El periodista británico Tom Burgis, corresponsal de investigación del Financial Times, tiene una máxima a la hora de hacer su trabajo: “Dejar a un lado las ideologías, las narrativas históricas y la política. Solo seguir el rastro del dinero”. Y siguiendo el rastro del dinero Burgis, veterano reportero en África y América Latina, indaga en […]
Gestión y LiderazgoDirigentes Digital
| 15 jun 2022
El periodista británico Tom Burgis, corresponsal de investigación del Financial Times, tiene una máxima a la hora de hacer su trabajo: “Dejar a un lado las ideologías, las narrativas históricas y la política. Solo seguir el rastro del dinero”. Y siguiendo el rastro del dinero Burgis, veterano reportero en África y América Latina, indaga en algunos de los aspectos más oscuros de nuestro mundo: saqueo de recursos naturales, lavado de dinero, redes de evasión fiscal, conglomerados mafiosos con despacho en la City de Londres, dictadores africanos y oligarcas rusos.
Esta obra es una ventana incómoda a ese mundo en la sombra en el que partidos políticos y servicios de inteligencia se codean con déspotas y organizaciones criminales, en el que las agencias de control financiero contribuyen a la opacidad de cuentas de multimillonarios, dictadores y mafiosos cuyo dinero corrupto está socavando las instituciones.
Así es. Un gran despacho de abogados nos puso una demanda de la que fuimos absueltos, y he aportado pruebas de que he sido espiado. Poco antes de publicar este libro me llegaron cartas de grandes despachos de abogados que representaban a algunas de las personas que aparecen en él. Algunas eran cartas de más de 600 páginas, cuando mi libro tiene unas 300: ¡Es el doble! (Ríe) Ese es el tipo de presiones que recibimos, de gente capaz de pagar estos grandes despachos, que me amenazan advirtiéndome que podrían meterme en la cárcel. Hace unos meses, me encontré en el aparcamiento a alguien a quien no conocía, y acabé dándome cuenta de que era la persona que me estaba siguiendo. Cuando fui corresponsal en África y en países de la antigua URSS aprendí a protegerme a mí mismo y a mis fuentes de dictadores y corruptos. Parece que ahora tendré que usar esas mismas técnicas en Londres, Berlín o Madrid.
Las democracias occidentales han aceptado con entusiasmo los billones de dólares provenientes de países muy corruptos como Rusia, Kazajistán o Congo. Han aceptado tomar ese dinero creyendo que no habría consecuencias, pero ahora empezamos a darnos cuenta de que estamos importando también las reglas de juego de las cleptocracias: silenciar a los enemigos, manipular la ley para proteger tu fortuna, comprar políticos, hacer guerras de propaganda para ocultar la verdad… Dándoles la bienvenida a las fortunas de esos lugares hemos importando su estilo de poder. El poder del dinero sucio se extiende por toda la sociedad global.
Creo que está corrompiendo las instituciones, que son la expresión de cómo queremos que funcione nuestra sociedad. La única diferencia entre cuánta libertad puedes disfrutar en tu vida, la única diferencia entre haber nacido en España o en Kazajistán, es la fuerza de las instituciones que protegen esa libertad. El mandato de la ley, con una independencia judicial, con un parlamento que trabaje en interés de la mayoría y una prensa libre: esas son las tres instituciones que separan a un país libre de un país no libre. Y de forma deliberada, los cleptócratas del mundo, ya sean oligarcas de la antigua URSS, familiares de dictadores africanos o las familias reales del Golfo Árabe, junto a sus aliados occidentales, están secuestrando y atacando estas instituciones. Un ejemplo es la forma en la que los cleptócratas de todo el mundo utilizan la reputación de los grandes despachos de abogados londinenses para aterrorizar y silenciar a los periodistas. O los oligarcas que han hecho una gran fortuna en la Rusia de Putin y ahora hacen donaciones a partidos de Europa occidental para asegurarse una influencia en sus gobiernos.
