Siempre me ha gustado esta pregunta, es de las buenas. Para los economistas de la Unión Europea, una pyme ocupa a un máximo de 250 trabajadores y no supera los 50 millones de euros de facturación anual. En los Estados Unidos elevan la cifra hasta los 500 empleados. Para una ciudad de 15.000 habitantes, contar […]
PYMESDirigentes Digital
| 01 mar 2023
Siempre me ha gustado esta pregunta, es de las buenas.
Para los economistas de la Unión Europea, una pyme ocupa a un máximo de 250 trabajadores y no supera los 50 millones de euros de facturación anual. En los Estados Unidos elevan la cifra hasta los 500 empleados.
Para una ciudad de 15.000 habitantes, contar con una empresa que ofrezca trabajo asegurado a 200 personas es como ganar todos los años un premio de la lotería. Ellos saben que se trata de una parte fundamental de su economía.
Seguimos haciendo comparaciones inútiles y perdiendo el tiempo con porcentajes y tamaños que a un futuro emprendedor no le aportan nada. Tenemos en España un montón de pymes por metro cuadrado que no superan los cinco empleados y, además, no crecen, no evolucionan, no producen lo suficiente.
Ahí está el verdadero problema.
La mayoría de nuestras pymes se dedica a prestar servicios, no son tan industriales como las italianas, ni tan innovadoras como las alemanas. Los españoles preferimos juntarnos en un bar y después atomizarnos a la hora de compartir negocios. No estamos acostumbrados a integrarnos de ninguna forma, entendemos la independencia como una cuestión intocable e innegociable.
La modernidad nos está enseñando rápidamente las oportunidades de competir, pero no estamos aprendiendo las posibilidades de cooperar.
Los italianos han desarrollado modelos para estructurar canales de cooperación inter-pymes. Buscaron la integración vertical, horizontal y diagonal de sus pymes para aprovechar economías de escala sin perder flexibilidad. Gracias a esto, que dieron en llamar Distritos Industriales, fueron ganando competitividad internacional, que para una pequeña empresa significa ser susceptible de competir fuera de sus fronteras.
Los alemanes utilizaron la lógica para apostar por la especialización. Si tienes poco capital, no puedes hacerlo todo. Y como les gusta la idea del largo plazo, para ellos una gestión familiar que ponga el foco en crear relaciones duraderas con proveedores y clientes es una clave importante. Además, al igual que los franceses, se anticipan e invierten mucho dinero en investigación y desarrollo.
Nosotros llegamos más tarde a la pelea, mal preparados y con una confianza exagerada en la improvisación. No nos gusta la normativa, la evitamos. La consideramos una imposición o una carga injusta a las que nos somete el Estado o un poder autoritario. No vemos la fuerza que tienen las normas para fijar mejores prestaciones, más seguridad y mayores beneficios. Tenemos mucho sol y lo vendemos por precio, que el tinto de verano les va bien a todos. Tampoco nos gusta la metodología y nuestras pymes justifican su ausencia a la espera de tener el tamaño suficiente para incorporarla.
Necesitamos un cambio que vaya más allá de trazar polígonos industriales por todas las Comunidades Autónomas, darle más presupuesto al ICEX y subvencionar bonos digitales. Nuestras pymes no crecen, no evolucionan, no producen lo suficiente. Y lloremos juntos si hace falta, pero parte del problema es cultural.
A la hora de emprender, en muchas ocasiones constituimos sociedades limitadas con un capital social insuficiente. Los asesores de barrio dicen que con 3.000 euros se cumple la Ley y ya está bien, mejor no arriesgar nuestro dinero. Curiosamente, luego nos preguntamos por qué las entidades financieras nos dejan sin financiación. Si tú no confías en tu negocio, ¿por qué tienen que hacerlo ellos? Pero como las estadísticas económicas (de uso político) necesitan mostrar la creación de pymes a toda costa, el asunto de elevar el capital mínimo necesario para arrancar un negocio y no morir en el intento, por ahora no entra en la agenda de nadie. Después, en todo caso, les decimos a los emprendedores que el fracaso cotiza al alza, que es una experiencia magnífica que no conviene desperdiciar y todos a casa contentos que ya tenemos una Ley de Segunda Oportunidad.
Las pymes empujan el PIB, no el IVA. Iniciativas como los préstamos avalados por el ICO han resultado determinantes para que la pandemia no terminara con ellas. Ahora nos falta un plan de crecimiento estratégico. Los expertos de verdad pueden aportar mucho.