Por Javier Luquero, consultor responsable de motor de Eraneos
Javier Luquero
| 15 oct 2024
Hace tan solo unos días pudimos observar la caída generalizada de los valores de las principales marcas de automóviles europeas como Volkswagen, Stellantis o Aston Martin, motivadas principalmente por el anuncio de profit warnings, enfriando las expectativas de venta de vehículos y los beneficios de estas empresas, y esto sólo lo podemos entender si tenemos en cuenta el contexto de la industria.
El sector de la automoción está cambiando a una velocidad a la que no estaba acostumbrado. La disrupción tecnológica, el incremento significativo de la competencia y el cambio en las tendencias del consumidor están poniendo en riesgo la cuota de mercado que habían ocupado las marcas tradicionales que todos tenemos en mente.
Hace poco más de 10 años, los vehículos eléctricos parecían una quimera para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Recuerdo, con cierta añoranza, aquel Twizy que tuve en mi primera experiencia profesional en Renault, y he de reconocer que las sensaciones por aquella época ya eran distintas a un vehículo de combustión.
En poco más de una década, vemos, por primera vez en la historia, que un vehículo eléctrico, el Tesla Model 3, está a punto de conquistar el liderazgo en ventas mensuales en España. Más allá de interpretarlo como algo coyuntural por el agresivo planteamiento comercial sumado a las ayudas estatales, es un hito conseguido como resultado de un planteamiento único en producto y distribución. Y el modelo planteado por Tesla está siendo adoptado rápidamente por incipientes competidores asiáticos.
Es cierto que las administraciones están intentando, a través de medidas proteccionistas como la imposición de aranceles a las importaciones de vehículos cuyo origen es China, proteger la industria europea, vital para el empleo y la generación de riqueza. Pero ampliando las miras, es una medida cuya efectividad podría verse limitada en el medio plazo por la implantación en Europa de marcas chinas con un modelo, a priori, de ensamblaje de piezas, como está planteando Omoda en la antigua fábrica de Nissan en Barcelona. En un intento por analizar la causa raíz, estas medidas solo ralentizarán la transformación radical que la industria necesita.
Las marcas tradicionales tienen un pasado que desincentiva la adaptación, con un mercado claramente segmentado y unos jugadores conocidos, pero es inviable su supervivencia sin transformaciones profundas que permitan ofrecer productos mejores y más rápidos, que hagan más eficientes los costes de desarrollo y operativos y que permitan al consumidor tener una experiencia única en la adquisición y conducción de su vehículo.
Además, la complejidad tecnológica que acompaña los nuevos paradigmas de movilidad hace que se deba evaluar, desde prismas hasta ahora no explorados con anterioridad, aspectos como la ciberseguridad en los vehículos conectados, o la gestión de la economía circular a través del reciclaje de baterías, en la que poco a poco comienzan a verse avances.
Toda esta transformación no debe, sin embargo, perder de vista todos los puntos fuertes que han caracterizado a las marcas tradicionales como Ford, Volkswagen o Fiat, por nombrar algunas. Desde un punto de vista operativo, el sector debe seguir fortaleciendo la infraestructura ya creada que es cercana al consumidor y la fiabilidad en el producto que sus competidores incipientes aún no han podido demostrar como herramienta de fidelización de clientes.
A pesar de este entorno desfavorable para las compañías, es indudable que, para el consumidor, el abanico de opciones, tecnologías y precios tenderá a ser cada vez más amplio, viéndose beneficiado de mayores ventajas por el incremento de la oferta.
El viento se ha levantado. Hay que competir.