Es evidente que la gestión pasiva cumple una función para los inversores. Y su crecimiento en los últimos años así lo demuestra. Sin embargo, numerosas voces apuntan a la contradicción que supone que muchos gestores considerados ‘activos’ empleen estrategias de indexación, a pesar de que las comisiones de sus productos son más elevadas, como corresponde a los fondos de gestión activa.
"No estamos en contra de la gestión pasiva, creemos que cumple una función", explicaba en una reciente presentación de W4i Juan Carlos Ureta, presidente de Renta 4 Banco, advirtiendo que "muchos productos activos se venden como tal cuando realmente no lo son".
Entonces, ¿qué debe hacer un inversor para conocer si su gestor es realmente activo? En un reciente estudio, Chris Wagstaff, Director de Educación en Inversión y Pensiones de Columbia Threadneedle Investments, analiza este contexto, criticando que el debate entre gestión activa y pasiva se ha centrado durante demasiado tiempo en los conceptos de rentabilidad relativa y coste, "en lugar de prestar atención a un factor más relevante: el coste con respecto al valor añadido".
Es decir, la habilidad del gestor para obtener una rentabilidad superior de manera constante. En este sentido, apunta a varias características que el inversor debe tener en cuenta a la hora de seleccionar un gestor activo:
– Observar que se esté llevando a cabo un proceso de inversión contrastado y repetible que englobe los procesos de valor añadido y las ideas de inversión del gestor.
– Que se cumplan lo que Wagstaff denomina Las Tres ‘C’: posiciones de la cartera de firmes convicciones, un pensamiento a contracorriente/independiente y una elevada concentración de la cartera.
– Que mantenga una actitud de invertir para ganar, que se manifiesta normalmente a través de unos elevados niveles de exposición activa y tracking error.
– Dedicación a un único estilo de inversión de eficacia demostrada, o dedicación a un enfoque de selección de activos que ha enfatizado con éxito determinados rasgos de estilo consistentes con los resultados de inversión que se pretenden lograr.
– Un planteamiento de inversión fundado en la paciencia (y que se beneficia de una mayor capacidad de previsión de los precios de los activos a más largo plazo); una rigurosa disciplina de ventas (el producto de las ventas se invierte en nuevas ideas de cartera, en lugar de distribuirlo entre las ideas existentes); un enfoque bien meditado en cuanto a rotación de la cartera, habida cuenta de los posibles efectos adversos que unos elevados costes de transacción pueden tener en la rentabilidad
– La inclusión de los aspectos medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG, por sus siglas en inglés), que promueven una sólida gobernanza empresarial y unas prácticas de negocio y gestión sostenibles y responsables, puesto que los factores ESG revisten cada vez más importancia en las valoraciones de las empresas
– Unas estructuras de remuneración del gestor y del equipo adecuadas y acordes con los intereses del inversor final.
– Por último, la habilidad para conjugar, en el proceso de toma de decisiones de inversión, opiniones macroeconómicas y microeconómicas desarrolladas internamente, articular con claridad cómo las ideas se abren camino y encajan en sus carteras, estar abierto al debate y a los comentarios relacionados con las posiciones de la cartera, así como reconocer y mantener bajo control los sesgos conductistas. Reconocer los límites de capacidad de la estrategia escogida, demostrar que es capaz de ofrecer valor añadido en mercados tanto alcistas como bajistas y situar la gestión de riesgos en el centro de todas las decisiones.
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