Tengo que admitir que, esencialmente, no me gusta la distinción entre “valor” y “crecimiento”, aunque haya sido objeto de innumerables ensayos y libros y probablemente lo seguirá siendo. En última instancia, el objetivo de cualquier inversor es el mismo: obtener unos rendimientos atractivos, es decir, generar “valor”, independientemente de dónde provenga por definición. Quien compra […]
Tengo que admitir que, esencialmente, no me gusta la distinción entre “valor” y “crecimiento”, aunque haya sido objeto de innumerables ensayos y libros y probablemente lo seguirá siendo. En última instancia, el objetivo de cualquier inversor es el mismo: obtener unos rendimientos atractivos, es decir, generar “valor”, independientemente de dónde provenga por definición. Quien compra una acción lo hace porque, tras reflexionar detenidamente, llega a la convicción de que su valor es realmente superior al precio que debe pagar por ella, y que lo seguirá siendo.
Por lo tanto, no me queda claro cuál es exactamente la diferencia entre los títulos de crecimiento y los de valor. La mayoría de gente, según se desprende de las conversaciones, incluye en el segmento de valor aquellas acciones cíclicas que se han desplomado en la bolsa, es decir, las empresas muy dependientes de la coyuntura que, debido a la vulnerabilidad de sus modelos de negocio, son las principales perdedoras de la crisis de la COVID-19: aerolíneas, bancos, etc. Sus cotizaciones se han reducido a la mitad o incluso a un tercio en el último año, por lo que su PER parece increíblemente atractivo: por debajo de diez, por lo menos si se toman como base los beneficios del año anterior (también en este caso, ¡cuidado, es agua pasada!) Las últimas rebajas del mostrador de ofertas. Dos por el precio de una…
Por otra parte, por títulos de crecimiento se entienden los de aquellas empresas que presentan una alta valoración bursátil, cuya cotización se encuentra en torno a sus máximos históricos porque las perspectivas de crecimiento parecen estupendas: las ganadoras de la digitalización y de la COVID-19. Para los inversores en “valor”, levantan sospechas: después de alcanzar la cúspide, llega la gran caída. Ay del que se haya atrevido…
Al fin y al cabo, los inversores no deberían pensar tanto en términos de valor y crecimiento, que a veces pueden tener unas definiciones muy individuales, sino dedicar tiempo a encontrar buenas empresas, verdaderos títulos de calidad, ya que la calidad supera la media a largo plazo. ¿Y en qué se distingue una buena empresa? Independientemente del sector al que pertenezca (de acuerdo, actualmente todo el mundo mira las acciones tecnológicas…) o en qué país está domiciliada, una muy buena empresa se caracteriza por lo siguiente: cuenta con un modelo de negocio fiable y un balance saneado; genera unos ingresos regulares que pueden pronosticarse relativamente bien y presenta un crecimiento rentable (¡crecer solo por crecer, y si se consigue con financiación externa, es peligroso!); tiene un posicionamiento mundial y una excelente dirección.
Solo encontrarán unas pocas empresas que respondan al 100 % de estas características. Por consiguiente, el inversor siempre debe evaluar las oportunidades frente a los riesgos. Una y otra vez. Para los inversores particulares, esto resulta difícil. Se requiere tiempo y competencias. Lo determinante siempre es un conocimiento lo más profundo posible de la empresa en la que se invierte; es lo único que permite prever con cierta fiabilidad la evolución de los beneficios futuros y, por ende, el valor razonable de una empresa.
La calidad tiene un precio, pero este también tiene sus límites. Si todas estas buenas cualidades ya parecen estar descontadas en el precio, entonces una buena empresa sigue siendo una buena empresa, pero probablemente no es una muy buena inversión.
Una vez se han hecho los deberes, hacen falta principalmente dos cosas: paciencia y firmeza. Los mayores obstáculos para muchos inversores son las fluctuaciones a veces fuertes de los precios. Para ellos, la volatilidad –como designan los economistas a las oscilaciones de precios– es un sinónimo de riesgo, por desgracia. Nunca he entendido esto. ¿Por qué debería ser mayor el riesgo de comprar una acción de gran calidad cuando su cotización ha caído un 20 %, si no ha cambiado su modelo de negocio ni la calidad de la empresa?
Más vale pensar de forma pragmática: la ganancia se obtiene, entre otras cosas, con la compra. La volatilidad siempre ofrece oportunidades. Con el tiempo, da sus frutos: es un potente aliado.