El denominado síndrome del impostor se popularizó cuando Michelle Obama confesó públicamente que lo padecía. Consiste en que la persona siente que no merece los logros que tiene, siente que en realidad no es capaz y sufre pensando que, tarde o temprano, los demás se van a dar cuenta de que es un fraude, que […]
Dirigentes Digital
| 27 ene 2023
El denominado síndrome del impostor se popularizó cuando Michelle Obama confesó públicamente que lo padecía. Consiste en que la persona siente que no merece los logros que tiene, siente que en realidad no es capaz y sufre pensando que, tarde o temprano, los demás se van a dar cuenta de que es un fraude, que está fingiendo. Las pruebas de haber sido capaz son minusvaloradas, pensando que han sido por suerte, coincidencia, o bien como resultado de haber hecho creer a otros que son inteligentes y competentes.
Se estima que alrededor de un 70% de las personas con un buen desempeño laboral, incluso brillante, sufren en mayor o menor medida este problema psicológico. Pero si nos salimos del mundo laboral, en las relaciones interpersonales calculamos que este porcentaje sería superior al 90%, aunque puede ser un sentimiento que fluctúa y no tiene por qué percibirse constantemente.
Se cree, erróneamente, que hay varias categorías o tipos de “síndrome del impostor”, como el perfeccionista, el individualista, el que se muestra como experto… pero en realidad son estrategias diferentes en un intento de resolver el problema.
Con algunas de estas estrategias se van a ver identificados, bien en su vida profesional, en la personal o, muy probablemente, en ambas. Son, por ejemplo, la tendencia a fijarse metas muy ambiciosas y exigirse y esforzarse mucho para lograrlas, sentirse mal cuando no se logran dichas metas, ejercer un control férreo sobre uno mismo, dar una imagen de seguridad pase lo que pase, tratar de hacer todo por uno mismo y no pedir ayuda, disimular los errores y no reconocerlos…
Estas estrategias no funcionan ni a medio ni a largo plazo y desembocan en estrés laboral, agotamiento, problemas en las relaciones con los demás y, en general, en el deterioro de la propia salud mental, pudiendo derivar, en los casos más severos, hacia ansiedad, depresión, consumo de sustancias y otros trastornos.
Como en otras muchas ocasiones, los consejos que se dan para resolver este problema son completamente infructuosos. Inicialmente se aconsejaba, como le dijeron a Michelle Obama, rodearse de personas que te demuestren y recuerden lo valioso que eres. Esto, evidentemente, ni aún en el caso de que se pudiera hacer, no va a resolver el problema e, incluso, podría empeorarlo.
En la actualidad, los consejos que se dan son del tipo “encuentra la satisfacción en los logros y cultiva tu autoconfianza”, “asume que no todo puede ser perfecto y que los errores son parte natural del proceso”, “demuéstrate lo que vales”, “haz las cosas por ti mismo y no por la opinión los demás”, “gana confianza interna, para que te sientas competente” … es decir, haz lo contrario de lo que te pasa. ¿¿Pero cómo se hace eso?? Son frases o consejos probablemente bienintencionados, que suenan bien, pero imposibles de implementar por el simple hecho de querer que sea así. Es como decirle a una persona con dolor de muelas “no dejes que te duela porque tú mereces estar sano”.
La manera de resolver cualquier conflicto psicológico es comprender sus causas reales, sus verdaderas causas. Se ha hablado de que el origen del síndrome pueden ser las dinámicas familiares durante la infancia, como las comparaciones entre hermanos o familiares, la presión que ejercen los padres sobre sus hijos… Es cierto que estas circunstancias pueden influir en una dirección u otra, a cada hijo de una manera diferente, pero no son las verdaderas causas.
El origen del síndrome del impostor está en el miedo a no ser suficientemente valioso en comparación con los demás. Este temor lleva a ocultar aspectos de sí mismo y mostrar una imagen diferente, “mejor” a los demás.Y así actúa la inmensa mayoría de la gente, por eso está tan extendido este síndrome.
El desarrollo de una imagen hacia los demás va abriendo una brecha entre cómo uno cree o se siente que es y lo que muestra, esto va a ir provocando conflictos internos y sufrimiento. A esta estrategia errónea, por no saber cómo resolver los miedos y errores psicológicos, se van sumando otras, como creer que uno es valioso en función de lo que muestra y, por tanto, de lo que logra a ojos de los demás. La brecha entre cómo se siente uno y la imagen que consigue mostrar disimulando, forzándose, acaba produciendo ese sentimiento interno de ser un impostor, aunque se logren los objetivos.
Por otro lado, este proceso de autoengaño también conduce a engañarse con respecto a los demás. Así, la mayoría de la gente no se da cuenta de que los que más seguridad y fortaleza muestran, también están fingiendo.
Si una persona se examina con detenimiento puede darse cuenta de que, en el fondo, lo que hay son diferentes temores, como el miedo a que los vean débiles o poco valiosos. Una persona es valiosa por sí misma, todos los seres humanos son valiosos, hagan lo que hagan. Hay que aprender a resolver los miedos, sabiendo que éstos tienen siempre una parte emocional (como la sensación de inestabilidad o la angustia) y otra racional (las ideas erróneas que fomentan y producen el miedo). Y es entendiendo estas ideas erróneas y afrontando adecuadamente las emociones, como uno puede deshacer el condicionamiento mental que produce esa sensación de ser un fraude.