En el España-Chile de Maracaná en Río de Janeiro de la primera ronda del torneo, donde la campeona mundial cayó eliminada, 90 personas (88 chilenos, un colombiano y un boliviano) fueron detenidas junto a la sala de prensa del estadio, tras entrar a la fuerza en el mismo. Además de romper las frágiles paredes de […]
Dirigentes Digital
| 26 jun 2014
En el España-Chile de Maracaná en Río de Janeiro de la primera ronda del torneo, donde la campeona mundial cayó eliminada, 90 personas (88 chilenos, un colombiano y un boliviano) fueron detenidas junto a la sala de prensa del estadio, tras entrar a la fuerza en el mismo. Además de romper las frágiles paredes de madera que cercaban la sala de los periodistas, los invasores crearon una confusión que dio la vuelta al mundo y que fue reportada por los medios a tiempo real.
El pasado domingo 22 expedía el plazo para que los detenidos no residentes en Brasil abandonaran el país, mientras que a los chilenos que viven en el gigante sudamericano se les prohibió la entrada a partidos en los estadios del Mundial, sanción que también recibió el resto de extranjeros.
El cónsul chileno en Río de Janeiro, Samuel Ossa, restó importancia al hecho ante los medios brasileños, a los que declaró que los detenidos "no son delicuentes" y que la invasión "no fue un acto premeditado". "Tienen que cumplir las normas de la justicia brasileña. Cuando vas a casa de alguien, no pones los pies encima de la mesa", ejemplificó el cónsul, quien aseguró que "la mayoría reconoce que se equivocó".
Según Ossa, muchos de los que intentaron entrar de esta manera al mítico estadio habían estado buscando entradas en el mercado de la reventa, donde un ingreso para el Chile-Holanda del Itaquerao de Sao Paulo -cuando ninguna de las selecciones se jugaba nada porque ya estaban clasificadas para octavos de final- se llegó a pagar hasta 2.000 reales (unos 665 euros). Pese a ser el más rocambolesco de los acontecimientos por ahora en torno a los accesos a los estadios del Mundial, no es el único.
Para el encuentro entre Argentina y Nigeria, el gobierno de Río Grande do Sul, estado brasileño vecino de Uruguay, calculaba que unos 50.000 argentinos se trasladarían hasta Porto Alegre, ciudad sede que acogería el choque.
De los 50.000, las autoridades estimaban que hasta 32.000 llegaran a tierras "gauchas" sin entrada para ver a su selección en el estadio Beira-Rio.
Como medida cautelar, varias calles cercanas al estadio y en el centro de la ciudad fueron cerradas al tránsito de vehículos, con el fin de que los albicelestes pudieran campar a sus anchas y festejar sin preocupaciones.
Chilenos y argentinos, entre otros, introdujeron también un nuevo modo de vivir una Copa del Mundo: acampados. Para evitar los altos precios de los hospedajes durante el periodo mundialista que parecen vacilar sin criterio alguno, miles de aficionados tiraron de imaginación y de ganas de hacer suya la tierra brasileña para dar aliento a su selección.
En Porto Alegre, donde los argentinos fundaron "una patria provisional", los brasileños ayudaron a acomodar las casetas de los vecinos que con menos recursos cruzaron Uruguay para llegar hasta Rio Grande do Sul.
Así, la zona que queda entre el centro de la ciudad y el Beira-Rio fue "ocupada" por miles de argentinos quienes recibieron la ayuda y algunas infraestructuras, como baños químicos o material para reforzar las tiendas de campaña, de los gestores del Campamento "Farroupilha", un conocido parque que da cobijo a eventos culturales.
Días antes al comienzo del torneo, al menos cientos de chilenos llegaron por tierra a Brasil. En caravanas y coches, los que no pudieron pagarse un avión a alguna ciudad sede del Mundial, recorrieron miles de kilómetros para llegar a tiempo a la fiesta del fútbol. Según fue reflejado por los medios locales, quienes siguieron de cerca cualquier alternativa a los modos tradicionales de transporte, hospedaje o entrada en los estadios, varios jóvenes chilenos de Santiago llevaban casi un año preparando el viaje por carretera.
De un sueño nació una idea que acabó enamorando a 110 personas, entre amigos y vecinos del barrio, que se unieron al viaje de 40 días por Brasil más los días que tardaron en llegar.
Ellos sí que tenían entradas para el Mundial, para prácticamente todas las rondas, entre ellas para los tres choques del Grupo B, donde Chile se enfrentó a España, Holanda y Australia y en el que terminó segunda lo que le garantizó una plaza en los octavos de final.
