Desde hace meses, no hay un solo día en el que la inflación no ocupe los principales espacios de noticias. En cierto modo, este fenómeno es consecuencia natural de los diferentes retos a los que venimos haciendo frente en los últimos años. Los efectos, sin embargo, no tienen precedentes, tanto para las familias que intentan […]
Dirigentes Digital
| 15 dic 2022
Desde hace meses, no hay un solo día en el que la inflación no ocupe los principales espacios de noticias.
En cierto modo, este fenómeno es consecuencia natural de los diferentes retos a los que venimos haciendo frente en los últimos años. Los efectos, sin embargo, no tienen precedentes, tanto para las familias que intentan sortear la subida de los gastos domésticos como para las empresas que afrontan la escasez y el alza del precio de la energía y los problemas de las cadenas de suministro. De hecho, los informes económicos señalan el freno de varios sectores industriales en Europa, afectados por la fuerte subida de los costes de producción. Solo en España, los datos de la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa (Cepyme) apuntan que los gastos de este perfil de empresas crecieron un 24,4% en el segundo trimestre del año debido, sobre todo, al alza de los costes de los suministros (un 51,7%) y de la energía (se ha duplicado en un año).
En este contexto, quizá sorprenda si opino que no debemos entrar en pánico. Y es que, en muchos sentidos, esta crisis puede traer nuevas oportunidades para diferenciar los negocios, hacerlos más resistentes y seguir superando las expectativas de los clientes. La clave es verlo desde el prisma adecuado.
La preocupación por la situación que vivimos es, por supuesto, más que comprensible. La caída del poder adquisitivo de los hogares es un problema real y las empresas, que ven reducir su competitividad, afrontan la presión de tomar decisiones difíciles. Además, no habíamos asistido a un terremoto económico como este desde la crisis de 2008 o, incluso, desde la década de 1990. De hecho, durante un largo periodo los tipos de interés han sido excepcionalmente bajos y el entorno económico mundial, relativamente estable. Expertos como Gilles Moëc, economista jefe de AXA Investment Managers, han señalado que “después de la Gran Moderación de inicio de siglo y de la crisis financiera de 2008, que han mantenido la inflación muy baja por mucho tiempo, ahora tenemos la impresión de volver a los años 90”.
También sucede que muchos líderes empresariales y políticos se enfrentan por primera vez a una crisis tan compleja. Nunca antes habían tenido que afrontar situaciones tan críticas y toman consciencia de que necesitan redefinir sus estrategias y políticas. Mientras tanto, el resultado es una falta de confianza generalizada entre los directivos sobre la gestión de esta crisis de tanta envergadura.
Pese a todo, contamos un gran bagaje de aprendizajes a los que podemos recurrir. Si algo hemos constatado en la última década es el potencial transformador de la tecnología y su contribución al progreso. Tal es así, que ya en 2017 la Organización Mundial del Comercio reconoció el avance tecnológico como el principal motor del crecimiento mundial y el bienestar social.
Basta con pensar en la pandemia de la Covid-19: no había existido una emergencia sanitaria mundial de tal magnitud desde hacía un siglo, pero la respuesta fue rápida y colaborativa. La inversión en tecnología no sólo ayudó a crear vacunas para devolver al mundo una cierta seguridad, sino que el proceso nos condujo hacia una nueva normalidad, estableciendo nuevas formas de hacer las cosas, como el que parece salto definitivo hacia el trabajo híbrido.
Lo sorprendente fue que las empresas y las personas estaban mucho más preparadas para un mundo virtual de lo que se esperaba: años de digitalización y automatización significaban que estábamos listos para una rápida transformación.
Por eso, en esta nueva crisis es fundamental que aprovechemos la misma resiliencia y capacidad de trasformación, y que redoblemos nuestra inversión en tecnología. Al fin y al cabo, si los costes aumentan, necesitamos que la tecnología mejore los niveles de eficiencia y permita a las empresas hacer más con menos; si las cadenas de suministro se tambalean, necesitamos herramientas para controlar los procesos en tiempo real y reaccionar a tiempo para solucionar cada incidencia; y si existe inquietud por el futuro de los negocios, se necesita la tecnología para analizar los datos e identificar tendencias y nuevas áreas de crecimiento.
Cuando comenzó a hablarse de transformación digital décadas atrás, invertir en tecnología era fruto de una obligación tácita de adaptarse a los nuevos tiempos, más que una verdadera apuesta estratégica y, en numerosas ocasiones, conllevaba un muy bajo retorno de la inversión. Hoy día, la tecnología es parte vertebral de las iniciativas estratégicas de cualquier empresa, con el reto de conseguir soluciones transversales que permitan vincularse a todas áreas de negocio; es decir, plataformas tecnológicas que nos permitan ser diferencialmente competitivos y obtener un claro retorno de la inversión a través de la eficiencia en tiempos donde los presupuestos van a reducirse.
En este aspecto, la migración a la nube se convierte en un aspecto clave en el entorno económico cada vez más complejo.
La importancia del cloud se constata, incluso, dentro de los propios objetivos de la Década Digital de la UE27: que el 75% de las empresas en 2030 utilicen la computación en la nube. Según un informe de Deloitte para Vodafone, el porcentaje ha ido creciendo con creces entre 2016 y 2020, pero aún estamos en el 26%, lo que indica la necesidad de acelerar esta adopción. En España, estamos alrededor del 22%, esto es, 6pp por encima de 2018 y 53pp de distancia del objetivo.
Tanto si se trata de obtener agilidad, flexibilidad, resistencia, satisfacción de los empleados, fidelidad de los clientes o alcanzar los KPI de sostenibilidad, será muy importante elegir la plataforma estratégica que permita orquestar y automatizar las inversiones realizadas en las últimas décadas.
Por todo esto, es hora de actuar, no de esperar. Podemos atrincherarnos o podemos apostar por ser ágiles y ganar competitividad. Destinar esfuerzos para trabajar en la nube es clave para desbloquear la eficiencia, satisfacer las necesidades de los clientes y acelerar el crecimiento.