos utiliza solo el 10% de la energía que necesita un inmueble no aislado (Levine et al, 2007) y, según la consultora PRC Bouwcentrum, la inversión suele amortizarse en menos de 10 años. Las políticas que crean incentivos para la implantación del aislamiento (por ejemplo, las subvenciones) tendrían un beneficio económico relativamente rápido y duradero.
2. Bombas de calor
Las bombas de calor son sistemas que utilizan un ciclo de refrigeración para transferir energía térmica de un espacio a otro. El calor puede trasladarse desde el exterior hasta un espacio cerrado con el fin de calentar un edificio o el proceso puede invertirse para que funcione como aire acondicionado. Pueden calentar el aire directamente o el agua, que circula y se libera a través de emisores de calor.
Las bombas de calor suelen ser mucho más eficientes energéticamente que un simple calentador de resistencia eléctrica y su huella de carbono es menor que la de otros calentadores que utilizan combustibles fósiles, como el gas natural. Las bombas de calor alimentadas por hidrógeno producen muchas menos emisiones.
El aislamiento y las bombas de calor pueden mejorar notablemente la eficiencia energética de un edificio y la calefacción podría abordarse con hidrógeno verde, otra tecnología baja en carbono que podría contribuir a reducir las emisiones de CO2 mediante su uso de energías renovables para alimentar la electrólisis del agua y extraer energía en forma de gas.
Casi el 20% del gas natural podría reemplazarse por hidrógeno verde en las infraestructuras gasistas existentes, un porcentaje que podría aumentar con la modernización de las conducciones. Actualmente también existen calderas que pueden funcionar con un 20% de mezcla de hidrógeno y otras que se encuentran en desarrollo que pueden cambiar completamente entre hidrógeno y gas natural. Los cuatro fabricantes más grandes del sector se han comprometido a que sus calderas basadas en hidrógeno no cuesten más que sus versiones de gas natural.
Los responsables políticos son cada vez más conscientes de que la lucha contra las emisiones de los edificios debe formar parte de nuestra estrategia climática, pero las situaciones de emergencia como la que estamos viviendo ponen de relieve los desafíos. Estamos ante una oportunidad para que los gobiernos aborden la pobreza energética y el cambio climático de manera simultánea, al apostar por políticas que puedan disminuir estructuralmente nuestra dependencia de los combustibles fósiles, protegernos de la volatilidad de los precios de la energía y, lo más importante, apoyar la transición hacia las cero emisiones netas.
