El país se enfrenta a una serie de retos que ya están dificultando su expansión. ¿Puede el gigante asiático acelerar sus reformas económicas y mantener un ritmo de crecimiento saneado? Frente a un trasfondo de ralentización del crecimiento, las autoridades del gigante asiático se encuentran frente a una encrucijada: por un lado desean implementar la […]
Dirigentes Digital
| 19 ago 2015
El país se enfrenta a una serie de retos que ya están dificultando su expansión. ¿Puede el gigante asiático acelerar sus reformas económicas y mantener un ritmo de crecimiento saneado? Frente a un trasfondo de ralentización del crecimiento, las autoridades del gigante asiático se encuentran frente a una encrucijada: por un lado desean implementar la siguiente fase de su ambicioso programa de reformas, pero por otro deben velar por unos niveles de crecimiento compatibles con el mantenimiento del empleo nacional, la cohesión social y unas rentas crecientes.
Según BNY Mellon, la irrupción de China como superpotencia económica en la arena mundial es uno de los principales temas de desarrollo global de las últimas tres décadas. Con una superficie aproximada de 9,6 millones de kilómetros cuadrados y una población superior a los 1.300 millones de personas, China es un país gigante en todos los sentidos.
Hasta su reciente bajón económico, el país asiático creció a un ritmo cercano al 10% anual desde que comenzara su liberalización económica en 1978, según cálculos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto se ha traducido en una mejora del nivel de vida y ha sacado a muchos de la pobreza, transformando a la economía china en uno de los principales centros manufactureros del mundo. Durante este proceso, más de 270 millones de personas se han trasladado de zonas rurales para trabajar en ciudades. La escala de la urbanización es tal que las ciudades chinas ya albergan a más de la mitad de la población.
¿Primera economía mundial? Luces y sombras
En octubre de 2014, el FMI actualizó sus datos sobre la economía mundial y clasificó a China por primera vez como la mayor economía del mundo en términos de paridad del poder adquisitivo, una medida que permite comparar cuánto puede comprar la gente con su dinero en distintos países.
Además, el organismos dirigido por Christine Lagarde valoró la economía china en 17,6 billones de dólares, con lo que esta desbancó por primera vez a la estadounidense, con 17,4 billones.
Pero no todo son luces en el gigante asiático. La economía nacional también se ha enfrentado a una serie de retos, entre ellos la ralentización del crecimiento, el bajón de los precios de la vivienda, una fuerte dependencia en la inversión y el crédito (algo que muchos comentaristas consideran insostenible) y una creciente especulación en torno a la posibilidad de un aterrizaje forzoso de la economía.
Tras años de rápida expansión económica, el gobierno chino está tratando de fijar un nuevo rumbo: esta "nueva normalidad" implicará probablemente un crecimiento más bajo, a medida que las autoridades articulan la transición de una economía dominada por los enormes niveles de inversión y de producción industrial a una orientada al sector terciario y el consumo.
En el contexto de esta "nueva normalidad", el gobierno chino ha fijado un objetivo de crecimiento económico anual para 2015 del 7,0%, que espera sea factible. Este nivel representa la expansión anticipada más baja en más de dos décadas, y varias agencias (incluido el FMI) prevén que el crecimiento del PIB ajustado por inflación de China continuará en una trayectoria gradualmente descendente durante el resto de la década.
Pero los analistas dudas de estos datos. Aninda Mitra, analista senior de deuda soberana en Standish (gestora de BNY Mellon), ve poco probable que China logre crecer a un ritmo del 7% este año. "El impulso secuencial de casi todos los indicadores de alta frecuencia se ha frenado hasta un nivel consistente con un crecimiento económico inferior a dicha cifra", puntualiza.
No obstante, Mitras subraya que las autoridades todavía pueden "suavizar" los datos trimestrales. Lo que sigue siendo incierto es el grado en que un deflactor débil (y una inflación decreciente) es capaz de impulsar la demanda real frente a las fuerzas a la baja con un mero descenso gradual de los tipos de interés reales."