Los cleptócratas, en sus luchas de poder entre sí, utilizan a las instituciones europeas en su propio beneficio. La misma Interpol ha sido secuestrada por estos corruptos, y no para utilizarla en favor de la ley, sino para acabar con sus enemigos políticos. Cualquier institución, ya sea la prensa, el parlamento o la ley, ha sido ya secuestrada. Y todavía no nos hemos dado cuenta.
Los poderes occidentales han sido cómplices de la cleptocracia internacional durante siglos. Nosotros los ingleses solíamos llamarlo imperio (Ríe) Pero ahora tenemos otros nombres para este sistema de extraer riqueza en beneficio de unas pequeñas élites internacionales. Creo que muchos occidentales no entienden cómo esto afecta a sus propias sociedades, y cómo la corrupción, que antes estaba lejos, tiene un efecto boomerang en la sociedad occidental, que se corrompe también.
Hay un momento en el que EE.UU se da cuenta del peligro de la cleptocracia y de hasta qué punto era una amenaza para la seguridad nacional. Fue durante la presidencia de Donald Trump. Trump ha estado sostenido por dinero proveniente de algunos cleptócratas de la antigua URSS, y gracias a ese dinero pudo pasar de la televisión a la presidencia. Luego, una vez en el gobierno, trabajó para esos oligarcas que le auparon, y ahí fue cuando algunos en EE.UU empezaron a ver que el dinero sucio no es un crimen sin víctima, no es un delito más de cuello blanco. Es algo que afecta al mismo corazón de la sociedad libre.
La Unión Europea ha tenido una revelación parecida con la invasión de Ucrania. De repente, nos damos cuenta de que hemos estado haciendo negocios con lobistas y enriqueciendo al régimen de Putin. Hemos estado haciendo eso durante muchos años porque pensábamos que podríamos beneficiarnos, y ahora nos damos cuenta de que hemos estado minando nuestra democracia y nuestra seguridad.
Y hay una cuestión más de fondo, en cierto modo vinculada también con Ucrania, y es que la complicidad con las cleptocracias y la dependencia de los combustibles fósiles son la misma cosa. Hablemos por ejemplo de Teodoro Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial, aunque podríamos citar a cualquier otro. Durante décadas, las compañías petroleras occidentales han tratado con él como si fuera el líder legítimo del país y un interlocutor válido. Da igual que tenga casos criminales abiertos contra su hijo en Francia o en Estados Unidos, o que haya robado todas las riquezas de su país y tenga a su población en la pobreza. Pues todos los días, a través de los pagos al gobierno guineano para extraer su petróleo, estamos tratándolo como un régimen legítimo, como si tuviera algún derecho sobre esos recursos. Pero la gente de Guinea Ecuatorial, o la de Kazajistán o la de Rusia, nunca ha decidido vender su gas y su petróleo.
Las economías industrializadas dependen del petróleo, y acuden entonces a tratar con déspotas y con cleptócratas como si estos fuesen los propietarios legítimos de ese petróleo. Esa es la gran mentira de la economía global. De pronto, un día nos despertamos y decimos “oh, qué horrible es Putin, qué monstruoso lo que está haciendo en Ucrania”. Pero nosotros le hemos pagado sus armas. Dejemos a un lado las ideologías, las narrativas históricas y la política, y sigamos el rastro del dinero. Y el rastro del dinero dice que todos los días el mundo occidental sostiene a los cleptócratas y déspotas del mundo. Desde la crisis financiera de 2008, el balance de poder en el mundo se está inclinando hacia estos cleptócratas, antes que hacia la democracia. Los cleptócratas van ganando en este momento, y acabamos de caer en la cuenta de ello.
Una vez que hemos decidido no enfrentar a Putin en el campo de batalla, tenemos muy pocas opciones. Es necesario intentar atacar esta cleptocracia que sostiene al régimen. Pero las sanciones no son una herramienta legal, sino política. No las deciden los jueces, sino los políticos. Sin embargo, si queremos combatir el dinero sucio con éxito, mucho mejor que aplicar sanciones sería financiar en condiciones a las agencias que persiguen la corrupción y el lavado de dinero. Las sanciones son algo que deciden los políticos dejándose llevar por la coyuntura de un momento concreto. Las sanciones se han impuesto contra un grupo particular de individuos vinculados con Putin y, aunque pueden ser útiles, hay que ir más allá.
