Por Paula Román, directora general de Feníe Energía
EnergíaDirigentes Digital
| 13 dic 2023
El Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC) y los permisos concedidos para nuevas renovables nos permiten acariciar la posibilidad de ser el país europeo con la energía más barata.
En estos momentos, si todos los desarrollos que están en trámite se materializaran (y si hubiera suficiente almacenamiento), la energía eólica y fotovoltaica pasarían de generar el 40% de la electricidad en 2022 a generar el 120% de consumo español. La utopía de un país de renovables es ya hoy una realidad.
Esta realidad tiene también un posible revés: si no aumenta el consumo eléctrico del país, la oferta fácilmente superaría la demanda y, como consecuencia, la energía podría ser tan barata que nadie querría hacer nuevas inversiones en renovables. Una falta de incentivo que conduciría a un frenazo y al fin del sueño de ser una potencia energética.
¿Cómo podemos conseguir un equilibrio? Por medio de tres vías fundamentales: la atracción de industrias consumidoras de energía, la interconexión con los países de nuestro entorno y el almacenamiento.
Atraer industria a España y generar riqueza sería la solución perfecta, pero hay dudas de que pudiera hacerse al ritmo necesario. Los tiempos en este tipo de decisiones internacionales son lentos. Además, para conectar industria electrointensiva, es necesario ampliar las redes eléctricas de distribución o transporte para que atiendan la nueva demanda. Para ello es necesaria una planificación compleja y agilizar los permisos para estas inversiones.
Otra manera de aumentar la demanda industrial sería electrificar ciertos consumos. La transformación más prometedora que permitiría subir cerca del 10% el consumo de electricidad en España es sustituir el hidrógeno de la industria pesada por hidrógeno producido con electricidad. Al disminuir el consumo de gas industrial aumentaríamos la independencia energética española, la rentabilidad de las renovables y se impulsaría la industria de hidrógeno nacional que será uno de los pilares energéticos del futuro.
Exportar energía eléctrica requiere acometer con urgencia el problema de las interconexiones con Europa y las barreras de Francia a su desarrollo. Cualquier ampliación de la capacidad de exportar energía eléctrica o hidrogeno por tubería llevará muchos años. La gran esperanza, impulsada por los recien- tes acuerdos con Países Bajos, es la exportación por mar de hidrógeno verde o sus productos derivados (amoniaco). Se trata de una solución cara y se necesitará una industria muy competitiva para explotar esta vía, pero lo cierto es que cambiaría el paradigma del sistema eléctrico español.
Para llevar a cabo la transición energética es necesario transformar el mercado y que no solo se pague por generar electricidad sino también por otro tipo de servicios, como el almacenamiento de energía. La electricidad hay que generarla y consumirla en el momento, el almacenamiento no aumenta la demanda, pero permite evitar desajustes temporales entre la oferta y la demanda.
El almacenamiento permitiría garantizar el suministro cuando no haya suficiente sol o viento y evitar que las plantas fotovoltaicas tengan que apagarse a ciertas horas del día cuando sobre energía solar. Los mecanismos para retribuir al almacenamiento ya se están discutiendo en la reforma europea, pero es necesario que España acelere si queremos llegar a tiempo. será la primera vez en la historia en la que tengamos una ventaja competitiva tan evidente frente a nuestros vecinos del norte. El reto es saber cómo aprovechar esta oportunidad: bien convirtiéndonos en una gran potencia exportadora de energía o atrayendo a la península inversiones e industrias electrointensivas y electrificando, además, la demanda (vehículos, calderas, etc.).