La conciencia es como un lienzo que se pinta con una idea diferente a cada instante. Es un fenómeno que ocurre miles de veces al día. En un momento estamos pensando en el informe que debemos hacer por la tarde y, al segundo siguiente, nuestra mente vuela y se posa en el hecho de que […]
Dirigentes Digital
| 16 jun 2023
La conciencia es como un lienzo que se pinta con una idea diferente a cada instante. Es un fenómeno que ocurre miles de veces al día. En un momento estamos pensando en el informe que debemos hacer por la tarde y, al segundo siguiente, nuestra mente vuela y se posa en el hecho de que necesitamos comprar yogures. Y a continuación traemos a nuestra memoria a Pilar, una amiga del instituto con la que nos encontramos el otro día al bajar del metro.
Si nos concentramos en algo, por ejemplo en una película o en el estudio de un problema, logramos mantenerlo fijo en nuestra conciencia durante unos minutos. A veces durante más tiempo. Pero en cuanto dejamos de esforzarnos el flujo de conciencia toma el mando y nos vuelven a cruzar asuntos de lo más diversos cada pocos segundos.
Nadie sabe por qué se nos aparecen unos pensamientos y no otros. Es un mecanismo que habita en nuestra mente no consciente y que a veces parece aleatorio. O caprichoso. Aunque lo cierto es que sabemos que no lo es, porque todas nuestras grandes ideas dependen de él. De hecho, todas las grandes ideas de la humanidad están basadas en este inadvertido aunque sofisticado ingenio.
Lo que estamos aprendiendo ahora, en plena economía de la atención, es que se trata de un proceso frágil. Y que, cada vez más, los estímulos externos ganan la partida y logran introducirse en nuestra conciencia, en lugar de hacerlo las ideas que manan de nuestro mundo interior.
El gran problema es que tampoco sabemos si, con el tiempo, ese engranaje puede llegar a anularse, pasando entonces nuestra conciencia a llenarse únicamente con lo que nos llega de fuera.
Decía Csíkszentmihályi que el control voluntario de la conciencia determina nuestra calidad de vida. Es decir, que si somos nosotros los que decidimos en qué pensamos controlaremos nuestra existencia. Sin embargo, si ese control se lleva a cabo desde fuera, nos convertimos en un títere cuya mente es controlada por una entidad externa. El maravilloso ingenio que bulle bajo nuestra conciencia, y que nos presenta miles de pensamientos al día, quedaría entonces desterrado y, quizá con ello, una buena parte de lo que somos.
Si nosotros no habitamos nuestra conciencia otros la habitarán, porque la naturaleza huye del vacío. Si no la nutrimos con las ideas que queremos, si no tomamos decisiones sobre cómo usarla, si la abandonamos sola frente a los poderosos reclamos que pugnan por embargarla, con el tiempo nuestro flujo de conciencia se irá debilitando y haciendo más pequeño, menos nuestro, hasta quizá desaparecer. Si no elegimos nosotros en qué pensar, otros lo harán por nosotros.