Chile ha tomado en América Latina la delantera en el desarrollo del hidrógeno verde como una de las soluciones para terminar con el uso de los combustibles fósiles. Ello le ha convertido en un aliado estratégico de Alemania, desde 2019, en la iniciativa bilateral ‘Energy Partnership’.

Para muchos europeos Chile sigue siendo la Suiza de América Latina. Pero los propios chilenos, en gran parte, lo ven totalmente diferente y cada vez resisten más lo que entienden como un “robo económico” de EEUU y países de Europa, sobre todo Alemania, que necesita a Chile para su estrategia verde. 

Pequeño, pero muy rico

Chile tiene una gran extensión (756.945 km2)  y cuenta con casi todos los climas y entornos naturales posibles en Sudamérica. Reclama también la soberanía territorial de una parte del continente antártico, donde ha establecido varias bases científicas. 

Viendo la riqueza de su país poco aprovechada por ellos mismos, hay cada vez más chilenos que quieren autodeterminarse, aunque esto no quiere decir expropiar empresas privadas ni empezar una revolución comunista. La memoria de la dictadura y el golpe de estado influye en todo esto. 

Alemania tiene la responsabilidad de ayudar a Chile en este camino, porque hay temas pendientes de trabajar todavía en las relaciones bilaterales como las responsabilidades conjuntas en la “Colonia Dignidad” creada por un nazi alemán en el Sur de Chile después de la Segunda Guerra Mundial. 

El miedo a la pobreza 

El malestar de la sociedad también alcanza a Europa y EEUU porque gran parte de sus minas, así como parques solares y eólicos, se usan para industrias de otros países. Además, parte del desierto de Chile se ha convertido en un vertedero para el resto del mundo, como ocurre con otros países latinos y africanos.

Al mismo tiempo los chilenos no quieren empobrecerse y temen un comunismo como el de Venezuela, lo que en parte se refleja en el reciente “no” redondo que le dieron a la reforma a su Constitución. Ni Allende, ni Pinochet. El nuevo presidente Gabriel Boric no lo tiene fácil. 

La sociedad chilena recuerda antiguos miedos que le impiden un progreso real y también se divide sobre su futuro económico. Así, mientras teme que aumente la pobreza, como observan en países vecinos, tampoco quiere un progreso capitalista a la americana.

Este año, Chile se encamina hacia una recesión con una inflación del 11%, un escenario parecido al de la propia Alemania. Las consecuencias para ambos, no obstante, no serán las mismas: la economía del país andino se contraerá un 2% en 2023, estima Oxford Economics. 

Los chilenos no conocen la recesión, por lo que su miedo actual es muy comprensible. Excepto en la pandemia, la economía de Chile creció en promedio un cinco por ciento anual durante tres décadas.

Distribución de la riqueza 

Al mismo tiempo, Chile necesita aliados económicos y políticos fuertes como Alemania, España y EEUU para gestionar una política pragmática contra la desigualdad económica y evitar perderse, como otros países del continente, en conflictos ideológicos.

La salud pública gratuita que rige desde septiembre y que beneficiará a unos cinco millones de personas -más de la cuarta parte de la población- es un gran avance. Para Boric es un impulso necesario a su popularidad entre quienes temen al comunismo y para ello también le ayuda Pedro Sánchez, que en su país tiene problemas similares. 

España ha elegido Chile como su aliado de referencia en el continente justamente por la estabilidad y la reducida polémica histórica hacia los españoles. Esta alianza le conviene al joven Boric, que depende económicamente de Europa. 

España fue el noveno país cliente y el octavo proveedor de Chile en 2021, según el ICEX. Las exportaciones españolas a Chile en 2021 llegaron a 1.751,4 millones de euros, un  35% más que en 2020, mientras que las importaciones españolas de productos y servicios chilenos en ese mismo periodo aumentaron un 23,8%.

La oportunidad de invertir

Chile -destaca un informe de la  Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE)- ofrece buenas oportunidades para la exportación relacionada con minería, energía, suministro de agua, agricultura y la industria agroalimentaria (mecanización, irrigación y mejora de la productividad en hortofruticultura, conservación, pesca y vinícola). 

Además, existen proyectos en áreas como gestión del agua, movilidad urbana, desarrollo de energías renovables, mejora de carreteras, obras públicas e infraestructuras de transporte, así como turismo, todos abiertos a la inversión extranjera. 

En suma, toda una agenda de oportunidades que se abren con el ímpetu de un nuevo equipo de gestión que viene dando señales de querer llevar adelante una agenda  más pragmática que ideológica. La consabida “luna de miel” de los nuevos gobiernos no sólo con la sociedad, sino también con los mercados.