Parece que debemos empezar a acostumbrarnos a crisis cada vez más frecuentes. Desde la que vivimos en los 90 hasta la que padecimos en 2008, el mundo vivió una larga época de crecimiento económico especialmente protagonizada por sentar las bases de la globalización, con las ventajas y riesgos que este proceso supone. Y parece que […]
Dirigentes Digital
| 03 abr 2023
Parece que debemos empezar a acostumbrarnos a crisis cada vez más frecuentes. Desde la que vivimos en los 90 hasta la que padecimos en 2008, el mundo vivió una larga época de crecimiento económico especialmente protagonizada por sentar las bases de la globalización, con las ventajas y riesgos que este proceso supone. Y parece que uno de estos últimos es la rápida dispersión de cualquier tipo de coyuntura negativa desde una esquina cualquiera del mundo hacia el resto del planeta.
La dependencia financiera hacia EEUU provocó que la crisis hipotecaria en aquel país afectara a medio mundo. Más tarde, la dependencia comercial con China nos trajo una pandemia mundial como no se recordaba. Y ahora, la dependencia de productos básicos procedentes del este de Europa, como la energía o los cereales, está llevando a la inflación y a los tipos de interés a niveles imprevistos hace tan solo un año.
Y como suele ocurrir en cualquier crisis, la población más vulnerable es la que más se ve afectada por la situación. En el caso concreto de lo que estamos viviendo ahora mismo, muchos ciudadanos están viendo cómo su capacidad financiera se ve mermada porque no tienen acceso a las herramientas que necesitan para poder seguir desarrollando su vida de forma normal. Si lo vemos desde el lado contrario, es lógico que las entidades financieras se quieran blindar ante un incremento previsible de los riesgos, pero también, como sociedad, debemos ser capaces de cooperar y entender sus procesos para ayudarles a que dispongan del mayor número de datos posibles a la hora de tomar decisiones y evitar así que la economía entre en una desaceleración similar a la de 2008, encontrando un equilibrio que permita, por un lado, a las entidades controlar los riesgos y, por otro, a los ciudadanos acceder a la financiación necesaria.
La falta de información sobre algunos clientes provoca consecuencias no deseadas: la marginalización –o incluso el bloqueo- de los ciudadanos que más oportunidades necesitan para acceder a créditos. Las entidades precisan de un conocimiento exhaustivo de sus clientes, especialmente en coyunturas como la actual, para minimizar sus riesgos y, en ocasiones, la falta de información actualizada sobre algunos clientes hace que la precaución reduzca las posibilidades a miles de ciudadanos.
En un estudio que hemos realizado en TransUnion se destaca que, en concreto en España, hasta el 14 % de los ciudadanos ha visto cómo se le rechazaba una solicitud de crédito solamente porque el banco no tenía acceso a su información financiera. A esta cifra se suma otro 11 % que ni siquiera llega a solicitar un préstamo porque cree que el banco se lo va a denegar debido a su situación laboral. Es decir, uno de cada cuatro españoles no tiene acceso a financiación en los establecimientos tradicionales sin una razón objetiva.
De forma similar, el 19 % de los españoles se queja de que la entidad financiera tarda mucho en tomar decisiones y el 11 % cree que se piden demasiados datos. Por eso, uno de cada cinco españoles cree que adquiriría más productos relacionados con créditos si los bancos fueran más claros, especialmente en lo que se refiere a costes, tipos de interés o incluso fechas de devengo.
Los datos del estudio también muestran que es complicado alcanzar una plena inclusión financiera, lo que supondría, a efectos prácticos, poder abrir un segundo producto relacionado con crédito o refinanciar el existente, entre otras opciones. Tan solo un 2,5 % de la muestra consultada en todo el mundo admite haber cambiado su estatus financiero en el último año, aunque varía según los países: el 12 % de los canadienses se consideraba excluido del mercado crediticio en el pasado pero no en la actualidad, frente al 11 % de colombianos o el 3 % de los indios que se siguen sintiendo excluidos.
Según lo que hemos podido observar en el estudio, las entidades financieras que son capaces de entender la situación financiera de sus clientes pueden establecer importantes vías de crecimiento y venta cruzada con ellos reduciendo, por tanto, los riesgos en la toma de decisiones. Por eso, precisamente, es importante que los bancos tengan la capacidad de analizar a los clientes y puedan tener acceso a información complementaria, como, por ejemplo, el uso de servicios de telefonía (pagos, recargas, uso de datos, dispositivos…) o de otros servicios esenciales (gas, agua…) con los que se puede trazar un perfil más preciso del potencial cliente.
Sin ir más lejos, y por poner un ejemplo concreto, en Colombia, las entidades financieras utilizan ciertos atributos demográficos tendenciales y de algunos sectores como, entre otros, los servicios de telecomunicaciones. Gracias a ello, se ha incrementado la visibilidad de cinco millones de consumidores aumentado exponencialmente las oportunidades de negocio tanto de las entidades financieras como de otras empresas.