Dentro de unos quince años, la inteligencia artificial y su brazo armado, la automatización, habrán tenido un impacto en casi todos los mercados, sectores y profesiones. Muchos están preocupados por esta evolución. Los que nos dedicamos a la automatización lidiamos a diario con frases como "¡Vais a acabar con nuestros puestos de trabajo!" o "Los robots terminarán por sustituirnos y entonces, ¿de qué viviremos?".
Dejen de preocuparse. Aunque muy extendido, se trata de un tópico falso, utilizado a menudo por los fervientes opositores a la evolución. Y no, la automatización no acabará con el empleo, aunque esto no significa que no vaya a tener impacto en el mercado laboral.
Hace un par de años, el Foro Económico Mundial (Davos) señalaba que entre 2020 y 2025 desaparecerán unos 85 millones de puestos de trabajo en su forma actual, pero que paralelamente se crearán 97 millones de puestos nuevos. Las competencias de los trabajadores cambian constantemente, y en cada generación algunas quedan obsoletas y otras nuevas emergen. El patrón no cambia. La mano de obra de hoy, pero sobre todo la de mañana, tendrá que aprender nuevos aspectos, adquirir nuevas competencias y, finalmente, integrar las habilidades que un robot, o mejor dicho, un trabajador digital, no puede desarrollar.
Prácticamente todos los sectores sufrirán esta catarsis que dará paso a una nueva revolución del tejido industrial. La automatización será responsable de la desaparición de los puestos de trabajo de bajo valor añadido, pero a su vez será promotora de que surjan nuevos perfiles más especializados. Según concluyen estudios de diferentes consultoras, el 65% de los niños de hoy trabajaran en profesiones que aún no existen.
De hecho, la inteligencia artificial no puede hacerlo todo. Por ejemplo, no es capaz de ser creativa o empática y por eso nuestras economías siempre necesitarán a los humanos. En realidad, estamos asistiendo a una transición hacia un mundo laboral donde los trabajadores humanos van a concentrarse en las tareas de mayor valor añadido.
El caso de un empleado en una tienda puede servir de ejemplo: hoy, dedica una cantidad considerable de tiempo a tareas administrativas y de informática. En el futuro, gracias a la integración de procesos automatizados, volverá a disponer del tiempo necesario para dedicarse a lo que realmente importa en su trabajo: vender, asesorar, comunicar y relacionarse con los clientes. En última instancia, se trata de crear un entorno laboral donde las personas puedan concentrarse en sus tareas principales.
Los médicos también pueden servir de ejemplo: cada vez participan menos en el análisis de las imágenes médicas (radiografías, ecografías, etc.) y es probable que pronto dejen de hacerlo por completo; no obstante, los médicos seguirán desempeñando un papel muy importante en el asesoramiento y el acompañamiento de sus pacientes. Por lo tanto, no habrá menos personas ejerciendo de médico, sino más profesionales “aumentados”, o sea, asistidos por una automatización que, a su vez, llevará a una mayor productividad.
Otro aspecto a tener en cuenta sería una percepción más amable del trabajo, ya que con menos tareas tediosas (como, p. ej., la introducción de datos o trabajos administrativos), los puestos de trabajo se centrarán más en las relaciones humanas. Visto así, la automatización ayudará a mejorar la motivación de los empleados.
En las tres primeras revoluciones industriales, la sociedad estaba motivada por ir más lejos: los trabajadores humanos dejaron de apretar tornillos manualmente para manejar maquinas que lo hacían en su lugar. Cuando Henry Ford introdujo la estandarización en sus fábricas, no redujo el número de sus empleados, sino que los hizo más competentes.
El éxito del Ford T, el primer modelo de coche asequible tiene que ver tanto con la evolución de las tecnologías de producción, como con una referencia económica completamente innovadora para matar a dos pájaros de un tiro: reducir los costes de producción e indexar los salarios en consonancia con el incremento de la productividad. Cabe añadir que la idea fue tan eficaz que, posteriormente, los economistas de la escuela keynesiana la adoptaron como base para evitar la sobreproducción.
Se podría decir que hoy estamos viviendo la cuarta revolución industrial. Es la democratización y la aceptación masiva de la automatización y de la inteligencia artificial. Los primeros efectos se están notando y cada día surgen nuevos puestos de trabajo, como por ejemplo los que se dedican a la formación de los equipos para gestionar los procesos robotizados. Claro está que la cosa no parará aquí.
Lo que hay que tener claro es que la destrucción de empleo no forma parte de la agenda y no tiene ningún interés para nadie. Si se reduce el número de trabajadores, también se reducirían los ingresos de la población y, por tanto, su poder adquisitivo. Esto significaría romper con el modelo “trabajador = consumidor”… y nadie quiere aventurarse por este camino. Lo cierto es que vamos a asistir a algunos cambios emocionantes en los próximos años: cambios en las costumbres, las condiciones de trabajo, la formación, etc. Pero no hay que perder de vista el hecho de que en ningún caso podríamos vivir en un mundo donde sólo trabajen los robots.