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El nuevo gobierno de Argentina busca el equilibrio

“Aprendamos a vivir como los uruguayos: respetándonos y sonrientes", fue la frase que eligió el nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández, para terminar una entrevista televisiva en la segunda semana de su mandato. La mención a sus vecinos era una referencia a la presencia que marcaron (el 10 de diciembre, en su asunción) el presidente saliente de […]

Internacional

Dirigentes Digital

26 dic 2019

“Aprendamos a vivir como los uruguayos: respetándonos y sonrientes", fue la frase que eligió el nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández, para terminar una entrevista televisiva en la segunda semana de su mandato. La mención a sus vecinos era una referencia a la presencia que marcaron (el 10 de diciembre, en su asunción) el presidente saliente de Uruguay Tabaré Vázquez y su sucesor, Luis Lacalle Pou.

El país que le toca gobernar ahora a Fernández no se caracteriza exactamente por ese tipo de convivencia afable entre sectores que piensan diferente. Más bien, se define por lo contrario, una enemistad flagrante entre los que están en uno y otro lado de lo que llaman “la grieta”, una inmensa e infranqueable hendidura metafórica que los argentinos dicen que surca a lo largo del territorio real y simbólico de su identidad.

Grieta y combustión social

Esa beligerancia es uno entre los distintos desafíos que enfrenta el nuevo mandatario para estabilizar a la república sudamericana, nuevamente gobernada por el peronismo, un movimiento cívico-místico-militar del siglo pasado que pervive a través de diversas mutaciones aunque generando igual grado de rechazo en un importante sector de la sociedad argentina. La tensión se agrava ahora por la reducida diferencia de votos con que esa doctrina llegó al poder esta vez, resultando en un tipo de polarización “a la Venezuela”, casi 50-50.

A semejante combustible social se le suma una situación económica frágil, con una serie de vencimientos de deuda cayendo en cascada, reservas limitadas, recesión, inflación en torno al 50%, pobreza del 40%, reposicionamiento de inversores internacionales y una prima de riesgo país que oscila alrededor de los 2000 puntos. Por si eso fuera poco, el expresidente boliviano Evo Morales, con orden de captura internacional por ser considerado “terrorista” por las autoridades provisorias de su país, se ha lanzado contra EEUU desde que se refugió en el país de Fernández.

A pesar de “problemático y febril” (caracterización del siglo XX formulada por el poeta argentino Enrique Discépolo en su tango Cambalache, de 1934), tal escenario no es inusual para los argentinos, dueños de una particular habilidad para crear, aproximadamente cada diez años, una encrucijada semejante. Una de las más trágicamente conocidas fue la de 2001, cuando un presidente socialdemócrata (Fernando de la Rúa) tuvo que huir en helicóptero de la casa Rosada debido al grado de inflamabilidad a que habían llegado los acontecimientos.

Emergencia económica

Con esos episodios en la memoria reciente, Fernández -que creció en la política desde unos remotos orígenes en el neoliberalismo que ahora dice combatir- ha articulado su artillería para calmar los ánimos sociales a fuerza de expansión del gasto público, aumento y extensión de impuestos (presentados como medidas de “justicia social”), renegociación con el FMI y demás acreedores (actos de “soberanía”), entre otras disposiciones contenidas en la Ley de Emergencia Económica que aprobó el Congreso en un trámite exprés la semana pasada.

“Todas estas medidas están pensadas como parte de un programa integral, todas interconectadas. Estamos teniendo mucho cuidado en resolver todos los desequilibrios”, dijo el ministro de Economía, Martín Guzmán, discípulo del Nobel de Economía Joseph Stiglitz. El paquete también contiene pagos extraordinarios a jubilados y pobres, la imposición al sector privado de un aumento de salarios, un 30% de aumento a tributos para la compra de divisas y pago de servicios contratados por internet, además de una tasa sobre la exportación de granos que causó malestar a su vecino Brasil.

Tomando precauciones

Entre las primeras reacciones, que aún están en curso, un grupo de acreedores ya contrató a consultores para renegociar la deuda del gobierno local. De acuerdo con Bloomberg, un grupo de tenedores de bonos argentinos -entre los que se encontrarían Greylock Capital, T. Rowe Price- contrató a UBS Securities LLC y Mens Sana Asesores LLC para facilitar un “diálogo constructivo” después de que Fernández dijera que para poder pagar “primero hay que crecer”.

Tómese en cuenta además que la versión actual del peronismo que venció en las elecciones encuentra una oposición significativa no sólo en las filas de Macri -que, a pesar de haber perdido la presidencia, creció sustantivamente en apoyo popular- sino también entre sus propios cuadros, en un símil de las pujas históricas que la izquierda internacional ha tenido entre radicales y moderados. En el caso argentino, la tensión es entre quienes siguen a Cristina Kirchner (cristinistas, o radicales) y quienes siguen a Fernández (albertistas, o moderados).

Poder controlado

Así, el veto a un proyecto de ley que otorgaba a Fernández amplias facultades para reformar el Estado es la carta de triunfo que, por ahora, puede levantar la oposición en resguardo de la calidad institucional de la democracia argentina aún en una crisis de tal gravedad como la actual. Si el poder descontrolado en cualquier lugar es sinónimo de tiranía, en el caso argentino ha sido casi un rasgo sine quanon de sucesivas encarnaciones del peronismo.

Para la actual, al menos, no lo será. Ya sea por la exhortación del propio Fernández (a emular a los uruguayos, “respetuosos y sonrientes”) o bien por la actuación de ese nuevo sujeto histórico argentino, que (aún con errores) fue representado en los cuatro años de Macri como jefe de Estado. Resta por verse si en esta década de 2020 que se inicia Argentina entrará por fin en el siglo XXI o si aún permanecerá bajo el influjo de las ideas que dieron origen a los actuales gobernantes. Las posibilidades ahora están casi 50 a 50 y la moneda girando en el aire nuevamente.

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