Por Yolanda Román, directora general de Asuntos Públicos de ATREVIA
Yolanda Román
| 16 jul 2024
El pasado 9 de junio los ciudadanos europeos fuimos llamados a las urnas, una vez más, para decidir la conformación de un nuevo Parlamento Europeo. Nos repitieron que no eran unas elecciones más y, en efecto, no lo eran. Aunque en España y en otros países se planteó en clave nacional -con todo el ruido en el que se ha instalado la comunicación política en la última década- la cita merecía un gran ejercicio de responsabilidad colectiva. La Unión Europea (UE) se enfrenta a un ciclo político transcendental, en el que se va a dirimir su papel en el nuevo y tensionado orden mundial. Pase lo que pase en EEUU el próximo otoño, el mundo que viene se parecerá cada vez menos al mundo del que venimos.
Europa, poco a poco desplazada en la foto del poder global, deberá decidir qué quiere ser, dónde quiere estar y cómo defenderá sus intereses. A la vista de los resultados de las pasadas elecciones, el reto parece mayúsculo, ya que en el seno de la Unión conviven visiones muy enfrentadas sobre el propio proyecto europeo, reproduciendo en Bruselas la polarización que asola a todas las democracias liberales. En ese contexto, las fuerzas políticas europeas deberían centrarse en encontrar puntos en común para construir un consenso alrededor, al menos, de tres importantes desafíos.
Todo el mundo parece de acuerdo en señalar que la competitividad será el nuevo eje de las políticas europeas en el recién iniciado ciclo 2024-2029. ¿Qué significa esto? Ni más ni menos que la UE debe poner el foco de la agenda no sólo en permitir, sino en fomentar activamente el crecimiento de la industria y de las empresas europeas. Para ello, la colaboración público- privada resultará fundamental, pero no será suficiente. Además, será necesario un alivio regulatorio general, fortalecer el mercado único y favorecer de manera activa la innovación en Europa. Se trata de todo un cambio cultural de la UE, durante mucho tiempo concentrada en una actividad regulatoria casi frenética.
En esta nueva etapa, la UE deberá hacerse fuerte haciendo fuerte su economía y forjando una sólida alianza con las empresas europeas, que deberán aprender a confiar y a colaborar con las instituciones europeas con una visión estratégica común. En este sentido, no parece muy adecuada la reclamación de algunas organizaciones de un “marco regulatorio” para la competitividad cuando lo que se necesita es visión, compromiso y determinación, no más normas ni marcos normativos.
Para conseguir lo anterior, parece claro que la UE deberá implementar, sí, su pacto verde y seguir avanzando en el proceso de descarbonización, pero haciéndolo compatible con el nuevo mantra de la competitividad. A pesar de las resistencias de algunos países, Europa ya ha impuesto el marco de la economía verde y debe liderarlo, pero mirando hacia fuera, no hacia adentro.
Para ello, de nuevo, parece necesario levantar el pie del acelerador regulatorio, priorizando la seguridad energética con una visión geoestratégica, antes que nuevos desarrollos normativos. Por expresarlo claramente, se necesitará más apoyo concreto a la industria verde y menos cargas añadidas para las empresas, como la directiva de ‘greenwashing’.
El nuevo ciclo UE seguirá condicionado por viejas y nuevas tensiones, con la guerra de Ucrania y el conflicto en Oriente Próximo como telón de fondo. El nuevo orden mundial amenaza con erosionar el modelo democrático liberal que ha permitido las mayores cotas de prosperidad, igualdad y libertad de la historia de la humanidad. En ese contexto mundial altamente inestable y volátil, el gran reto de la UE es construir en su seno mayorías fuertes para defender contra viento y marea la esencia del proyecto europeo, esto es, los valores democráticos sobre los que se construye la historia del continente.
La relevancia de Europa se medirá por la transcendencia de su propósito, que no es normativo sino político. Las fuerzas democráticas tienen la responsabilidad de garantizar el respeto de las instituciones y la gobernabilidad para garantizar la fortaleza de Europa en el contexto global. Los planteamientos excéntricos, extremistas o iliberales deben ser neutralizados mediante pactos y alianzas no partidistas. Europa necesita una única voz para competir en el mundo. Esa voz debe ser la de la razón y los valores, una autoridad moral basada en hechos.