Jessica Constantinidis es experta de innovación para la región EMEA de ServiceNow, una de las Big Tech a nivel mundial de plataformas en la nube y digitalización de empresas. Además, trabaja para divulgar sobre la importancia de la innovación y la digitalización en el marco de un escenario global cambiante. ¿Cuáles diría que son las […]
Dirigentes Digital
| 29 jun 2023
Jessica Constantinidis es experta de innovación para la región EMEA de ServiceNow, una de las Big Tech a nivel mundial de plataformas en la nube y digitalización de empresas. Además, trabaja para divulgar sobre la importancia de la innovación y la digitalización en el marco de un escenario global cambiante.
La principal barrera es la dificultad de entender en qué consiste realmente la digitalización, porque muchas organizaciones tienen todavía un posicionamiento bastante reactivo al respecto y les resulta complejo adoptar una visión más proactiva y visionaria. Cuando una empresa digitaliza un proceso de trabajo tradicional, no necesariamente desemboca en una digitalización del negocio. Por ejemplo, una compañía donde siempre se rellena un formulario manualmente para proporcionar a un empleado un pase o un ordenador, ahora implementa una versión digital de ese formulario. ¿Esto significa que el proceso se ha digitalizado? Obviamente no, porque si hay que seguir tecleando los datos, lo único que ha cambiado es el formato.
Cuando se habla de digitalización hay que entender que este proceso debe traer consigo una transformación profunda del conjunto del negocio empresarial, conectando entre sí enormes bases de datos y múltiples ecosistemas. Una de las claves para lograrlo es usar IA y machine learning para alcanzar niveles de automatización de procesos realmente eficientes.
Algunas organizaciones son totalmente conscientes del profundo calado de esta transformación, pero otras se enfrentan a ella como un concepto que está de moda y la conciben como una simple métrica para medir la consecución de los objetivos. Se trata de una concepción errónea que escucho muy a menudo hablando con directivos: algunos confunden la digitalización con la implementación de herramientas; otros, con implantar un proceso; y muchos con cambiar todos sus sistemas, revisando la manera de llevar a cabo cada tarea. Para evitar estos errores conceptuales, hay que empezar por redefinir dentro de cada organización qué significa realmente transformación digital, cuáles son los indicadores clave de rendimiento, qué se quiere cambiar y qué se quiere obtener como valor empresarial. Adoptar una tecnología no implica necesariamente obtener un beneficio. Al revés, a veces puede referirse a implementar un proceso más complejo que resulta llevar una posición menos ágil y productiva.
El punto de partida es identificar qué significa la digitalización para nuestra empresa y cómo influye en lo que estamos haciendo en el día a día, y a futuro. Se debe empezar por trasformar los flujos de trabajo del core business y, poco a poco, ir analizando qué otras mejoras habrá que ir acometiendo para seguir mejorando la forma de trabajar y la gestión del negocio en su conjunto. La trasformación digital no es un Big Bang, sino un proceso más lento.
La inflación, el incremento del coste productivo… No nos podemos engañar: todo lo que está sucediendo afecta de forma notable a las empresas. Aun así, es justo ahora cuando la digitalización se convierte en el aliado imprescindible. En un contexto de debilidad económica, la apuesta por implementar tecnologías que permitan a las organizaciones analizar y adaptar su negocio a los cambios del mercado, se hace fundamental para maximizar la rentabilidad. Así, las compañías pueden redefinir sus estrategias productivas y reinvertir de forma más estratégica. Se trata de disponer de herramientas que permitan reducir los costes operativos, de gestión y de procesos de trabajo, al tiempo que elevan la agilidad y simplifican la ejecución de tareas y procesos; para eso sirve realmente la digitalización.
Todos queremos estar siempre a la última y utilizar las tecnologías más punteras. Esto vale también para las empresas. En este sentido, a la hora de innovar hay que experimentar cuáles son las soluciones que realmente funcionan. Los departamentos de innovación son fundamentales para testar el éxito de los productos, pero seamos realistas, ¿cuánta gente conocemos que está usando los NFTs? Apostar por estos activos digitales funciona solamente si tienes un modelo de negocio que te permite utilizarlos y monetizarlos. Y todavía es demasiado pronto. Esto no significa que no haya que analizar este ámbito para entender cómo podría mejorar el negocio, pero estas soluciones todavía no sirven para todo el público. Respecto al metaverso ocurre lo mismo. Necesitas dispositivos para entrar en él y averiguar cómo gestionar esa realidad virtual en casa.
Aún no estamos preparados. El momento es muy complejo porque la difícil situación económica que vivimos no ayuda a atraer un público target para este negocio. En definitiva, cuando se mira a una tecnología emergente, hay que analizar cómo encaja esta innovación en el negocio de una empresa, si su monetización es posible y si el consumidor estaría dispuesto a gastar dinero en ella.
Se trata de impulsar a empleados, clientes, proveedores… a pensar en cómo se puede mejorar la forma de trabajar. Bajo esta pauta es como se cultiva la cultura de la digitalización y la innovación empresarial. Para hacerlo se necesita coraje porque hay que escuchar y analizar también las voces de quienes tienen dudas. Personalmente creo que se trata de permitir que la gente hable, dándoles la opción de equivocarse, porque la innovación es siempre el resultado de muchos errores y aciertos. La alta dirección juega un papel clave: deben ser los primeros en estimular y fomentar el pensamiento crítico e innovador. Esto no significa que todas las ideas y propuestas tengan que convertirse en proyectos, pero sí hay que escucharlas y analizarlas con atención para recoger retos, percibir tendencias y captar nuevas oportunidades. Es esencial que los directivos sepan hacerse las preguntas clave en este contexto. Así es como gradualmente se desarrolla una cultura innovadora
La escasez de perfiles no es algo nuevo y depende de muchos factores. En un mundo cada vez más digitalizado, el primer problema está en la formación. No hay universidades que incluyan asignaturas específicas dentro de sus planes de estudio y los alumnos tienen que apostar por posgrados tecnológicos para abarcar, aunque superficialmente, estas temáticas. Es todo lo contrario de lo que pasa en las empresas, donde estas tecnologías se han convertido en elementos clave. De ahí el primer fallo: los jóvenes no disponen de una oferta formativa. Al revés, hay que esperar que alguna empresa los contrate y les proporcione una formación ad-hoc.
La Generación X está más preparada para adaptarse a la nueva forma de trabajar y es más ágil en términos de tareas digitales porque ha nacido conectada a la red, pero las empresas utilizan criterios demasiado estrictos para evaluar la preparación de un perfil y los procesos de selección suelen ceñirse a una búsqueda de profesionales con una formación demasiado específica. Deberíamos empezar a ser más flexibles para entender la captación de talento como un constante proceso de formación empresarial.
Por otro lado está la capacidad de las organizaciones de fomentar el interés de los empleados dándoles la posibilidad de conocer las nuevas tecnologías, ver cómo funcionan, qué se puede hacer con ellas… Cuando se habla de formación eficiente, hay que instar a todos los departamentos a buscar oportunidades fuera de los esquemas habituales y a apostar por una verdadera y constante formación del talento.