Empresas de alimentación, productos congelados y helados

La industria alimentaria ha evolucionado mucho con el paso del tiempo gracias a la ciencia y la tecnología. Hemos ampliado nuestra dieta, podemos consumir alimentos que se encuentran al otro lado del mundo. Tampoco hay estacionalidad en cuanto a las frutas y las verduras, ya no dependen de la época, sino que se puede encontrar de todo durante todo el año, con mayor o menor calidad. Vivimos en la sociedad de consumo, y una gran cantidad de marcas invaden los supermercados, tantas que nos cuesta decidir cuál escoger… o eso creemos. En realidad, prácticamente todo lo que comemos y bebemos pertenece a diez grandes empresas, contenedoras de esas otras más pequeñas, y que reciben el beneficio por lo que compramos.

De estas empresas salen los productos alimenticios necesarios para la nutrición humana, que pueden estar en estado líquido, sólido, ser naturales o estar transformados. Estos alimentos pasan por una serie de procesos como la fabricación, conservación y transporte, que están sujetos a unas normas de higiene y seguridad cuya función es garantizar que pueden ser ingeridos por los consumidores. En países cálidos, como podría considerarse España, conviene prestar máxima atención a las condiciones higiénicas y sanitarias de los productos, en especial de los más perecederos. Sin embargo, la cadena del frío ha permitido la mejor conservación de los alimentos, minimizando sus pérdidas.

Un ejemplo de la importancia de la cadena del frío se encuentra en los productos congelados, ultracongelados y helados, que deben mantenerse siempre en unas temperaturas concretas. Los alimentos congelados reciben ese nombre debido a que son expuestos a un proceso de enfriamiento en el que la mayor parte de su composición se convierte en hielo, y se pretende que puedan mantener sus propiedades intactas ante las alteraciones que puedan sufrir. Los productos ultracongelados se diferencian de los anteriores en que su proceso es mucho más rápido (ultracongelación) y pretende llegar lo más deprisa posible al punto de máxima cristalización. Ejemplo de ello son los alimentos que deben conservarse muy frescos, como el pescado o el marisco. Los helados, por su parte, son elaboraciones que se han vuelto sólidas o semisólidas por la congelación durante o después de la mezcla de los ingredientes utilizados, y deberán mantenerse en el mismo estado hasta su venta.

Eva Martín, periodista

hemeroteca

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