El propio muro de Trump

Donald Trump tiene lo que pocos presidentes de Estados Unidos han tenido. La mayoría del Congreso y el Senado. Tanto Bill Clinton como Barack Obama se encontraron limitados por el poder legislativo controlado por los republicanos que redujeron sus maniobras políticas. Pero no significa que el magnate inmobiliario tenga un cheque blanco cuando ocupe la Casa Blanca el próximo 20 de enero. La carrera presidencial del dirigente ha dejado heridas abiertas en el partido republicano. Las polémicas desatadas han generado un profundo rechazo en la formación hasta el punto de que pesos pesados como los presidentes George H. Bush y George W. Bush, los ex secretarios de Estado Condoleezza Rice y Colín Powell, el ex candidato presidencial John McCain, o los gobernadores de Alabama, Robert Bentley y Tennessee, Bill Haslam le han dado la espalda públicamente. La ruptura total llegó en mitad de campaña cuando el jefe de los republicanos en el Congreso, Paul Ryan, decidió no apoyar la campaña de su candidato. Como prueba de la independencia de los congresistas republicanos contra los intereses de la Casa Blanca, habitada por un republicano, queda la reprobación de la Cámara a la intervención de Estados Unidos en Irak bajo el mandato de  George W. Bush. La tradición política de Estados Unidos lleva a la máxima expresión que los congresistas y senadores se deben a sus electores y no dudarán de oponerse a las intenciones del presidente de la nación. Sobre el papel por encima de las promesas electorales de Trump, se impone el pragmatismo de las instituciones del país. Además del poder legislativo, también está el judicial. La Corte Suprema tiene capacidad para declarar inconstitucional cualquier ley del presidente como del Congreso. El presidente de Estados Unidos tiene amplias competencias comparadas con las democracias europeas. Puede vetar leyes del Congresos, promover las suyas propias, emitir órdenes ejecutivas sobre el Gobierno Federal, FBI o las fuerzas armadas, pero quedando limitadas por el poder judicial. Además, las intenciones de Trump pueden cambiar, una vez que se haya sentado en el Despacho Oval, por puro pragmatismo, entre ellas, el temido aislacionismo comercial que defiende Trump con la ruptura de tratados de comercio internacional y política de aranceles. Fue particularmente duro con China y el resto de fuerzas asiáticas. Pero la primera economía del mundo tiene un problema con su deuda. La deuda asciende a 19,6 trillones de dólares estadounidenses. Y lo que es peor la mitad del mercado de bonos del Tesoro está en manos de inversores extranjeros. China posee el 19% y Japón tiene el 18%, con lo que una política agresiva con estos países podría meter en serios problemas a Estados Unidos. La economía estadounidense y china están fuertemente integradas. Estados Unidos exporta 110.000 millones de dólares en bienes al mercado chino, de donde a la vez importa 480.000 millones de dólares en mercancía. Sobre las relaciones con México, con el objetivo de expulsar a miles de inmigrantes y construir un muro entre los dos países que sea financiado por el Gobierno de Peña Nieto, tendría consecuencias negativas para Estados Unidos. El vecino del sur es fuertemente dependiente de la economía estadounidense. México recibe anualmente más de 25.000 millones de dólares en remesas enviadas por inmigrantes en Estados Unidos, una cifra que supera las exportaciones petroleras. Además, la intención de suprimir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, podría golpear aún más a México. El 80% de las exportaciones mexicanas tienen como destino el Nafta y directamente con Estados Unidos tiene un superávit comercial bilateral de 49.200 millones de dólares. El impacto de las medidas ideadas por Trump tendría consecuencias negativas. Es difícil pensar que Estados Unidos quiera asumir que su vecino del sur entre en una dramática crisis económica y social.