Por otro lado, en Reino Unido y en todo el mundo, se sigue permitiendo el secreto financiero. Puedes sancionar a diez mil personas, pero si continúas permitiendo que las compañías operen en tu país sin saber quién está detrás, las sanciones serán inútiles. Esas personas seguirán operando a través de una y otra sociedad pantalla. Nadie compraría unas medicinas que no llevasen etiquetas, ni llevaría a sus hijos a un colegio en el que los profesores no te dijesen su nombre, ni dejarías que nadie vaya a pintar tu casa si no sabes que lo hace bien. La sociedad funciona gracias a la transparencia en nuestra identidad. Existe la privacidad, claro, pero en la plaza del mercado, en la economía, la base de la confianza está en saber con quién estás tratando.
Es gracias al secreto financiero que las personas más poderosas y corruptas del mundo pueden operar en cualquier economía del mundo, incluidas las avanzadas y democráticas, desde la más absoluta opacidad. Nunca ha habido un debate apropiado sobre la legitimidad de esta práctica. Estas personas son totalmente libres de mover los millones y millones de dólares que han robado en Kenia, en China o en Uzbekistán y llevárselos a Occidente, donde disfrutan de todas las protecciones que brindan las democracias. Eso me parece una enorme injusticia que ningún gobierno se está preocupando por remediar. En lugar de eso, estamos bloqueando solamente a unas pocas personas. Es por eso que las sanciones me parecen papel mojado.
La gente votó a favor del Brexit por razones muy diferentes. Muchas por su desencanto con la desigualdad económica en todas sus formas. Pero siempre ha habido una parte de la élite británica que tiene a Singapur como modelo. La economía siempre se mueve en un equilibrio entre intereses capitalistas y los intereses de la sociedad. Pues esta sección de las élites quiere retirar todas las protecciones que la sociedad se da a sí misma, a través de la regulación, y simplemente permitir una especie de capitalismo sin límites. Se trata de retirar todas las protecciones e invitar a todo el dinero sucio del mundo a que venga a Reino Unido.
Creo que una de las razones por las que eso no ha pasado todavía es por la victoria de Biden en Estados Unidos. Biden y su equipo de seguridad nacional entienden muy bien qué es la cleptocracia y cuáles son sus consecuencias. No quieren que Reino Unido dé un paso más en esa dirección y se convierta en el paraíso del dinero sucio. Pero ahora hay un peligro, y es que Johnson, desesperado por sus escándalos y sus casos de corrupción, podría estar dispuesto a recuperar estas propuestas para complacer a ese sector de las élites que siempre le ha apoyado.
En una sociedad libre la corrupción es una anomalía, algo que está mal y que, cuando se descubre, hay mecanismos para castigarla y acabar con ella. Tenemos un instinto natural a favorecer nuestros propios intereses, y hemos creado las instituciones precisamente para protegernos de nosotros mismos y de ese instinto. Esas instituciones son la prensa libre, el parlamento y la Justicia. Esas tres instituciones son los mecanismos de los que disponemos para tratar de proteger el bien común sobre nuestros instintos de corrupción. Una cleptocracia es entonces un sistema en el que esas instituciones o no han existido nunca o han sido laminadas. En un cleptocracia el propósito del poder no es proteger el interés colectivo, sino saquear y defender sus propios intereses y los de quienes le son leales. Una cleptocracia es un sistema en el que la corrupción no es un problema, sino que es el sistema mismo. A día de hoy, tristemente, hay más países cleptocráticos que democráticos.
