En la mente de muchos brasileños y extranjeros se encuentra aún el viaje de retorno del Cristo del Corcovado, que tras ser proyectado como un cohete por la revista ‘The Economist’, volvía a su plataforma preguntándose si Brasil se había llevado un "porrazo" económico. Entre las dos portadas pasaron apenas cuatro años y un cambio […]
Dirigentes Digital
| 26 ago 2014
En la mente de muchos brasileños y extranjeros se encuentra aún el viaje de retorno del Cristo del Corcovado, que tras ser proyectado como un cohete por la revista ‘The Economist’, volvía a su plataforma preguntándose si Brasil se había llevado un "porrazo" económico. Entre las dos portadas pasaron apenas cuatro años y un cambio de presidente. Del carismático Luíz Inácio Lula da Silva a la considerada delfín de éste y actual mandataria, Dilma Rousseff, primera mujer en llegar al Palacio del Planalto.
Y pese a que Rousseff acompañó de cerca la gestión de Lula (fue su jefa de gabinete) y al llegar al poder continuó con sus políticas económicas,algo ha cambiado en la economía brasileña, cuando los inversores extranjeros comienzan a desconfiar del antiguamente atractivo Brasil.
En marzo de 2013, el ministerio de Hacienda publicaba las previsiones económicas para dicho curso y aclaraba que "la economía brasileña comenzó 2013 con un ritmo de crecimiento más intenso, dando continuidad a la trayectoria de aceleración verificada a partir del segundo semestre de 2012". "A pesar de las dificultades que persisten en la economía internacional, la economía brasileña continúa creciendo gradualmente", subrayó entonces dicho informe de la Fazenda brasileña, quien hasta el momento no ha publicado las previsiones para 2014.
Pese a ello, el Banco Central informó en enero del presente curso de que Brasil acumuló en 2013 un superávit fiscal primario de 91.300 millones de reales (unos 30.00 millones de euros), equivalente al 1,9% del Producto Interior Bruto (PIB), el más bajo desde 2001. Asimismo, la inflación también cerró por encima de lo esperado.
No obstante, dentro del baile de datos positivos y negativos en el que se maneja el Gobierno de Rousseff, el PIB creció un 2,3% en 2013, dejando atrás los malos resultados de 2012 cuando dicho índice terminó en un bajo y pesimista 0,9%.
Seis meses después llegaría la premonición de ‘The Economist’ de que el vertiginoso ritmo brasileño tenía los días contados. Inmediatamente las autoridades económicas, a un año de ser expuestas en las urnas y con los ojos de la FIFA y el COI encima, se apresuraron a negar la mayor.
De esta forma, la presidenta Rousseff insistió hasta la saciedad en que las finanzas locales seguían siendo tan atractivas como lo habían sido en el último lustro, tal y como subrayó en el foro de Davos de 2014.
"El control de la inflación y el equilibrio de las cuentas públicas son esenciales", dijo Rousseff ante el foro suizo lleno de potenciales inversores, a los que también aseguró que "la estabilidad de la moneda es un valor central" de Brasil y que, por tanto, "no se transige con la inflación".
Pese a ello, las palabras de enero de la mandataria sobre la inflación, uno de los grandes fantasmas de la región, se vieron contrariadas en abril por la previsión del Índice Nacional de Precios al consumidor Amplio (PCA) que situó la cifra en el 6,51%, una centésima por encima del tope estatal, que dio lugar a rumores sobre lo que pasará con los precios tras las elecciones de octubre.
La respuesta del Gobierno no se hizo esperar y el responsable de la cartera de Hacienda, Guido Manteiga, responsabilizó a la sequía y la consecuente mala cosecha de algunos productos de la huerta brasileña de la subida -"estacional"- de la inflación. Pero aunque las elecciones se presentan como un punto de no retorno, antes de ser reelegida o castigada en las urnas, Rousseff y su gabinete tendrán que lidiar con un sueño brasileño que parece haberse convertido en una pesadilla para el país más futbolero del mundo.
Puede leer el reportaje completo en la revista Dirigentes del mes de julio y agosto.