Uno de nuestros anfitriones, el exembajador chino ante la OMC en Ginebra, Sun Zhenyu, nos propone analizar un ejemplo actual: ¿Qué ocurriría si el 80% de los teléfonos iPhone no fueran “Made in China” (como sucede actualmente)? La respuesta lógica sería pensar que, de no ser fabricados allí, su producción podría trasladarse a Estados Unidos. […]
Dirigentes Digital
| 03 ene 2018
Uno de nuestros anfitriones, el exembajador chino ante la OMC en Ginebra, Sun Zhenyu, nos propone analizar un ejemplo actual: ¿Qué ocurriría si el 80% de los teléfonos iPhone no fueran “Made in China” (como sucede actualmente)? La respuesta lógica sería pensar que, de no ser fabricados allí, su producción podría trasladarse a Estados Unidos. O bien, si Apple optara por no incrementar sus costes, la fabricación podría establecerse en otros países asiáticos con mano de obra barata. Sin embargo, China sigue siendo el segundo destino mundial de las inversiones extranjeras (solamente superada por Estados Unidos). Considerando que dos terceras partes del superávit comercial chino procede de empresas participadas por capital extranjero, la inversión foránea hacia China tiene un objetivo claro: aprovechar sus bajos costes laborales. “El coste por trabajador en Estados Unidos es ocho veces superior si lo comparamos con China”, recalca Zhu. “Esto significa que, careciendo de toda esta fuerza laboral china, muchos bienes inventados en Estados Unidos jamás habrían podido comercializarse debido al elevado coste del trabajador medio americano”, sostiene el exembajador. Dicho con otras palabras, merced a la elevada productividad del trabajador chino, las empresas estadounidenses o europeas han podido concentrar sus esfuerzos en desarrollar industrias enteras de alto valor añadido. Limitadas a los costes laborales de Occidente, en cambio, dicho desarrollo habría sido mucho más lento. Puedes leer el reportaje completo de la edición en papel pinchando aquí