El mal de Occidente

La pregunta que hay que hacerles a los dirigentes políticos es si duermen bien durante estas noches, mientras contemplamos el gran drama humano de los refugiados. Saber si no están hechos de una pasta distinta al resto de los mortales, porque hay que estarlo para dejar que la mayor crisis migratoria del Siglo XXI que comenzó hace varios años por las guerras en Oriente Medio haya llegado a estos extremos.

Es más, cómo durante tanto tiempo han permitido y han fomentado la inestabilidad en la zona. Cómo negar el principal derecho del ser humano, el derecho a la vida, al convertir países como Siria o Libia en Estados inhabitables.  Sólo hace falta escuchar el relato estremecedor del padre del niño sirio que murió en las costas turcas para comprender por qué una familia se juega todo. Abdalá Kurdi, que así se llama, ha rechazado el asilo como refugiado que le ofrece tras la tragedia Canadá, tras denegárselo hace unos meses, al perder a toda su familia en las costas turcas.

Los dirigentes por su inacción están provocando que revivamos la pesadilla de las imágenes de la II Guerra Mundial: vagones llenos de personas con la mirada vacía, marcados como ganados. Los refugiados que sobreviven a un viaje asesino desde Siria se encuentran con el muro de Europa, países como Serbia o Marruecos que ejercen de tapón para evitar que lleguen al destino deseado.

Estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso de los políticos. Son capaces de pasar una noche en vela para salvar intereses económicos, como sucedió en el último rescate a Grecia, pero ahora se emplazan a dentro de dos semanas, y eso que Bruselas ha convocado a los líderes europeos con carácter de urgencia, con un regateo obsceno en cuotas de personas, como si fueran animales destinados al sacrificio.

Inexplicablemente, el éxodo de refugiados no se está tratando como una consecuencia de un conflicto bélico, sino como un problema migratorio. ¿Por qué no interviene Naciones Unidas para garantizar la vida de víctimas civiles? Detrás de este gran drama, de las guerras en Irak y Siria sostenidas por bandos interesados, están los intereses de las potencias militares preocupados por perpetuarlos para que la industria armamentística haga negocio con el dolor y sufrimiento. Visto así, no hay mucha diferencia con las mafias de trata de seres humanos que organizan los viajes a los refugiados aprovechándose de la desgracia de ser víctima de un conflicto.

La imagen del pequeño Aylan de tres años ahogado en una playa de la península turca de Bodrum, donde también fallecieron su hermano Galib, de cinco años, y su madre Rihan, ha dado la vuelta al mundo despertando su conciencia. Reclama una solución rápida, global y contundente; que ponga fin a este drama humano universal, porque corremos el riesgo de que toda la civilización se tambalee impotente y sin recursos morales para afrontar la tragedia. Si los líderes políticos de Occidente no reaccionan inmediatamente, nos encontraremos ante una sociedad muy enferma.

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