Aún así, los elevados precios de las entradas impuestos por la FIFA (solo la primera ronda se pagaba entre 30 y 60 euros, en un país con un salario base de 237 euros) y de las que solo la FIFA obtuvo beneficios directos, impidieron que muchos brasileños pudieran acceder a sus estadios pero no que se congregaran en las plazas de los pueblos donde fueron instaladas pantallas gigantes que sirvieron también de escenario para muchos extranjeros.
Es el caso de Martín Concha, chileno de 25 años, recién llegado a Brasil donde permanecerá por unos meses y que no pudo ir a ninguno de los 12 estadios que el país sudamericano puso a disposición de la FIFA para el torneo.
A falta de entradas para el Itaquerao, donde arrancó el torneo, Martín vivió y festejó la participación de Chile en los bares de Sao Paulo, en los que se unió a decenas de compatriotas así como otros extranjeros "que también animaban" al equipo sudamericano, pero el Brasil-Chile de octavos de final lo vio en casa con Sebastián, su mejor amigo, aunque amigos brasileños le invitaron a verlo juntos "iba a ser complicado celebrar los goles".
"Venir a Brasil fue un proyecto con Sebastián, para nosotros era llegar meses antes y trabajar en Sao Paulo para vivir la atmósfera mundialista", contó Martín a Dirigentes, quien aseguró que nunca planearon ver los partidos de Chile en el estadio, aunque llegaron a intentarlo en la última fase del sorteo.
Según recuerda, fueron a las taquillas de los estadios que vendieron las últimas existencias días antes del arranque del torneo pero se encontraron con que "ya estaba todo agotadísimo" y en la reventa le ofrecieron "precios desorbitados" unidos además "a la duda de si las entradas eran auténticas".
Sin embargo, "hemos cumplido con creces nuestro objetivo inicial, vivir el ambiente en Sao Paulo que se vive principalmente cuando juega Brasil", cuando "todo se paraliza, escuchas bocinazos y cornetas desde la madrugada y estás obligado a festejar en Vila Madalena (un popular barrio) después de los encuentros, es una fiesta en la calle: infinita e inagotable", aseguró.
En esa misma línea, un ejemplo de esta fiebre futbolera saciada por el Mundial lo ponen Rafael y Carmen, dos españoles residentes en Sao Paulo desde hace un año y medio y aficionados de "La Roja" europea. Siguiendo el procedimiento de la FIFA para comprar entradas, ambos participaron en el primer sorteo, "sin saber qué partido ni dónde te puede tocar dentro de un país que es casi un continente de grande", según contaron a Dirigentes.
Pese a la magnitud del país y el precio de los tickets, a lo que deberían sumarle billetes de avión y alojamiento si fueran agraciados para ver un partido fuera de la inaugural Sao Paulo, los españoles no tuvieron ninguna duda sobre que "ir a un partido de un Mundial en Brasil no tiene precio".
La buena suerte, y la falta de demanda en los primeros sorteos de entradas, sonrió a la pareja, que obtuvo un par de entradas para el Holanda-España de Salvador (en el estado nordestino de Bahía) a unos 2.000 kilómetros de distancia.
Sin embargo, un error en la cuenta de su banco provocó que la FIFA no terminara de adjudicarles las entradas: "nos dio muchísima rabia porque además era un partidazo", dijeron antes del estrepitoso estreno de la selección española en el cayó por 5 goles a 2 antes la "naranja mecánica" holandesa.
Antes de ello, Rafael no tenía duda de que, con o sin entrada, iba a "gozar el Mundial": "esto es Brasil, la gente cierra las tiendas cuando juega la selección, hasta en partidos amistosos, el país se paraliza, no me imagino la que van a liar teniendo en cuenta que acogen ellos el torneo y que son favoritos, claro", preveía entonces.
Carmen no estaba tan segura de ello, pero ante la circunstancia admitía que lo "único" que podrían hacer sería "disfrutarlo en la calle" porque, a su juicio, "de cualquier manera" sería "un espectáculo".
El hecho es que, como en cualquier evento deportivo más aún de esta dimensión, los reventa hicieron el agosto ante los fanáticos que no miraron por el dinero sino por la pasión y el recuerdo que les quedaría del acontecimiento si lo vivían dentro de un estadio.
Los menos afortunados tuvieron que conformarse con las miles de pantallas gigantes instaladas en las plazas de las ciudades y los pueblos o los cientos de miles de televisores que en los bares invitaban a los despistados a ver el partido de su equipo donde parroquianos y extranjeros se reunieron para dar rienda suelta al sentimiento del deporte rey.