Las políticas monetarias jamás duermen. Nunca descansan. En los últimos diez años se ha producido un profundo cambio en la relación entre los consumidores de las economías desarrolladas y una amplia variedad de bienes y activos. Desde comprarse (o, más bien, no comprarse) una casa o un coche hasta la forma de consumir cine, series […]
Dirigentes Digital
| 18 dic 2017
Las políticas monetarias jamás duermen. Nunca descansan. En los últimos diez años se ha producido un profundo cambio en la relación entre los consumidores de las economías desarrolladas y una amplia variedad de bienes y activos. Desde comprarse (o, más bien, no comprarse) una casa o un coche hasta la forma de consumir cine, series o música, nuestra forma de adquirir lo que deseamos o lo que necesitamos ha cambiado de forma radical. Alquilar se ha convertido en la nueva norma, sobre todo entre la generación de los millenials, definida como las personas con una edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Antes, sacarse el carné de conducir era un rito de iniciación fundamental. Ahora, estudios realizados en todo el mundo indican que cada vez menos jóvenes se sacan el carné, ya que disponen de servicios como Uber o Lyft, que sustituyen al coche particular. Tener casa en propiedad también está perdiendo importancia entre una «generación alquiler» cada vez más numerosa. En el Reino Unido, la compra de vivienda entre el grupo de edad de 25 a 29 años ha pasado del 55% en 1996 al 29% en 2015. Inflación del precio de los activos ¿Qué nos dice esta tendencia a favor del alquiler sobre el mundo en el que vivimos? Una cosa que no nos dice, como algunos sugieren, es que nos dirijamos hacia el fin de la propiedad. En lo que se refiere a las grandes compras de la vida, los consumidores más jóvenes no son tan distintos a la generación de sus padres. La mayoría sigue queriendo comprarse un coche y una casa pero, para gran parte de la población, estos objetivos resultan, simplemente, inalcanzables. No es un cambio de actitud, sino una consecuencia de la respuesta de los bancos centrales a la crisis financiera mundial. El efecto distorsionador de la expansión cuantitativa (QE) ha empujado al alza el precio de prácticamente todos los activos: no solo de las acciones, sino también de los bonos, las propiedades inmobiliarias, el arte, los coches, el vino… casi de cualquier cosa que podamos pensar. En el 2000, explotó la burbuja de las puntocom. En el 2007, explotó la burbuja de las hipotecas subprime. A día de hoy, nos encontramos en una situación de «burbuja total» que está distorsionando nuestra economía, incluida la capacidad de los consumidores para comprar y poseer activos. Desde la crisis financiera mundial, los precios de los activos han aumentado considerablemente pero las rentas no lo han hecho, a pesar de que tanto EE. UU. como el Reino Unido registren pleno empleo. Durante la década de los ochenta, las mejoras salariales beneficiaron mayoritariamente al segmento de población con rentas más bajas. En la actualidad, ese segmento de población sigue perdiendo poder adquisitivo mientras que las rentas de las personas que forman el 1% más rico y que poseen la mayoría de los activos continúan aumentando. Esta desigualdad ha sido un factor determinante en el brexit, la victoria electoral de Donald Trump, el movimiento independentista en Cataluña y las rebeliones populistas contra las élites establecidas