Tras vivir una década de crecimiento contínuo, que la revista retrató en 2009 con un Cristo Redentor despegando como un cohete, los indicadores económicos de Brasil comenzaron a caer en picado después de 2010, cuando su PIB avanzó un histórico 7,5%. Al año siguiente, el índice cayó a 2,7% y en 2012 a 0,9%. Aunque en 2013 recuperó un poco (2,3%), marchas multitudinarias comenzaron a protestar contra la política económica. El malestar social siguió aumentando en 2014, potenciado por un cóctel de recesión (0,1% de avance del PIB), decepción (por la derrota en el Mundial de Fútbol) e indignación (por las evidencias iniciales de una corrupción en metástasis).
Lejos habían quedado los gloriosos tiempos de las ‘tasas chinas’ de crecimiento y el país asumía que iniciaba un período de vacas flacas, imagen que sería reforzada en 2015 tras descubrirse el drenaje de alrededor de 2.000 millones de euros que le succionaron a Petrobras, el "tesoro de la Nación", políticos y empresarios venales.
La presidenta Dilma Rousseff casi pierde las elecciones, pero retomó el timón con la promesa de reconducir al país hacia la prosperidad. Para ello, designó en Hacienda a un ministro que propuso una terapia de resurrección a través de ajuste fiscal, control de la inflación, reducción del gasto público y del tipo básico de interés.
En febrero último, con el país en recesión y una inflación del 7,7% (3,2% más allá del máximo establecido), un informe del Banco Central revelaba los balances -escandalosamente positivos- del sector financiero: los cinco principales bancos se habían embolsado en 2014 un lucro líquido de 18.900 millones de euros (Ver apoyo). En el mismo año, el presupuesto del programa Bolsa Familia (transferencia de renta que retiró de la extrema pobreza a 40 millones de brasileños) fue de 7.900 millones de euros, menos de la mitad.
En ese punto, el economista Ladislau Dowbor es una voz frente a la cual los banqueros mantienen silencio. El autor viene llamando la atención sobre los desequilibrios que han llevado a la economía brasileña a su situación actual. "La cuenta es simple. En Brasil, el crédito representa cerca de un 60% del PIB y sobre ese monto operan intereses que son cobrados por intermediarios financieros", señala el catedrático en el inicio de una entrevista con DIRIGENTES en São Paulo.
Crédito y dinero líquido
Los programas de promoción social de Brasil han sido elogiados por la ONU, el FMI y el Banco Mundial. "Hubo una gran transferencia de riqueza para los sectores bajos de la sociedad, pero al mismo tiempo el sistema de intermediación financiera creó una máquina de succionar dinero de los más pobres. Esa máquina, tentacular al extremo, funciona perfectamente porque los pobres son buenos pagadores y porque las cuotas son pequeñas, aunque numerosas", señala Dowbor. Esos nuevos consumidores usan créditos ofrecidos por las propias tiendas (Ver apoyo: La Trampa del crédito fácil), además de tarjetas, cheques y el sobregiro (overdraft). "En general no se analizan estos datos juntos, los del crédito comercial y las actividades bancarias formales, junto con las ganancias sobre la deuda pública, mucho menos con los flujos de evasión hacia afuera del país", dice Dowbor.
Puede leer el reportaje completo en nuestra revista DIRIGENTES de julio/agosto.
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