Que si Mariano Rajoy dice que si sale el no, Grecia se tiene que salir del euro. Que si Tsipras dice que no se van, aunque salga el no. Y mientras la crisis helena vive en un estado de espera hasta que se celebre el referéndum el próximo domingo y los socios europeos muevan ficha, con el país declarado moroso por el FMI, sin rescate a la vista y caducado el último programa de asistencia. Pero lo cierto es que ni los arquitectos de la Unión Europea ni del euro establecieron una hoja de ruta ante la eventual salida de un país miembro. El euro y la Unión Europea fueron diseñadas para que fueran irreversibles.
La expulsión o salida voluntaria, sobre el papel va a depender de la voluntad de un Estado y del beneplácito del resto de socios comunitarios. El Tratado de Maastricht no contemplaba esta posibilidad. Y el Tratado de Lisboa, que fue aprobado en 2007, tampoco dice nada al respecto, pero sí introdujo un resquicio en el que un Estado Miembro puede retirarse de la Unión. El artículo 50 recoge por primera vez una cláusula legal que permite el abandono voluntario de la UE.
Grecia fuera del euro va acompañado de salir de la Unión, algo que actualmente no se platea por las consecuencias geopolíticas que acarrearía. En el hipotético caso que se produjera el país tendría que iniciar un procedimiento presentando su solicitud ante el Consejo Europeo y ésta tendría que ser aprobada por una mayoría cualificada de los Veintisiete, previo respaldo del Parlamento Europeo.
Lo que no quita que llegado podría recibir presiones políticas y económicas para solicitar su abandono. Para los parece claro que la posible salida del euro se vería abocada a negociaciones entre los países al margen de los tratados, aunque al final del proceso se respetara la salida formal. En este aspecto el BCE juega un papel fundamental. La institución dirigida por Mario Draghi, que paradójicamente es la menos democrática y la menos política, tiene el botón para que se inicie el proceso de la salida de Grecia del euro.
El temido Grexit en ningún caso será automático si no que pasará por distintas hasta que a Grecia no le quede más remedio que pedir su exclusión. Ahora mismo la delicada economía griega pende del oxígeno del BCE a través del sistema financiero. La huida de capitales a la que ha sido sometido el sistema financiero griego, con una salida de capitales de 44.000 millones desde noviembre, lo deja prácticamente en quiebra. Si ha aguantado en pie ha sido gracias al programa de liquidez de emergencia del BCE, conocido por sus siglas en inglés ELA. Los bancos están enganchados a una máquina de oxígeno que les ha inyectado 89.000 millones, sin ella estarían quebrados.
De momento, el BCE mantiene el programa pero ha dejado de elevar los fondos, en una señal de que se le está agotando la paciencia. En cualquier momento podría retirar la ayuda y provocar el crack bancario. El corralito les protege de esta circunstancia pero si sucediera, con casi toda seguridad se alargaría en el tiempo y no dejarían sacar durante un tiempo ni los 60 euros diarios de los que pueden disponer los ciudadanos griegos.
Sin la respiración asistida del BCE, el colapso de los bancos está asegurado. Al Gobierno no le quedaría más remedio que rescatarlos, como ya ha sucedido en el país y en otros países, pero sin acceso a los mercados, sin ayuda financiera externa y con los euros justos para ir pagando a duras penas las pensiones y a funcionarios, no podría hacerlo. A los bancos no les quedaría más remedio que acudir a los depósitos de los clientes para continuar con su actividad, directamente ejercerían una quita sobre los ahorros de los clientes. Ante este escenario, la única alternativa que podría utilizar el Gobierno es emitir su propia moneda con una inmensa devaluación respecto al euro que le permita atender sus pagos corrientes e inyectarles capital a los bancos.
Estaríamos ante el primer paso para salir del euro. Un Estado con dos divisas, los euros escasos, y con una nueva moneda que le permitiría recuperar soberanía en materia monetaria, que debería abrirse paso por los procedimientos europeos. Algo que no se antoja de manera rápida. Sería la vuelta temida al dracma, aunque técnicamente tendría que llevar un nuevo nombre, se tendría que establecer una convertibilidad y ponerse en circulación. Grecia tendría el peor de los mundos posibles un euro inflexible y una nueva moneda que se extendería a todos los sectores de la economía y devaluándose de manera rápida ante los problemas económicos del país, con impagos a cuesta, los mercados cerrados y los bancos colapsados. Con este escenario a buen seguro Grecia valoraría pedir su salida del euro.
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