Marzo de 2020. La vida se para. El adversario está por doquier y ni siquiera se le ve ni se le conoce. La prioridad: defender las vidas de millones de personas de un virus desconocido que lleva al límite al mundo entero. Los hospitales se convierten en trincheras, los sanitarios carecen de las armas necesarias […]
NacionalDirigentes Digital
| 17 mar 2021
Marzo de 2020. La vida se para. El adversario está por doquier y ni siquiera se le ve ni se le conoce. La prioridad: defender las vidas de millones de personas de un virus desconocido que lleva al límite al mundo entero.
Los hospitales se convierten en trincheras, los sanitarios carecen de las armas necesarias para defenderse y las administraciones públicas las buscan con desesperación en un mercado que no da más de sí. Fue el momento de la responsabilidad, de arrimar el hombro ante una situación excepcional.
“Tenemos que tener solidaridad”, dice Ignacio Vega, presidente del Grupo Cardiva. Su empresa se dedica desde hace 30 años a fabricar cobertura quirúrgica para proteger las camas de los quirófanos y también para las batas de los sanitarios.
No obstante, en el primer momento de crisis se tomó conciencia de que las batas pueden proteger a muchos más aparte de los que las usan en los quirófanos. “Cuando llega la covid-19, el consumo de batas protectoras se extiende a las necesidades de todo el hospital porque se puede contaminar cualquier persona”, relata Vega.
Así comienza la historia reciente de una empresa que en el último año ha fabricado más de 7 millones de batas para el sector sanitario en sus instalaciones malagueñas. La cuestión es que las batas quirúrgicas no contaban con la certificación necesaria para el uso que se les iba a dar con el covid-19.
“Había que clasificarlas como EPI”, señala Vega, “las propias batas se han adaptado para convertirlas en batas quirúrgicas y batas epi”. En ese sentido, este dirigente aclara que “las batas quirúrgicas no se consideraban EPI, sino que estaban dedicadas “para un entorno exclusivamente sanitario”.
“Ahí está el dilema”, continúa. Los costes de esta adaptación han crecido, y mucho más si se compara con las batas que esta misma compañía importaba de China y comercializaba en España y Europa. En ese aspecto, los materiales necesarios para hacer las batas requieren otro tipo de tratamiento y trabajo manual que no necesitan, por ejemplo, las mascarillas, que se pueden hacer de una forma más mecánica. Por eso, el mayor volumen de producción no ha repercutido en “un beneficio mucho mayor”, dice Vega.
La experiencia ha sido una ventaja para esta empresa: “Veinte años haciendo esto nos han ayudado a hacerlo bien”. Con todo, la adaptación a este nuevo volumen y requisitos de la producción se ha hecho “a toda velocidad”, cuenta Vega.
De ese modo, Vega reconoce que el coste y el precio final son algo más caros, si bien incide en que se trata de “una situación de emergencia”. No obstante, “cuando no lo sea, el Estado deberá comprar estos productos al precio adecuado”, opina.
El hecho de que múltiples fabricantes españoles hayan modificado su producción para colaborar con los servicios públicos “habla bien de las empresas pero también de la implicación de la gente”. “La empresa debería halagar el comportamiento humano durante esta crisis”, reivindica Vega. Desde su posición, elogia el compromiso de sus empleados, del riesgo y esfuerzo que han asumido para trabajar durante estos meses por el bien común.