Normalmente, los mecanismos de este saqueo se generan alrededor de los recursos naturales. En muchos países del mundo, la única interacción con la economía global consiste en comerciar con lo que tienen bajo el suelo: petróleo, gas o minerales, que son los principales ingredientes de la economía moderna. En mi otro libro, The Looting Machine: Warlords, Tycoons, Smugglers and the Systematic Theft of Africa’s Wealth, explico cómo la economía de los recursos naturales está construida por y para la corrupción. Y los compradores de esos productos somos nosotros, las grandes compañías mineras y las economías prósperas del norte. Las empresas pagan al gobierno de ese país para obtener el derecho a explotar sus recursos. Y no es que luego se le dé empleo a cientos de personas, como pasa por ejemplo en las grandes explotaciones agrícolas. Simplemente se paga a un líder político, lo cual crea un gran incentivo para los golpes de Estado y para la conservación del poder de forma violenta. Los cleptócratas solo saben mantener el control a través de la violencia, porque no entienden el poder a través del consenso. A ellos nadie les ha votado: o utilizan la violencia o caen.
Si tú eres Obiang, por ejemplo, puedes decirle a una compañía petrolífera que, si quiere sacar petróleo de Guinea, tiene que ingresar tanto dinero en tu cuenta bancaria. Luego ese dinero lo lavas utilizando sociedades offshore en Seychelles o en las Islas Vírgenes y te abres una cuenta bancaria en Suiza o en Liechtenstein. Ese dinero es como si estuviera flotando en el aire, no puede saberse de dónde viene. Luego ya puedes comprarte coches, mansiones o yates por todo el mundo. Al mismo tiempo, puedes blanquear tu poder y la legitimidad de tu régimen utilizando a tus lobbies y a tus representantes. Donas algo de dinero a una universidad o a un partido político, recurres a tus abogados para intentar hundir a tus críticos… Se trata de blanquear tu riqueza y tu poder para mantener tu negocio en la economía global. Eso significa que el déspota no puede parecer un déspota, y los oligarcas tienen que parecer hombres de negocio respetables.
Por lo general, aunque centrándome sobre todo en Reino Unido, pienso que las leyes están bien. Europa tiene buenas leyes contra el lavado de dinero y la delincuencia económica. El problema no son las leyes, sino que las agencias que se deben encargar de hacer cumplir esas leyes y perseguir esos delitos no tienen el presupuesto necesario. El presupuesto anual de un organismo de lucha contra la corrupción en Reino Unido es lo que ganan estos cleptócratas en dos o tres días. Hay una gran desigualdad de recursos y así es imposible hacer frente a todos los casos de corrupción. Estamos hablando de mafias con una riqueza inmensa, capaces de pagar facturas millonarias a los mejores despachos de abogados para utilizar el sistema legal en contra del propio sistema. Podemos tener leyes muy buenas, pero si no se financia a estas agencias, las leyes serán inútiles.
Es un nuevo truco que tienen los cleptócratas del mundo a su disposición. Están Liechtenstein, los despachos de abogados de Panamá y ahora también las criptomonedas: otra arma en su arsenal para lavar dinero. Pero lo más preocupante de todo esto tiene que ver con los proyectos de criptomonedas respaldados por el Estado, muy especialmente la criptomoneda china. Es posible que se consoliden como alternativas emergentes a la hegemonía global del dólar. Primero Trump, y luego Europa, se han dedicado a aplicar sanciones financieras de forma masiva, hasta el punto que han propiciado que empiece a crearse una economía global en la sombra. Eso se ve en que, por ejemplo, la socialista Venezuela, la islamista Irán y la nacionalista Rusia están llegando a acuerdos comerciales de oro y petróleo. Más allá de sus diferencias ideológicas, son tres grandes cleptocracias que se alían entre sí para operar en una economía en la sombra y evitar las sanciones.
Se está llegando a un punto en que la suma de todos los países e individuos que han sido expulsado de las normas del sistema del dólar están convirtiéndose en un grupo tan grande que casi están superando a los que están dentro del sistema. Y detrás del proyecto de una criptomoneda respaldada por el Estado chino veo que empieza a dibujarse una alternativa al orden global dirigida por cleptócratas.