A los griegos les han preguntado si querían pagar más impuestos y recibir menos pensiones y han dicho que no. Extraño hubiera sido que dijeran lo contrario. Lo que no parece lógico es que un político responsable pueda plantear tal pregunta, y más en un país en el que el número de pensionistas y empleados […]
Dirigentes Digital
| 09 jul 2015
A los griegos les han preguntado si querían pagar más impuestos y recibir menos pensiones y han dicho que no. Extraño hubiera sido que dijeran lo contrario. Lo que no parece lógico es que un político responsable pueda plantear tal pregunta, y más en un país en el que el número de pensionistas y empleados del sector público supera el de empleados en el sector privado, en que el 65% de las personas se jubilan antes de los 61 años, en que la economía sumergida se estima cercana a un tercio del PIB, y en que, a título de ejemplo, la única forma de lograr alguna recaudación en el impuesto sobre bienes inmuebles es asociarlo al recibo de la luz (con riesgo de corte de suministro en caso de incumplimiento).
Incluso con los ajustes propuestos por Europa, cuadrar las cuentas públicas en un país así resulta extremadamente difícil, y la asistencia externa extremadamente necesaria, si se aspira a mantener un nivel de vida, expresado en términos de renta per capita, del orden de tres veces superior al de sus vecinos, no pertenecientes al área euro.
Pero Tsipras había repetido hasta la saciedad que su objetivo no es salirse del euro, sino conseguir más euros, que es la cicatería europea la causa de la escasez griega y no el incumplimiento griego la causa del replanteamiento de la generosidad europea. Y la gente le ha creído. Al final, la pregunta del referéndum ha resultado ser si Tsipras sí o no, o, puesto en otros términos, orgullo nacional contra intromisión extranjera. Entendiendo por "intromisión extranjera" aquello que permite mantener una deuda pública equivalente al 170% del PIB (de la que más del 80% está financiada con instituciones europeas), unos gastos de intereses subsidiados que facilitan que, a pesar de que la deuda pública es casi doble que la española, el coste sobre PIB sea similar al nuestro, y préstamos del Banco Central Europeo a toda la banca griega por 90.000 millones de euros para cubrir el déficit de depósitos existente. "Intromisión extranjera" que permite, por tanto, pagar a los pensionistas y empleados del sector público griego y mantener a los bancos a flote, paliando el efecto de la fuga ininterrumpida del dinero griego hacia otros países, muestra inequívoca de la desconfianza de los griegos en su propio país.
Sin duda, si la gente hubiera creído que el no al referéndum significaba la salida del euro, el resultado habría sido otro.
Pero, tras el referéndum, la vida sigue. Los griegos deberán aceptar que las promesas del fin de la austeridad eran imposibles de cumplir. O austeridad o caos. Al final, Merkel, Hollande y Draghi tendrán que decidir si dejan que Tsipras lleve a sus conciudadanos a la ruina, a pesar de que éstos se sientan cómodos insultando a los que les prestan dinero, o si ser comprensivos con ellos. Si Europa permanece durante unas semanas sin firmar nada, los bancos griegos quebrarán, los ciudadanos griegos y jubilados vean que la paga no llega, o llega en vales que no son euros, el caos se apoderará de Grecia.
Si Europa es generosa, si piensa en el bien de aquella parte, por minoritaria que sea, de la población griega que se levanta todos los días para trabajar y pagar sus impuestos, es posible un trato. Básicamente, el mismo que ofreció al día siguiente de que Tsipras convocara el referéndum. Europa será generosa, y Grecia seguirá en el euro.
Ofelia Martín Lozano, consejera delegada de Capital Sicav.